Y después de una agresión sexual, ¿qué?

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Marisa intentó quitarse la vida 10 años después de ser violada por su tío. A raíz de este intento de suicidio, su familia conoció por lo que estaba pasando y pudieron ayudarla. Hasta entonces, Marisa había soportado la angustia de crecer con miedo a los demás, sin ninguna referencia sexual más que su agresión y con el suplicio de tener que ver a su agresor en cuanto se juntaba toda la familia. Tenía 13 años cuando el hermano de su madre la apartó en una reunión familiar para apalancarla en un rincón del garaje y sobarla por debajo de la falda. “Comenzó como si fuera un juego y estuviéramos de broma. Creo que fingía su borrachera por si, después, se me ocurría decir algo. Aunque intenté zafarme, soy poca cosa. Consiguió taparme la boca con una mano y con la otra tocarme como le dio la gana. En una embestida entró. Violentamente me violó hasta que eyaculó dentro. Sin destaparme la boca se acercó a mí y me dijo “Como cuentes algo, te mato. Yo le creí”.

Pasó más de una década hasta que Marisa fue capaz de verbalizar lo que le había pasado. Desde que su tío la violara, no pudo con su vida. Literal. Ni una sola relación amorosa. Un cambio brutal de su manera de relacionarse con los demás. Solo imaginarse con un hombre le producía un rechazo atroz y el callárselo no evitó que siguiera viendo a su agresor. Hasta que a los veinticinco años no pudo más. Hasta entonces, en cada reunión familiar, se encontraba con su agresor.

La baja autoestima, la falta de confianza y el miedo son los tres parámetros sobre los que intenta sobrevivir una persona que sufre abusos sexuales, así los describe Encarnación Zapata, psicóloga y sexóloga acostumbrada a tratar estos casos. “En muchas ocasiones se ve afectada la capacidad de vivir y disfrutar la sexualidad. Falta de confianza, sentimiento de culpa, deterioro de la autoestima, vivencia mental reiterada del ataque o ataques son los principales aspectos que se deterioran en una persona después de una agresión de este tipo”.

El número de denuncias por agresión sexual con penetración subió un 10,5% en 2019 con respecto al año anterior. Alcanzamos las 1.878 denuncias, de un total de 11.587 denuncias por violencia sexual de algún tipo. Estas suelen activar, inmediatamente, la respuesta profesional a este tipo de violencia. La mayoría de los que acuden a terapia lo hacen después de interponer la denuncia, como si el psicólogo fuera el siguiente paso después de pasar por comisaría. “Es cierto que puede darse el riesgo de revivir el episodio traumático en un juicio por violación. Es un momento de tensión que a la víctima le cuesta mucho. Pero el deseo de hacer justicia y un adecuado apoyo psicológico previo y posterior al juicio ayudan a pasarlo”, admite Encarnación Zapata. Una violación supone un ataque directo al sentimiento de seguridad de la víctima.

Menores agresores sexuales

Las repercusiones del trauma son emocionales y cognitivas. La víctima puede rechazar emocionalmente lo ocurrido intentando crear una sensación de irrealidad de que la agresión no ha ocurrido, es probable que el miedo y la rabia se instalen en su personalidad y esto se traducirá en agresividad hacia sí misma, pero, también, hacia los demás. La vergüenza por lo sucedido y el sentimiento de culpa se agudizan. Cognitivamente, las víctimas manifiestan problemas para procesar la información que tenga que ver con su agresión u otras, ajenas, de las que tenga constancia. Al perder la autoestima y seguridad, tendrá más dificultades para tomar decisiones; se sentirá muy confusa y desorientada. Estas personas, además, manifiestan una disminución en su capacidad de concentración, lo que suele afectar en el terreno educativo y social de la víctima.

Ser menor no exime de responsabilidad se comete un delito sexual y las condenas a menores por cometer este tipo de ultraje aumentaron un 29% en lo que llevamos de año. La propia Fiscalía General del Estado ha advertido de que el consumo de pornografía supone la apertura de la puerta de los monstruos. La falta de educación sexual para analizar el impacto de las imágenes de violaciones y sexo a las que se tiene acceso desde cualquier dispositivo móvil han maleducado a los menores. Durante 2019, se registraron 548 delitos sexuales perpetrados por menores, un 98,1% varones, 1,9% mujeres. La mayoría de estos delitos se infligieron, también, a menores de 16 años. En total, se registraron 548 delitos de “naturaleza sexual”, más abusos que agresiones, castigados con penas menores, pero seis tipificados como violaciones, lo que supuso su internamiento en centros específicos para ello.

Para la psicosexóloga Encarnación Zapata, para intentar frenar las agresiones sexuales es necesario sentir cariño y seguridad, aunque parezca un concepto demasiado amplio. “Ojalá nos encontremos bien en nuestra propia piel, crezcamos sabiendo que los demás tienen límites y no considerarlos nunca objetos sexuales”. Ojalá educarnos sexualmente para ser una alimaña sexual jamás entre en nuestras intenciones.

Y después de una agresión sexual, ¿qué?

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