Zhang Yimou, tan bienintencionado como tibio

Imagen de 'Un segundo', de Zhang Yimou.
Imagen de ‘Un segundo’, de Zhang Yimou.

El hermoso y sonriente rostro de la teniente Ripley, aquella elegante señora que llena de pánico y de coraje se enfrentó al invulnerable monstruo en una obra maestra del cine de suspense (o simplemente, del cine) titulada Alien inunda las calles de San Sebastián. Es la fantástica Sigourney Weaver. Representa este año la imagen del festival. Ojalá que el cine que veamos esté a la altura del talento y la distinción que desprende esta actriz legendaria. Ella no vendrá, pero es bonito ver su cara por todas partes.

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Y Zhang Yimou ha sido el encargado de inaugurar el festival y la sección oficial. El esplendor acompañó durante mucho tiempo a su cine. Aunque yo tenga serios problemas de comunicación con la mayor parte del cine oriental, ese que gozó de infinito crédito y de veneración por parte de la crítica internacional, no me quedé ciego y sordo ante el arte que desplegaba este director tan poderoso y sensible. Guardo agradecido recuerdo de películas como Sorgo rojo, Ju Dou: semilla de crisantemo, La linterna roja, Ni uno menos y alguna más. Dejó de interesarme cuando este descubrió lo rentable que podían ser las películas de dagas voladoras, kung fu, acrobacias circenses, peleas inacabables y esas cositas fatigosas. Le perdí la pista sin la menor nostalgia. Tampoco he revisado esa obra que alguna vez me conmovió. Por si acaso.

El retorno de Yimou a un cine personal con Un segundo, huyendo de la espectacularidad fácil, no me ha provocado ni frío ni calor. En el arranque veo a un señor con gesto de implacable sonámbulo que recorre incansablemente caminos polvorientos o desérticos. Me recuerda inevitablemente al misterioso protagonista de París, Texas. Este recorría los caminos buscando a un amor perdido. El de Un segundo también rastrea cualquier huella de la hija desaparecida. Iremos sabiendo que la Revolución Cultural que acaudilló el Gran Timonel a costa de millones de muertos y de prisioneros, de multitudes asesinadas o las que mataron de hambre, condenó a este hombre a un campo de reeducación, que logró escapar de él, y que sintiéndose destruido solo anhela encontrar una pista de su cría. Cree que puede encontrarla en uno de los noticieros triunfalistas que se exhiben una y otra vez en los cines de pueblo, contándole al público la felicidad colectiva que les ha donado la gloriosa Revolución.

En su desesperado camino este hombre roto se encontrará con una chica hosca y capaz de todo para donar un poco de ilusión a su hermano pequeño. Después de múltiples enfrentamientos estas dos personas descubrirán que se necesitan. La historia es dolorosa. Zhang Yimou se atreve a criticar la perpetua manipulación del pueblo, la censura, el miedo y los castigos que perpetró el maoísmo, la relevancia política y el poder que adquiría un proyeccionista encargado de hacer la propaganda incesante de un gobierno implacable.

Y vale. Está muy bien poner en duda los beneficios que recibieron esas masas de gente adoctrinada o reprimida, los logros de aquella revolución que iba a desterrar a la injusticia y a lograr el bien común. Pero la fuerza narrativa, la sutileza y el lirismo que caracterizaron al cine de Zhang Yimou aquí están ausentes. No hay nada que me irrite en Un segundo, pero tampoco nada que me apasione. Las buenas intenciones no garantizan que las historias estén bien contadas, que te fascinen o te emocionen.


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