“Cuando me fui del campo en pleno partido sentí lo que sentiré cuando muera: ‘Estoy en paz”


El 11 de junio de 1989, y ante la mirada atónita de los casi 100.000 espectadores que abarrotaban el Santiago Bernabéu, José Miguel González Martín del Campo Míchel (Madrid, 58 años) se marchó por su cuenta del césped. Faltaban tres minutos para que acabase la primera parte, el Madrid ganaba 2-0 y era ya campeón de Liga. Pero Míchel, de 26 años, estaba lleno de rabia. “Se lo había dicho a un compañero con el que iba siempre en coche a entrenar: ‘En una de estas, me voy del campo’. A Emilio [Butragueño] se lo perdonaban todo, pero a mí y a Martín Vázquez nos tenían bajo lupa. ¿Sabes lo que es el murmullo?”.

Pregunta. ¿Qué murmullo?

Respuesta. Cuando alguien hace un cambio de juego de 30 metros, y el balón va por el aire, hay un murmullo. Es un murmullo de a ver cómo la baja este. Y tú miras al cielo, esperas el balón, estás pendiente de tu marca, y oyes el murmullo. El de los tuyos. “La pierde”, “no la para”, porque además en la banda escuchas todo. Y como el control se te vaya, o le des con cualquier parte, o no llegues, después del murmullo te empiezan a silbar.

P. ¿Esa tarde había murmullo?

R. Esa tarde yo di tres pases interiores al Buitre y a Hugo Sánchez. Uno lo cortaron. Otro fue una acción de peligro. Uno más lo interceptaron. Estábamos ganando la Liga, pero me silbaban. Así que me fui.

P. Sus compañeros.

R. Uno de ellos sabía lo que estaba haciendo. Otros me decían que a dónde iba. Y Beenhakker en la banda, desesperado: “No, no te vayas, no”.

P. ¿Qué hizo al llegar al vestuario?

R. Tuve una sensación cercana a la que tendré el día que me muera. “Hasta aquí hemos llegado. Estoy en paz. Es el momento de marcharse”. Pedí a un empleado del club que avisase a mi mujer para que bajase: “Dile que nos vamos ya”. Salí del vestuario cuando el equipo llegaba celebrando la Liga. Esa noche había cena y fiesta, pero al llegar a casa me metí en cama y pedí que no me molestasen.

P. ¿Y?

R. Mi mujer entró en la habitación cuando sonó el teléfono. “Es Jose”. Me puse, claro; era Camacho. “Qué pasa, cabezón, estamos aquí ya empezando la fiesta y no te vemos. ¿Tardas?”. Y yo con el pijama: “Sí, sí, nos estamos acabando de vestir y nos vamos para ahí, llegamos en media hora”. Ni un reproche de ellos, ni un comentario: yo sabía que me había equivocado y eso era suficiente.

P. ¿Y Ramón Mendoza? [presidente del Real Madrid entre 1985-1995]

R. Me llamó al día siguiente. Le dije que era mejor marcharme del Madrid. Me dijo que no podía hacer eso, y que le había puesto en evidencia porque él me había defendido siempre. Luego dejó una pausa y dijo: “Anda que irte del Bernabéu, menudos huevos tienes”.

Míchel sale del Hotel de las Letras de Madrid, donde transcurre la entrevista, para ser fotografiado. El día anterior terminó de leer La joven política (Península), de Manuela Carmena. “Es muy interesante. Defiende la política no como una profesión en la que permanecer siempre, sino como un acto puntual de servicio público”, dice el entrenador. Habla Míchel de la necesidad de juntarse con distintos y no siempre con iguales, de construir relaciones no basadas en el sectarismo sino en la discrepancia, de que se pueda criticar algo aquí y allá sin ser taxativamente etiquetado. Y lamenta, desde el principio de su carrera, los enormes prejuicios sobre él que ha tenido que cargar. “Luego la gente te conoce y te pregunta: ¿eres tú de verdad? Pero así funcionan las cosas”.

