Contra la playa: cómo acabamos adorando el lugar más incómodo del mundo



Si hay un lugar en el mundo en el que toda la gente está feliz ese es la playa. Todos vamos a ella y escribimos a nuestros contactos, ufanos: “Aquí, en la playita”. Vamos sobre todo en verano, cuando el calor azota y necesitamos un respiro. Un puñado de personas confiesa a ICON los momentos más delirantes, terroríficos, emotivos o desternillantes que han vivido en la orilla.
Minas de la II Guerra Mundial en una playa de Francia. Rodrigo, informático de 32 años: “En una playa de Saint Palais Sur Mer un niño que estaba jugando cerca de la orilla le enseñó muy contento a su madre un juguete que se acababa de encontrar en la arena. Pero el juguete que tantas alegrías estaba dando al niño resultó ser una mina de la II Guerra Mundial. Tuvieron que desalojar la playa entera. Se fue todo el mundo corriendo menos el niño, que tuvo que quedarse solo mientras los artificieros desarticulaban la mina que tenía en la mano”.
Sombrilla ardiendo volando en una playa de Tarragona. Tomás, abogado de 32 años: “Recuerdo un año que un chico prendió fuego a una sombrilla de playa con un mechero y al tratar de apagarla a golpes contra la arena se quemó. En ese momento la sombrilla se fue volando por efecto del viento de Levante cual bola de fuego. Causó un gran revuelo”.

“Al volver, sin ver muy bien por no llevar las gafas, y además con la molestia añadida de que me daba el sol en los ojos, me tumbé tranquilamente en la toalla. Descubrí poco después a tres chicas, que no eran mis amigas, mirándome entre extrañadas y asustadas”

Eduardo, diseñador, de 35 años

Trapicheos en altamar en una playa en Cuba. Mateo, periodista de 35 años: “En una playa de Varadero se nos acercó a mi hermano y a mí un autóctono que venía nadando (no pueden pisar la arena de las playas de los complejos hoteleros) justo cuando estábamos entrando en el agua y nos ofreció marihuana. Mi hermano se fue corriendo a la toalla a por dinero porque quería comprarle e hicieron el trueque en el agua. Al llegar al hotel y abrir el paquetito que le habían dado se dio cuenta de que le habían engañado y lo que le habían vendido eran plantas secas sin más”.
A la fuga en una playa de Asturias. Sara, guionista de 42 años: “Yo tenía como cuatro o cinco años, estaba en la playa con mi madre. Y me escapé porque odiaba a mi madre ya que no me daba helados. Mi madre recorrió la playa buscándome y avisó a la caseta de salvamento, que emitió por megafonía el mensaje ya clásico que se oye siempre en la playa: “Se ha perdido una niña de cuatro años, se llama Sara, lleva bañador rojo”. Cuando te encuentran, porque alguien te lleva, dicen: “En la caseta de salvamento tenemos recogida a una niña de cuatro años. Se llama Sara, lleva bañador rojo”, hasta que aparecen los preocupados padres. Bueno, pues el mensaje sonó una y otra vez, avisando de mi desaparición. Mi madre ya estaba a punto de llamar a la policía cuando, en una de sus locas carreras entre las toallas, me vio: ‘Sara, pero dónde estabas’. El amable matrimonio que ocupaba dos toallas y una sombrilla (bajo la que estaba yo, comiéndome una empanadilla) dijeron: “No, se llama Jorge, su madre ha ido a por un helado…”. Yo me hice la tonta todo lo que pude, sin mirar a mi madre, claro. Pero no había escape. Mi plan de fugarme y emprender una nueva vida en Murcia (lugar de residencia del amable matrimonio) bajo la identidad de Jorge y comiendo helados, se había frustrado”.
Miope perdido y haciendo el ridículo en la playa de La Concha en San Sebastián. Eduardo, diseñador de 35 años: “Ahora estoy miope, pero hubo una época de adolescente en que lo estaba mucho más. Una vez, cuando tenía unos 15 años, fui con unas amigas a la playa de La Concha, en San Sebastián. Me quité las gafas para irme al agua. Las dejé en mi toalla y estuve un rato nadando en el mar. Al volver, sin ver muy bien por no llevar las gafas y además con la molestia añadida de que me daba el sol en los ojos, me tumbé tranquilamente en la toalla. Descubrí poco después a tres chicas, que no eran mis amigas, mirándome entre extrañadas y asustadas. Me había tumbado en una toalla extraña junto a unas extrañas. Me levanté intentando mantener la dignidad y solo dije: ‘Ay, perdón, que no era aquí”.

