Carl Lewis aterriza en Madrid con un día de retraso, lo que le ha permitido conocer en Fráncfort “el peor aeropuerto del mundo” y llegar a dos conclusiones: “Los vuelos sufren retrasos de vez en cuando. Y nunca hay que volar por Fráncfort”. Parece el Carl Lewis (Birmingham, Alabama, 61 años) de siempre: el atleta al que aquellos que no le tragaban (directivos, ejecutivos, federativos) describían como intransigente, soberbio y presumido, y le negaban a él (aunque fuera el Hijo del Viento), y al resto de deportistas, el derecho a tener personalidad, rebeldía, autoridad, ambición, discurso, gusto por la moda o simplemente cortarse el pelo a lo Grace Jones con degradado parietal avant la mode. Toda su carrera ha tenido que arrastrar esa fama el considerado por muchos el mejor atleta del siglo XX, un nivel en la mitología deportiva de su país, Estados Unidos, solo superado, quizá, por Michael Jordan o Muhammad Ali. Y todavía a los 61 años, y más de 25 como exatleta, con 9 oros y una plata olímpicos ganados entre 1984 y 1996 en una vitrina y 10 medallas de oro en campeonatos mundiales, va por ahí repartiendo doctrina. Pero no, hoy Carl Lewis en Madrid no es un ser arrogante, es más bien un señor con pelo blanco cortado al milímetro al que le molesta la imperfección y un poco cascarrabias. Fracasó como cantante, como actor y como político. Nunca fue tan popular como sus éxitos reclamaban, y lo acepta como una consecuencia de su lucha permanente para lograr que el atletismo avanzara hacia el profesionalismo, para que los atletas pudieran vivir bien de su trabajo. Y sigue entrenando a jóvenes en el Club Santa Mónica, en Houston.
¿Qué habría sido usted, qué habría sido de su vida, si no hubiera llegado a ser el Hijo del Viento?
Eso es imposible de responder. Trabajo con gente joven y cuando les cuento mi vida les explico que mi única aspiración fue ser atleta profesional y saltar 8,90 metros. Fue la razón por la que llegué a ser lo que fui. Cuando empecé en el atletismo, nadie ganaba suficiente como para vivir de ello y me propuse cambiarlo, luchar por el profesionalismo. Por eso quise hacerme famoso, para que la gente me escuchara. Para conseguir esa influencia, el siguiente paso fue convertirme en la estrella más grande del deporte, y lo logré con las cuatro medallas de oro. No sabía adónde llegaría, pero siempre pregunto a los jóvenes: “¿Qué quieres ser? ¿Qué meta quieres alcanzar?”. Esa ha sido mi vida, explotar mi talento. Y no sé qué habría sido sin ello.
¿Visita Madrid muy a menudo?
No sé cuántas veces habré visitado Madrid, cinco o seis desde los años ochenta y noventa, creo. He viajado tanto que es difícil recordar. He estado aquí con Nike, empresa de la que aún cobro. Desde 1997, después de retirarme, he seguido moviéndome bastante por negocios.
En esta ocasión ha viajado para apoyar junto a la campeona paralímpica española Teresa Perales los trabajos de la Fundación Sanitas en favor del deporte inclusivo…
Se podría decir que he mamado desde pequeño la lucha por el deporte inclusivo. Empecé en el atletismo porque mi mamá fundó un club de atletismo para niñas, ya que no existía ninguno en la zona donde vivíamos. Así que toda mi carrera se basó en la inclusión, en la igualdad. Y, por supuesto, al nacer en el sur de Estados Unidos, en Birmingham, Alabama, el movimiento por los derechos civiles siempre estuvo muy presente. Todos estos asuntos han sido importantes y han formado parte de toda mi vida.
Usted es atleta, negro, figura de referencia… ¿Se siente comprometido para seguir luchando?
Siempre ha existido un trasfondo racista en Estados Unidos. Cuando Barack Obama se convirtió en presidente del país en 2009, la visión de una familia de color que podía ser aceptada por el mundo disparó el miedo. Volvió el racismo. Se llamaba Tea Party. De la misma manera que Obama le dio a la gente de color voz y transmitió el mensaje de que tenemos una oportunidad para poder hacer cosas, Trump le dio al racismo voz para decir: “Está bien ser racista, está bien ser odioso”. La lucha por los derechos civiles nunca terminará mientras haya quienes teman lo que sucederá si pierden el poder.