Cuatro personas lo paran por la calle; muchos más se fijan en él cuando lo ven a través de los cristales de la cafetería. Es integrante de la Quinta del Buitre [con Sanchís, Martín Vázquez, Pardeza y Butragueño], un grupo de canteranos del Real Madrid dotado de una técnica excepcional que revolucionó el fútbol español en los ochenta. Él era el dueño de la banda derecha del Real, con el 8, y de la selección española, con el 21. Pretendido siempre por media Europa. A la publicación La Galerna le dio un titular primoroso: “Yo siempre seré Míchel, el del Madrid”. Casi treinta años después, la gente le da la razón. “No éramos famosos, éramos populares, del pueblo. El famoso es temporal, y el popular es atemporal. La gente se acuerda de nosotros porque hemos crecido con ellos en un montón de cosas. Éramos exactamente igual que ellos, salvo en el campo”.

P. ¿Qué hace cuando llega al primer equipo del Real Madrid?

R. Durante dos años viví con mis padres en un barrio trabajador del sur de Madrid [Ciudad de los Ángeles, Villaverde]. Mi madre era ama de casa y mi padre tipógrafo en una empresa de artes gráficas. Él volvía de trabajar y yo también; él de su empresa cobrando al cambio 600 euros y yo con 22 años de la mía, el Madrid, cobrando unos 6.000 euros al mes sin primas. A esa edad no estás preparado para muchas cosas: cobrar esa cantidad de dinero, que te llame un ministro para comer con él, que salgas a la calle y te reconozca todo el mundo. Me da escalofríos pensar cómo fui capaz de gestionar todo sin ninguna formación. Y no me refiero cultural, que también, sino humana.

P. La Quinta fue un fenómeno social.

R. Formó parte de algo más grande. Desde luego era otra manera de entender el fútbol, pero en la España de las décadas de los ochenta y noventa se produjeron múltiples formas de entender las cosas, desde la música a la literatura, desde la política al fútbol. Hubo una explosión de creatividad, y hasta los intelectuales se empezaron a acercar al deporte porque hasta entonces había mucha pose; parecía que el fútbol solo era una parte del folclore de la dictadura.

P. Tuvo de vecino a Francisco Umbral.

R. Desde 1994 hasta 2007, cuando murió. Y no me devolvió nunca el saludo. ¡Nunca! [se parte de risa] Pero un día nos encontramos en casa de un amigo común, se me quedó mirando y dijo con esa voz suya: “Tú eres el vecino futbolista”. Nada más. Seguimos viviendo al lado de María España, su viuda, una mujer maravillosa.

En el momento en que Messi pisó París, aun siendo una gran ciudad y un gran club, se dio cuenta de que alguien no le dijo toda la verdad

P. Usted se retiró a los 34 años. Pronto.

R. No en aquella época. Un amigo mío suele decir que siempre nos sobra un año en el fútbol, y que es mejor que ese año lo elijas tú.

P. ¿Qué siente una persona que a los 34 años sabe que nunca volverá a hacer lo que mejor hace en su vida?

R. Esta es una profesión a la que jugabas cuando eras pequeño. Ser futbolista es un sueño infantil. Un sueño infantil que se prolongue tanto tiempo es un privilegio. Yo me lesioné de la rodilla con 31 años y eso me vino bien, porque fue una manera de ir preparando el futuro. Me retiré en 1997 y casi todo lo que hice después está vinculado al fútbol. Intenté siempre que mi vocación no se convirtiese solo en una profesión. Porque esa energía que tenía de niño me hace querer devolverle al fútbol todo lo que ha hecho por mí.

P. Hábleme del miedo en el campo.

R. Semifinales de la Copa de Europa, saltas a un estadio lleno y tienes enfrente, en tu banda, a Paolo Maldini. ¿Y qué haces? Porque ese tío es una bestia. Te convences de que estás preparado. Pero con miedo. Me hace mucha gracia cuando la gente dice “oye, pero tú no notas la presión” y le digo “seguramente sí la noto, pero me cuesta reconocerla”. Porque son muchos años en la élite. Y el miedo es lo que más me empuja a hacer las cosas; si no tengo miedo es que no estoy preparado.