La playa tropical y secreta que encontraba Leonardo DiCaprio en ‘La playa’ (2000) era tan bonita como peligrosa.

Accidentado primer día en la playa de un hotel de Yucatán (México). Guillermo, escritor de 36 años: “Primer día de vacaciones en Yucatán. Estábamos en uno de esos hoteles todo incluido recién construido y lleno de facilidades, placeres y entretenimiento. Uno de esos lugares, privilegiados y bonitos, que te hacen sentir mal porque en realidad no estás disfrutando de la cultura mexicana sino pasando una semana metido en un spa que podría estar en México o en Mallorca. El asunto es que ese primer día nos vamos a la playa, atraídos por lo que hemos leído en la guía del hotel de que está situada frente a un gran arrecife de coral. Yo entro como un elefante en una cacharrería, pensando que voy a ver el arrecife, o sea, preciosas plantas de mil colores que se pueden observar desde la superficie del agua. Pues bien, no, un arrecife es una roca. Una puñetera roca, eso lo descubrí al estampar mi pie derecho contra ella. ¿Resultado? No vi plantas de colores y me pasé los dos primeros días con el pie vendado, después de que viniesen unos enfermeros a mi habitación aquella noche cuando mi dedo gordo se había vuelto del color de la salsa chipotle. Dejando ese pequeño detalle a un lado, las vacaciones fueron estupendas”.
Oh, cielos, estoy en una playa nudista y esa de allí es una compañera de trabajo. Arantxa, diseñadora industrial, de 37 años: “Seguro que le ha pasado a más gente y se sintieron tan violentados como yo: me encontré a una compañera de trabajo en una playa nudista. En mi caso las dos fuimos muy cautelosas, nos vimos a lo lejos y nos hicimos las tontas. No fue hasta unos meses más tarde cuando, hablando en la oficina, me comentó: ‘No sabía que ibas a playas nudistas”.
Guerra a las medusas en una playa de Levante. Juan, de 44 años: “Cuando tenía 14 años salí un día temprano en una barca con mi primo. Decían en el pueblo que había una invasión de medusas, así que para hacernos los héroes y pensando que ayudábamos a la gente, nos dedicamos a partir medusas con los remos pensando que así salvaríamos a los bañistas de posibles sustos. Después supimos que ese día 300 personas habían sido atendidas por picaduras: los restos de las pobres medusas flotaban y habían llegado hasta la orilla. Nunca he vuelto a intentar salvar a nadie ni a matar a un animal”.
“¿Ese de allí no es Javier Bardem?”. En una playa perdida de Cádiz. Nerea, de 40 años: “Estaba con mi novio pasando unas vacaciones en Conil. Todas las mañana cogíamos el coche para buscar una playa tranquila. Un día llegamos a una bastante grande que estaba casi vacía. Nos instalamos con nuestra sombrilla y nuestra nevera y, de repente: ‘¿No es ese que hay allí con una chica Javier Bardem?’. Pues sí, era él. No nos atrevimos a acercarnos porque nos dio corte. Todavía no estaba con Penélope Cruz. Y la chica claramente no era ella. Ese día mi novio y yo nos hicimos unos expertos en el espionaje ocular con disimulo”.  Fin de juerga con urticaria en la playa de La Concha de San Sebastián. Elías, empleado de banca, 41 años: “San Sebastián, día de extremo calor. Mis amigos y yo nos fuimos de juerga y a las tres de la mañana, un poco perjudicados, decidimos bañarnos desnudos en la playa de La Concha. Al día siguiente estábamos todos con urticaria por todo el cuerpo. En el periódico leímos la noticia de que la tarde anterior había habido una plaga de medusas y habían advertido a los bañistas de que no se metieran en el agua. Lógicamente, esa noticia no llegó hasta el bar en el que estábamos”.
