Cuando McConnell estuvo a punto de condenar a Trump

Cuando McConnell estuvo a punto de condenar a Trump

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El 6 de enero de 2021, las excusas parecieron agotarse. Durante el ataque al Capitolio para interrumpir el traspaso de poderes al recién elegido Joe Biden, el aún presidente Donald Trump había cruzado todas las fronteras que lo separaban del final de su carrera política. O eso creía Mitch McConnell, actual líder de la minoría republicana en el Senado, que acariciaba el final de su enemigo íntimo, a quien consideraba un peligro para la democracia estadounidense. Aquel infausto día de la historia reciente de Washington, reunió a unos cuantos de sus trabajadores, y les dijo: “Todos sabemos que Trump está loco. He terminado con él. Nunca volveré a dirigirle la palabra”.

Sin embargo, McConnell votó a favor de declarar inconstitucional el impeachment que se emprendió contra Trump, y de absolver al expresidente durante su segundo juicio en el Senado, pese a que estuvo más cerca de condenarlo de lo que se creía hasta ahora.

Lo que pasó para que McConnell cambiara de idea entre uno y otro momento decisivos es una de las tramas del libro Unchecked: The Untold Story Behind Congress’s Botched Impeachments of Donald Trump (Descontrolado: La historia no contada detrás de los juicios políticos fallidos de Donald Trump por parte del Congreso), de las periodistas de Washington Rachael Bade y Karoun Demirjian, La editorial William Morrow tiene previsto publicarlo el próximo 18 de octubre. The Washington Post ha ofrecido este miércoles un adelanto de su contenido.

“Si bien McConnell estaba listo para terminar con Trump, su partido no lo estaba. Para su disgusto, una gran parte de sus miembros se unieron una vez más en torno al expresidente”, escriben Baden y Demirjian. Uno de esos republicanos convencidos de seguir sacándole la cara al magnate era el joven senador, también por Kentucky, Rand Paul, que el 26 de enero forzó un voto para que sus correligionarios se pronunciaran sobre la inconstitucionalidad del juicio que se cernía sobre él, dado que ya había abandonado la Casa Blanca. A McConnell no le convencía ese argumento, pero tampoco tuvo los arrestos de “liderar una rebelión así” contra otro republicano, un partido al que ha dedicado literalmente toda una vida. “Tampoco estaba seguro de estar a la altura”, según el libro de próxima publicación.

No solo apoyó la moción de inconstitucionalidad, sino que, pese a sus dudas, no votó a favor de la destitución del expresidente cuando el 13 de febrero le llegó su momento en el Senado. Ese día, McConnell lanzó, con todo, y quién sabe si por aquello de nadar y guardar la ropa, unas duras declaraciones contra Trump, en las que lo acusó de un “vergonzoso abandono de sus deberes”. También dijo: “No hay duda, ninguna, de que el presidente Trump es moralmente responsable, y de forma decisiva, de provocar los eventos de aquel día. La gente que asaltó este Capitolio creía que actuaba siguiendo sus deseos e instrucciones”. ¿Por qué votó entonces en contra? Porque el impeachment, afirmó es una “herramienta limitada”, destinada a apartar a un funcionario de su cargo y no a procesarlo después.

Tres días después, el expresidente divulgó un comunicado tachando a McConnell de “politicucho arisco, triste y lúgubre”. “El Partido Republicano no volverá a ganar ni será respetado ni fuerte con ‘líderes’ como el senador Mitch McConnell en el timón. La dedicación de McConnell a la política de toda la vida, su falta de visión, saber, habilidad y personalidad le ha llevado rápidamente de líder de la mayoría a líder de la minoría y esto solo va a empeorar”, añadió.

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La animadversión entre ambos personajes no es un secreto que ningún libro, por muy en promoción que esté, tenga que venir a desvelar. El reciente ensayo This Will Not Pass: Trump, Biden and the Battle for America’s Future (Esto no pasará: Trump, Biden y la batalla por el futuro de América, Simon & Schuster) ya desvelaba que McConnell estaba entusiasmado con la idea de que su implicación en el 6 de enero pudiera suponer el fin de Trump, al que consideraba un “ser humano despreciable”.

El líder de la minoría en el Senado nunca fue santo de la devoción del expresidente, pero desde aquellos días lo ha convertido en uno de los objetivos predilectos de sus invectivas. Sus seguidores identifican a McConnell con todo lo que va mal en el Partido Republicano.

No es el único de sus miembros que reciben ese incesante fuego amigo más de un año después. Mitt Romney, senador por Utah, excandidato presidencial en 2012, pasó a la historia por haber sido el único republicano en votar a favor de la destitución del expresidente, y continúa en la pelea por lograr que Trump levante su bota del futuro de la formación.

De los 10 compañeros de filas que en el Congreso lo consideraron culpable en aquel juicio político, la de mayor relieve es Liz Cheney, que perdió su puesto en unas primarias celebradas en su Estado, Wyoming, en agosto. Cayó derrotada por un amplio margen frente a Harriet Hageman, candidata cercana a Trump. En el extracto publicado este miércoles, se cuenta que Cheney llamó a McConnell “para que usara su posición de liderazgo y se enfrentara al presidente”. Este no lo hizo, y sigue en su puesto. Cheney consideraba, y aún considera (de ahí su papel decisivo en las audiencias del comité que investiga el 6 de enero) que el expresidente representa una seria amenaza para la democracia en Estados Unidos.

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