El exatleta estadounidense da una gran zancada en el estudio de Madrid donde se realizaron las fotografías de esta entrevista.Gonzalo Machado
En 2011, usted intentó presentarse a las elecciones para el Senado en Nueva Jersey por el Partido Demócrata. Sin embargo, la candidatura se anuló porque se consideró que no cumplía con el requisito de residencia en ese Estado. ¿Fue el final de su carrera política?
Sí. Concurrí por Nueva Jersey tras vivir allí un corto periodo de tiempo porque vi un claro vacío en el sistema. No había una voz que se pareciera a la mía. Y por eso me presenté. Sin embargo, Houston, donde crecí, me hice atleta y desarrollé toda mi carrera deportiva, es todo lo contrario. Por eso regresé. Soy demasiado liberal para el sur de Nueva Jersey, se lo aseguro. Los valores de allí no concordaban con los míos.
En sus tiempos de atleta, Carl Lewis, el Hijo del Viento, medía 1,88 metros de altura y pesaba 90 kilos. Habrá perdido un par de centímetros con el paso del tiempo y pesará algún kilo de más, pero Carl Lewis, camisa negra, pantalón escocés, zapatillas grandes, blancas, vistosas como sus calcetines de grandes lunares de colores, pelo de plata, escarcha escasa en el cráneo, cadena al cuello robusto y un arito de oro en la oreja izquierda, continúa siendo una presencia esbelta, imponente, todo gracia en movimiento. En la sociedad dividida del Estados Unidos pos-Trump, el exatleta sigue siendo una voz clara y respetada, fuente de nostalgia de unos tiempos, la última década del siglo pasado, en los que el atletismo era el deporte rey y el monarca era él, King Carl. Nueve veces campeón olímpico, dos veces recordman mundial de 100 metros. El mejor saltador de longitud de la historia. El deportista que todos querrían haber sido. El ciudadano. No resulta mentalmente nada complicado rebajarle los kilos, los años, hacerle crecer el pelo y volver a ver al campeón que a todos dejaba con la boca abierta por su estilo y armonía; por la estética helénica de su carrera, un relieve del Partenón en movimiento, cruce de ángulos rectos, a escuadra codos y rodillas, y las caderas flotando en el aire, bien elevadas.
Más que por lo magnífico de sus récords y marcas, a usted se le recuerda por su estilo, siempre se decía que era la perfección atlética…
Buscaba la perfección. Me entrenó un técnico, Tom Tellez, que entendió que había que intentar ser perfecto. Y entre los dos buscamos la zancada perfecta, el salto perfecto, la posición perfecta. Y no me dio miedo. Muchas veces nos limitamos nosotros mismos porque tememos que no alcanzaremos nunca nuestras metas. Nunca quise tener que decirme: “Ojalá lo hubiera intentado”. No importa que no lo consiguiera.
Buscaba no la perfección, sino el absoluto.
Quería saltar lejos, correr rápido, ser rico. Y lo quería a los 17 años. Y encontré a una persona, Tellez, que me dijo: “No me asusta ayudarte a intentarlo. Tienes que hacerlo”. Yo sabía que tenía que ser el very best atleta que pudiera existir y alcanzar la perfección era mi objetivo en cada una de las carreras.
¿Existe la perfección?
Hay una única forma perfecta de correr, solo una. Y cuanto más te acercas a ella, más fácil parece. Es difícil de describir. Es un ritmo. Se trata de fijar un ritmo y colarte en él. Es una contradicción: el sprint es aceleración pura y también relajación absoluta. Cuando mejor corría [su marca de 9,86 segundos en los 100 metros fue récord mundial durante varios años] era cuando estaba más relajado. Era cuando resultaba más fácil. Lo primero que un atleta tiene que aprender es que cuanto mejor lo haga, más fácil le parecerá. Las mejores carreras son las más fáciles porque, de repente, todo funciona a la perfección, cada uno de los aspectos del cuerpo.
¿Y qué sintió usted corriendo de un modo perfecto en las finales de Roma 87 y Seúl 88, y contemplando cómo por la calle de al lado una bola de músculos, un atleta dopado llamado Ben Johnson, le adelantaba y batía dos veces el récord del mundo delante de sus narices?
