Las exportaciones chinas durante el mes de agosto cayeron un 1%, según datos oficiales publicados a primera hora de hoy. Se trata es un descenso inesperado: el mes pasado aumentaron un 3,3% y una reciente encuesta de expertos de Bloomberg pronosticaba que la tendencia continuaría con un crecimiento del 2,1%. Estas pérdidas, consecuencia directa del recrudecimiento de la guerra comercial con Estados Unidos, representan un significativo cambio de patrón para un país acostumbrado a dobles dígitos en sus exportaciones durante la mayor parte de las últimas dos décadas.
Las importaciones también perdieron un 5,6%, cifra que consolida un arduo año en este apartado que encadena varios meses de números rojos. Este patrón, que corresponde a una continuada desaceleración económica, es un importante quebradero de cabeza para el gobierno, que aspira a transitar hacia un nuevo modelo en el que el consumo interno tenga mayor peso. Dadas ambas caídas, China mantiene un excedente en su balanza más de 31.000 millones de euros.
El despliegue de los datos confirma que el impacto de la guerra comercial es la causa central del declive. La cifra final se ve arrastrada por el desplome de las exportaciones a Estados Unidos, un 16% en base anual, lo que se suma a un 6,5% en julio. Las importaciones también se hundieron un 22,3% tras un 19,1% el mes pasado, por lo que el déficit comercial entre las dos potencias –la métrica a la que Donald Trump da más importancia– sigue a favor del gigante asiático.
Las ventas a países de la zona ASEAN, por su parte, siguen subiendo y contrarrestan en parte el declive del comercio transpacífico. Para el resto de regiones del mundo, los datos menguaron ligeramente pero se mantienen en zona positiva.
A la luz de los datos de hoy, el repunte del pasado mes de junio se convierte en una anormalidad explicable por un efecto de aprovisionamiento o front-loading: las empresas norteamericanas aumentaron sus compras para abastecerse y llenar su inventario antes de que las importaciones desde China se volvieran aún más caras. La última ronda de aranceles entró en vigor el uno de septiembre y elevó del 10% al 15% las tasas impositivas sobre productos valorados en 100.000 millones de euros.
La devaluación del yuan, por otro lado, que ha alcanzado su cotización más baja en once años, no ha impedido la caída, pese a que desde Washington se argumentó que otorgaba a China una ventaja injusta. La perspectiva a medio plazo no es halagüeña, de acuerdo a un informe publicado por la consultora Capital Economics: “La depreciación de la divisa ayudará a sostener las exportaciones, pero no será capaz de contrarrestar por completo el impacto de las sanciones norteamericanas. Al mismo tiempo, con el índice de construcción disminuyendo, las importaciones seguirán débiles”.
Estos resultados negativos añaden más presión a una economía que ya de por sí está en un proceso de desaceleración. El gobierno chino ha reaccionado impulsando una política de estímulos a todos los niveles de la administración, desde el Consejo de Estado hasta los órganos ejecutivos locales. El banco central, además, anunció el viernes que reducirá los requisitos de depósitos bancarios a sus niveles más bajos desde 2007, una apuesta con la que pretende inyectar liquidez al sistema y reavivar la demanda.
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