P. ¿Le persigue el fantasma de las dos ligas perdidas en la última jornada en Tenerife?

R. No, porque las ligas se ganan y se pierden desde la primera hasta la última jornada. Nosotros íbamos al límite, con una presión bestial: si perdíamos no nos clasificábamos para la Copa de Europa, se descuadraban las cuentas del club, la decepción tremenda de los aficionados. Seguramente hoy no nos habría pasado.

P. ¿Por qué?

R. Porque jugaríamos un pelín más relajados: quedando segundos jugaríamos igual la Copa de Europa. Pero entonces estábamos hasta el cuello. Hoy en día puedes ganar la Supercopa sin ganar Liga y Copa, y ganar la Champions tras quedar cuarto en la Liga.

P. ¿Está siguiendo a Messi?

R. Sí, mucho. Yo creo que en el momento en que él pisó París, aun siendo una gran ciudad y un gran club, se dio cuenta de que alguien no le dijo toda la verdad. Cuando te vas de los grandes escenarios, los grandes escenarios se siguen llenando y tú empiezas a añorar esa luz. Y el Parque de los Príncipes no es el Camp Nou.

P. ¿Qué le pasaba a Cruyff con la Quinta? Le daba la vuelta a todo cuando iba al Bernabéu.

R. Pero eso es grandeza. Sabía que aquí las cosas eran diferentes y no tenía problema en cambiarlas. A mí me tenía mucho aprecio. Un amigo mío de la plantilla del Barça me contaba que, si yo jugaba, Cruyff decía que sería un partido de 10 contra 10, porque mi marcador solo jugaría para anularme. Cruyff y Beenhakker supieron trasladar la esencia holandesa del juego a la Liga española.

Mi mujer y yo llevamos juntos desde los 16 años. Daría todo lo que tengo por volver a intentar otra vez lo que conseguí. Pero de volverlo a intentar, lo volvería a intentar con ella

P. Una frase de Maradona que abre Fue la mano de Dios, la película de Sorrentino: “Yo hice todo lo que pude, tan mal no me fue”.

R. Jugué contra él cuando estaba en el Nápoles, en el Sevilla, en Argentina. Y tuve mala suerte, o buena, porque nunca le vi bien en esos partidos. Siempre me pareció un hombre nostálgico de otra época que temía decepcionar, esa expectativa gigantesca que tenía por ser él quien era.

P. Hay una definición fabulosa sobre Maradona de Ignacio Pato en un artículo en Panenka: “El hombre que pidió fuera de carta. Donde no sale el precio”.

R. “Diego, Diego, Diego”, todo el mundo con el “Diego” en la boca a su paso. Desde niño. Cuando fui comentarista de Televisión Española me lo encontré en una final en Estambul. No podía ni moverse: “Diego” por aquí, “Diego” por allá. Yo no quise molestarle, bastante tenía. Pero me vio y vino a pegarme un abrazo que fue como cuando antiguamente te abrazaba el Rey, que había que quedarse con los brazos quietos porque el protocolo ordenaba que tú no le podías dar un abrazo a él. En fin, es increíble que llegase a ser Maradona con tantas cosas de Maradona en contra.

P. Una curiosidad. Conoció a su esposa, Mercedes Morales, cuando usted tenía 16 años.

R. Mi primera novia. Tenemos dos hijos y tres nietos [fue abuelo con 49 años]. La conocí porque jugaba con su hermano en el equipo, y salíamos en grupo. Un día me atreví y le pedí para salir.

P. Y le dijo que sí.

R. No: me dijo que no. Pero esas vacaciones mi madre coge el teléfono y me dice: “Que te llama Merche”, y hasta hoy. Miro atrás y pienso que daría todo lo que tengo por volver a intentar conseguir otra vez todo lo que conseguí. Pero de volverlo a intentar, lo volvería a intentar con ella.

P. El secreto.

R. No sé si hay secreto. Nuestra gran virtud es que en la raíz somos idénticos, pero en el tallo y en las hojas hemos ido cambiando, y eso nos ha hecho valorar muchas más cosas del otro.

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