Ufff… Todos los atletas, todas las federaciones, todo el mundo, todos sabíamos que Ben Johnson se dopaba. Los atletas dopados son malos para el negocio. Aunque después les llegue su castigo, habrán perjudicado al deporte. Ben era eso, porque eran drogas. No me dolió como algo personal, sino porque afectaba al negocio, las marcas se alejaban de nuestro deporte. Habíamos trabajado mucho para hacer del atletismo un deporte profesional, y surge Ben Johnson…
Carl Lewis mide 1,88 metros de altura. Viajó a Madrid para participar en la Noche del Deporte Inclusivode la Fundación Sanitas.Gonzalo Machado
Antes que velocista, usted fue, en el instituto, saltador de longitud. Y en longitud ganó cuatro medallas de oro en cuatro Juegos consecutivos, desde los 23 hasta los 31 años, lo que nadie ha hecho…Pero nunca batió el récord mundial. Lo hizo su rival, Mike Powell, derrotándole con un salto de 8,95 metros en el Mundial de Tokio 91.
Respeto a Mike Powell porque estuvimos compitiendo uno contra otro durante 10 años hasta que me ganó. ¡Diez años! Y tuvo la capacidad física y mental para salir y saltar tanto como para batir el récord. Otros lo intentamos, pero ningún otro lo consiguió. Siempre ha sido así la longitud, una persona desafiando a todos los demás.
Nadie dudaba de que el destino le había elegido a usted para llegar a los nueve metros…
Siempre pensé que lo podría batir en cualquier momento, que los 30 pies [9,14 metros] llegarían sin pensar en ellos, así, zas, pero en realidad había otro asunto. Si solo hubiera sido velocista, habría corrido los 100 metros en 9,70 segundos [su mejor marca fue de 9,86 segundos]; si solo hubiera sido saltador, habría llegado a los 30 pies, pero fui las dos cosas, y una comprometía a la otra. Lo importante no era batir el récord de longitud, sino el desarrollo del atletismo como deporte profesional. Tenía tantas cosas en la cabeza que sabía que tendría que sacrificar siempre algo.
En Tokio 91 hizo los mejores cuatro saltos de su vida, saltos que ningún otro atleta, salvo Bob Beamon [récord del mundo, con 8,90 metros, en México 68], había hecho nunca: 8,83 metros, 8,91 metros (con viento), 8,87 metros, 8,84 metros, y, aun así, no gana el Mundial, y su rival salta 8,95 y se lleva el récord del mundo… ¿No fue frustrante?
Tokio fue el único momento en todos esos años en el que me dije: “Hoy es el día del récord de longitud”. Y justo ocurrió que para Mike Powell ese era también el día. Sabía que con tantas carreras de sprint sacrificaba la longitud, y todos los años me había quitado de la cabeza el récord porque tenía muchas cosas que hacer. Y llego a Tokio y cambio y me digo: “Hoy lo puedo hacer, hoy lo voy a hacer”. Me ocurrió algo así como cuando alguien se casa y dice: “Qué bien, vamos a viajar, vamos a dar la vuelta al mundo”. Y a continuación ya tiene tres hijos. Y no das la vuelta al mundo, y no porque renuncies a ello, es que tienes que criar a tus hijos…
La siguiente gran figura del sprint, de todo el atletismo, fue Usain Bolt, el jamaicano que posee los récords del mundo de los 100 metros (en 9,58 segundos) y los 200 metros (en 19,19 segundos) y ha ganado ocho medallas de oro olímpicas. ¿Ha hablado con él?
No, nunca…
¿Le habría ganado?
Los atletas compiten en el presente, no contra el pasado ni contra el futuro. Alguien, hace poco, me sermoneó diciendo que las cosas han cambiado, que los jóvenes corren más rápido que cuando yo corría, así que son mejores… Bien, yo corrí más rápido que Jesse Owens, ¿no? Pero ese no es el tema.
Treinta y cinco años después de su récord, bajar de 10 segundos en los 100 metros parece un juego de niños, y las marcas sucias de Ben Johnson, sus 9,79 segundos, han sido superadas ampliamente, pero no se habla tanto de dopaje como de revolución tecnológica, de zapatillas mágicas… ¿Son un peligro para la credibilidad del atletismo? ¿Le roban su lado artístico?
