Alliance Niyigena tiene 25 años y una personalidad contagiosa que constituye toda una declaración de intenciones que comienza con su propio nombre (Alianza, en español). De nacionalidad noruega y origen ruandés, de donde salió junto a sus padres con solo año y medio para huir del genocidio, Alliance es ingeniera de profesión e investigadora, desde octubre de 2020, en el Instituto de Microelectrónica de Barcelona (IMB-CNM CSIC), especializado en la investigación y desarrollo de dispositivos de micro y nanoelectrónica. Además, forma parte de HYPED, un colectivo de estudiantes de la Universidad de Edimburgo dedicado a desarrollar el Hyperloop, un innovador método de transporte mediante trenes en tubos al vacío, y ha vivido también en Francia (donde cursó Secundaria), Escocia (donde se graduó), EE UU, Bélgica y China (Pekín).
El interés de Alliance se centra en la búsqueda de soluciones energéticas que posibiliten un futuro sostenible para todo el mundo. La visión global, afirma, debe prevalecer sobre los intereses particulares: “Ahora ya no puedes hablar solo de España, por ejemplo, sino de Europa. Pero lo que pasa en China también toca a España, y lo que sucede en África también impactará algo en España. Si todos tienen desde un principio este punto de vista, llegaremos a resolver problemas mucho más rápidamente”. La ingeniera visitó Madrid el pasado mes de mayo, invitada por la Fundación Telefónica, para participar en la presentación de la revista Telos, de la que fue su portada, y atendió a EL PAÍS en la sede de la Fundación en la calle Gran Vía.
Pregunta. El cambio climático ha potenciado el proceso de transición energética hacia fuentes de energía renovable. Sin embargo, no todos los países abrazan esta necesidad con el mismo grado de interés…
Respuesta. Nos tenemos que preguntar si estamos haciendo una transición energética para nosotros o para todos. Los países del primer mundo debemos darnos cuenta de que la culpa también es nuestra, puesto que llevamos más de 100 años emitiendo CO2. Europa, Estados Unidos o China han emitido demasiados gases y ahora todo el mundo está sufriendo las consecuencias climáticas. Por eso, tenemos la responsabilidad de desarrollar tecnología como la fotovoltaica y de bajar el precio. Es necesario invertir más dinero, tanto público como privado, para que la investigación permita desarrollar tecnologías sostenibles a precios asequibles y que los países emergentes puedan adquirirla. ¿Qué valor tiene a nivel global si son tecnologías que solo podemos usar en España, Francia, Estados Unidos…?
Si tuviéramos aquí a una persona de la India nos diría: “Vosotros habéis hecho crecer vuestra economía sobre este modelo; ¿por qué nosotros no podemos hacer lo mismo?” Y es verdad; al final no es justo. Por eso necesitamos aceptar que esta transición energética no va a ser igual en todo el mundo, y que es más importante centrarnos en la optimización de lo que tenemos. No puedes exigir a países como Indonesia, India, Bangladesh, Brasil o México, que todavía usan mucho carbón, que compren energía eólica, que les resulta muy cara. Es más justo pedirles que inviertan dinero en optimizar la tecnología que tienen ahora, y así, juntos, haremos trabajos diferentes, pero en la misma dirección.
P. ¿Qué alternativas hay al modelo energético actual?
R. No podemos dar ningún paso atrás, porque sabemos que la manera actual de producir electricidad es contaminante; que tiene un impacto muy negativo en la salud de las personas y sobre el medio ambiente. Para empezar, es necesario convencer al sector privado de que inviertan dinero en los países emergentes y pobres, para desarrollar infraestructuras. De momento no hay tanto interés, porque hay mucho riesgo, y por eso hacen falta acuerdos de comercio entre países, para que sea más seguro invertir. Si una región tiene electricidad, se va a desarrollar sola, porque van a poder ir a la escuela y hacer sus deberes por la noche, van a poder montar más negocios y acceder al Internet, y eso es información. Ahora bien, la cuestión está en cómo hacerlo. Creo que depende de los países y de instituciones como el Banco Mundial, para que desarrollen modelos financieros atractivos y a la vez justos.