Una salchicha acuática, un conductor de lancha pirado y un salvador famoso. Una historia en una playa de Ibiza. Berta, funcionaria, de 35 años: “Durante unas vacaciones en Ibiza unas amigas y yo nos subimos a una salchicha, una atracción acuática en la que se suben unas seis personas y desde la que te puedes tirar al agua. Yo tenía la sensación de que el conductor de la lancha que tiraba de nuestra salchicha se había fumado algo, porque hubo un momento en que decidió pararse media hora y dejarme allí en medio del mar (mis amigas se habían tirado cerca de la orilla y se habían vuelto nadando). Apareció un tipo en una moto acuática que me preguntó, con acento latino, si quería devolverme a la orilla. Resultó ser el
DJ Erick Morillo. Durante el resto de esas vacaciones, mis amigas y yo entramos todos los días gratis en Pachá”.
Pierdo a mi sobrino en una playa de Galicia. Carmen, agricultora de 68 años: “Recuerdo un día, hace más de 30 años, que me quedé al cuidado de mi sobrina y la perdí en la playa durante horas. Estaba jugando con su primo en la orilla y, en un descuido, cuando corrían hacia las toallas, la niña desapareció. No tenía ni tres años y era más bajita de lo normal. No podía estar muy lejos. Después de buscar en vano entre las sombrillas y toallas de alrededor, desesperados pedimos ayuda en la caseta de Protección Civil. Con mucho tacto trataron de explicarme que no era muy buena época para perderla, que había algún caso de niño desaparecido en la playa. Un par de horas después, cuando la playa empezaba a quedarse vacía, la encontramos jugando tranquilamente con una pareja de ancianos. Ella ahora tiene 34 y muy buena orientación. Yo sigo desvelándome por las noches si lo recuerdo. No me atreví a contárselo a sus padres”.
‘Striptease’ involuntario en una playa de Galicia. Sabela, veterinaria, de 30 años: “Se supone que la playa es un buen sitio para practicar deporte. Y allí estaba yo, con una amiga, echando una carrera por la orilla. Estaba tan concentrada en llegar a la meta que ni me percaté de que el bikini se me estaba desatando. Solo noté algo sobre mi pie, que sacudí rápidamente creyendo que era un alga. En cuestión de minutos, perdí el bañador, la competición y mi dignidad en una playa abarrotada de gente”.
Mi padre ahogándose y yo tan tranquilo. En la playa de Gandía. Pedro, enfermero, de 50 años. “Era un día de fuertes olas y corrientes. Yo tendría unos 15 años. Alguien dio la alarma de que una niña de 10 años estaba en un remolino y se estaba ahogando. Los socorristas pidieron voluntarios para hacer una fila y, en plan cuerda, poder tirar de la niña hacia la orilla. Yo estaba consolando a un primo de la niña que estaba en apuros. Al final, la salvan. Sacan a la niña y la llevan a una enfermería. Todo el mundo aliviado. Pero, de repente, veo a mi padre llegar a la orilla respirando fuertemente, hasta que no puede andar y se arrodilla. Resulta que era el último de la cadena, el que le dio la mano a la niña y, después de sacarla, se vio arrastrado al remolino. Nadie se dio cuenta. Salió de allí como pudo y regresó extenuado a la orilla. Primero todos los de la familia nos quedamos en shock. Luego, yo, personalmente, consideré a mi padre un héroe”. 
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