Las zapatillas son lo más importante que le ha ocurrido al atletismo en los últimos 30 años. La ciencia es la ciencia. Las zapatillas tienen un gran impacto. En los 100 metros, por ejemplo, se dan entre 44 y 50 pasos. Mi paso era de poco más de dos metros. Si le añado una pulgada, tres centímetros, a mi zancada, parece que no es nada, ¿no?, pero así, de repente, una marca de 10,01 segundos se convierte en 9,95 segundos… Eso hacen las nuevas zapatillas. Me encantan, y me opongo siempre a los que las critican. La evolución es así. Es el futuro. Los atletas compiten en el presente, no contra el pasado. Uno no puede competir en el futuro, así que no puede preocuparse por el pasado. Y eso son las zapatillas.
Lewis, cuya madre fundó un club deportivo para niñas en Birmingham (Alabama, EE UU), comenzóa competir en salto de longitud a los 15 años.Gonzalo Machado
Sin embargo, usted sí que compitió contra el pasado en cierta manera. Los Ángeles 84, sus primeros Juegos, el mito de Jesse Owens, el atleta negro que ganó cuatro medallas de oro en Berlín 36 con Hitler sentado en el palco de honor del estadio… 100 metros, 200 metros, longitud, relevos, los cuatro oros por los que usted peleó y ganó.
Ja, ja, ja, sí, quizás esa es una bonita forma de decirlo, pero no fue así, yo no competía contra el pasado, contra Jesse Owens. Yo, en todo caso, estaba usando material del pasado para construir mi futuro: no se trataba de Jesse Owens, se trataba de las cuatro medallas de oro. Eso era. Compitiendo ahora. Ya. Como siempre habrá récords que batir, siempre habrá una conexión con el pasado, pero yo competía con los otros atletas que estaban allí, en ese momento, en la pista. Ganar cuatro oros, los mismos oros, me dio una conexión increíble con Jesse Owens, y ese fue el detalle final que me convirtió en una superestrella global. Por eso tenía que ir a por las cuatro, formaba parte de mi paquete publicitario.
¿Qué cree que piensa Bolt de su carrera?
Todo el mundo lo sabe, mi mundo es diferente, es otro mundo. Para estos chavales, el mundo anterior al año 2000 no existe, y es una lástima porque, si fueran capaces de extender su visión del tiempo 30 años atrás, verían los graves problemas por los que atraviesa ahora el deporte. Pero no, se cierran a todo lo que les rodea y hacen que la vida gire solo alrededor de ellos.
Pero usted no quiere hablar de Bolt…
El problema es que siempre que digo algo sobre Bolt, la gente se lo toma como algo personal, como una crítica a la persona. Es como cuando uno habla de Donald Trump. Si yo digo: “Su política está equivocada”, él responde: “Tú eres feo”. Es la donaldtrumpificación del mundo. Tú hablas de ideas, de políticas, y ellos critican a la persona que les critica. El caso es que yo y otros hemos dado tanto para hacer del deporte un sitio mejor para todos, he sacrificado tantas cosas… Si no hubiera sido así, habría ganado más dinero, seguro. Pero, si yo digo eso, siempre hay un porcentaje del mundillo del atletismo que responde: “Oh, my God, esta actitud…, bla, bla, bla”. Mire, el atletismo mejoró económica y globalmente gracias a tres figuras: Jesse Owens, Tommie Smith y John Carlos [los atletas estadounidenses que en el podio de México 68 levantaron el puño enguantado representando el black power] y yo mismo. Y en algún punto de nuestra carrera a todos nos llamaron assholes [gilipollas]. John Carlos y Tommie Smith fueron unos estúpidos, yo fui un estúpido… Así fue. No es una coincidencia. Billie Jean King [primera gran tenista negra] fue una gilipollas… A todos los que supusimos un impacto en el deporte nos tildaron de estúpidos, pero fuimos líderes dispuestos a sacrificarnos para que otros mejoraran. Así que no me interesa que nadie me diga que soy maravilloso. No se trata de eso, no se trata de mí, no se trata de mi celebridad. Se trata del impacto que has tenido, de lo que hayas dejado detrás de ti. La pregunta es: ¿está el mundo mejor después de haber pasado tú por él?
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