P. ¿Existe voluntad política para hacer esa necesaria transición energética?
R. Necesitamos entender que muchos de esos países, como Estados Unidos, Brasil o Venezuela, tienen economías basadas en el petróleo, que es su fuente principal de dinero. Todos ellos han afirmado que el problema climático no es grave, pero lo que pasa en verdad es que la transición a las renovables les da miedo. ¿Por qué van a cambiar ahora a algo con tanta incertidumbre y que no está completamente desarrollado? La única manera de luchar contra ellos es con los números. Poder decirles: “Mira, esto es más barato” y que se den cuenta de que, así, su negocio no va a sobrevivir 20 años.
Yo creo que hay una brecha muy grande entre lo que dicen los políticos y lo que está pasando día a día, y por eso se necesita más gente con conocimientos técnicos haciendo esos presupuestos o leyes. Lo que pasa es que vende mejor decir que vamos a llegar ahí en 30 años que en 100 años. Pero necesitamos más tiempo… En 30 años, tendremos más energías renovables y puede que un 50 % más de cargadores en la calle, pero creo que realmente vamos hacia un modelo híbrido en el que habrá menos coches con combustibles fósiles y más coches eléctricos, por ejemplo.
P. ¿De qué manera puede la energía contribuir a un mundo más sostenible?
R. La transición energética implica un cambio de comportamiento. La gente es más consciente de su salud y de los efectos positivos de esa transición, mejorando la calidad del aire y la manera de usar los recursos de la Tierra. Si queremos tener más coches eléctricos, habrá que pensar de dónde vienen los materiales necesarios para las baterías, como el cobalto. Y esa cadena de recursos no es sostenible: cabe la posibilidad de que esta transición energética acabe por mejorar nuestro mundo pero empeore el de los demás, porque necesitemos sus minerales, su agua y sus recursos de electricidad.
La otra posibilidad es que la gente exija medidas para luchar contra el cambio climático no solo en España, sino en otras partes del mundo. Que los ciudadanos presionen a las empresas para que estas cambien sus prácticas y que tengan cadenas de recursos más sostenibles; que haya más inversiones regionales en África y Sudamérica y leyes de comercio de electricidad sostenibles que sean buenas para todas las partes.
P. ¿En qué estado está el proyecto del Hyperloop?
R. Desde que entré en el proyecto de Hyperloop hasta ahora, ha cambiado mucho. De ahí han salido muchas empresas que han desarrollado Hyperloop, cada vez con más inversión y haciendo pruebas en Dubai, Estados Unidos o India sobre distancias muy largas. ¿Es posible? Sí. Pero eso no significa que vaya a funcionar en el mundo real, que le guste a la gente y que quiera usarlo. Primero, hay que ver si se tiene la suficiente financiación para seguir, porque es un proyecto bastante grande y exigiría cambiar toda la infraestructura de transporte.
El Hyperloop, además, serviría en un principio solo para mover mercancías. Toma el caso del aeropuerto de Dubai, que gestiona muchas: si tú puedes enviarlas desde Dubai a Kuwait, por ejemplo, superrápido; o si puedes enviar algo de Madrid a Barcelona en 40 minutos, en vez de en dos días, se cambiaría por completo la forma de hacer negocios. Los humanos entrarían en una última fase, pero no lo veo posible antes de 30 o 40 años.
P. El Instituto de Microelectrónica de Barcelona en el que trabajas se centra en el uso de las micro y nanotecnologías para resolver retos sociales. ¿Puedes citar algún ejemplo?
R. Allí hay, desde hace años, un grupo (Speed) que trabaja en un tipo de pila que sería capaz de alimentar pequeños dispositivos eléctricos con energía producida por el propio cuerpo humano, a través de sustancias como el sudor o la sangre. Por su puesto, esto no vale para grandes objetos; no podríamos cargar así la batería de un coche, pero sí tu Fitbit, por ejemplo. Se trata de un campo muy importante, porque al final, si puedes hacer pilas más sostenibles y menos dependientes de recursos combustibles o materiales contaminantes, eso va a ayudar también a los países pobres y emergentes.
P. ¿Qué papel deben jugar los capitales públicos y privados en la investigación?
R. Lo primero que hay que hacer es valorizarla. Llevo unos ocho meses en España y me parece que la investigación no se valora ni a nivel público ni privado (y lo mismo pasa en Francia). No se incentiva ni se atrae el talento a la investigación, y eso es un lastre para la innovación. Sin ella, no se puede ser competitivo. La covid ha servido para que la gente se dé cuenta de que los países que han sacado las patentes de las vacunas son precisamente los que invierten más dinero en investigación y desarrollo. Si España o Europa quieren seguir siendo competitivas, deben invertir en tecnología y en energías renovables. Es fundamental un cambio de comportamiento, y que tanto el sector público como privado sean capaces de tener una visión a largo plazo, porque la investigación necesita de tiempo: no funciona solo a dos o cuatro años vista.
P. La pandemia ha dado un gran impulso a la transformación digital. ¿Cuáles crees que serán los mayores desafíos a afrontar en el futuro?
R. Hoy ya es evidente, y los Gobiernos lo saben, que los ataques cibernéticos son un riesgo importante. Ha habido ataques desde China a la India, desde Rusia a Noruega… Con la pandemia, las tecnologías digitales se han expandido rápidamente, pero el problema es que la tecnología avanza más rápido que las leyes. Por eso, uno de los mayores problemas es la educación. Avanzamos tan rápido que vamos a perder a mucha gente que no va a poder seguir trabajando o siendo competitiva en este mundo digital.
La diferencia Entre Europa y otras potencias como Estados Unidos o China es que no tenemos todas las competencias digitales necesarias; no dedicamos la suficiente inversión en educar a la gente, así que somos muy vulnerables. Puede que los ciudadanos privados no lleguen a percibirlo del todo, pero los Gobiernos sí verán más y más ataques de este tipo, porque al final cualquiera puede llevarlos a cabo, y no puedes afirmar al final si he sido yo, un chico desde un sótano o Rusia.
P. ¿Es necesaria una transformación radical de los sistemas educativos?
R. Yo creo que sí. Todavía queremos que la gente se especialice en una cosa, y yo creo que ese es el error más grande porque, al final, los trabajos del futuro no serán tan especializados, y cuando accedas al mercado laboral no tendrás que hacer una sola cosa sino varias, y necesitarás muchas competencias distintas. También hay que ver dónde están las grandes olas de innovación del mundo. Estados Unidos y China ya sabían, hace 40 años, que este mundo digital sería el futuro, y por eso han dedicado a ello tanto dinero. Las grandes empresas tecnológicas son americanas, chinas… Pero no hay nada saliendo de Europa. Por eso yo creo, y lo digo muy claro, que necesitamos cambiar la educación, porque ya hemos perdido 40 años.
Para muchos, el sistema universitario europeo es excelente, porque creamos gente especializada muy buena, y estoy de acuerdo, aunque creo que se deben ofrecer más opciones. Pero la diferencia tiene que ver no solo con la educación, sino con la mentalidad. Mientras que Europa todavía se apoya mayoritariamente en la memorización, en América se fomenta más el trabajo por proyectos, que empuja a los estudiantes a pensar creativamente, y también tienen una mentalidad más emprendedora. En China también se apoya la creación de startups, especialmente digitales, mientras que en Europa se es mucho más reticente a dar dinero para ninguna iniciativa hasta que tengan casi una certeza de que va a funcionar. Pero, al hacer eso, vas a ser crear cambios de una manera mucho más lenta. Si queremos ser capaces de pensar críticamente y de una forma creativa, hay que enseñar esta habilidad en las escuelas.
P. La mujer aún está infrarrepresentada en el campo de las STEM. ¿Qué importancia crees que tiene el que las niñas tengan referentes femeninos a seguir?
R. Recuerdo una charla que me dieron en mi primer año de universidad, donde un profesor nos enseñaba cada semana ejemplos de personas destacadas en diferentes campos de la ingeniería, para ayudarnos a elegir una especialidad. Y todas estas personas eran hombres. Después de ocho semanas, le mandé un correo y le dije que yo no me sentía representada, y que no me estaba dando muchas razones para convertirme en ingeniera. Él se disculpó y lo cambió, porque los referentes femeninos están ahí, existen.
De todas maneras, creo que no se trata solo de motivar a las niñas en las disciplinas STEM; también hay que hacerlo con las minorías o con niños inmigrantes, que pueden pasarlo mal porque no ven ninguna representación de su color o su religión en la ciencia, para que sepan que pueden llegar a ser todo lo que se propongan. Cuando comparto lo que hago, y aunque aún soy muy joven, algunas familias vienen y me animan a seguir, porque sirvo de ejemplo para sus hijos, que dicen: “Quiero ser como Alliance; quiero pedir la beca que le dieron a ella”, o “quiero estudiar en otros países”, o “también me gustaría ser ingeniera”.
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