¿Cuánto vale una vida humana?

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Los seres humanos estamos acostumbrados a ponerle valor a todo. Constantemente, modificamos, alteramos y tomamos decisiones sobre nuestras vidas en función del precio de las cosas. Por esa razón, estamos muy acostumbrados a hablar del valor de las cosas. Lo barato o caro que nos cuesta un billete de avión, la rebaja que logramos en el precio de la vivienda, el precio de un máster o de un curso de inglés. También las promociones y descuentos, somos adictos a los descuentos. El precio es una palanca de decisión fundamental en nuestras vidas, hacemos o dejamos de hacer cosas en función de lo que cuestan.

También tiene precio la tierra, el agua, el cielo. Y hasta las estrellas se pueden comprar.

Aparentemente todo tiene un valor, pero ¿tiene precio la vida humana? ¿Cuánto vale lo más preciado y sagrado que tenemos? La respuesta a la primera pregunta es sí y duele reconocerlo. La respuesta a la segunda es: depende del lugar en el que hayas nacido o vivas.

Si hablamos de quitarla, el precio oscila entre los 20 euros, que puede costar contratar un sicario en algunos países de Centroamérica, hasta los 3.000 o 4.000 euros que puede costar encargar un asesinato en países europeos. Hay mafias que se dedican a esto, que tienen sus tarifas, su competencia, su marketing y sus estándares de calidad. Es aterrador comprobar como algunos de estos asesinos se publicitan en las redes. Si su negocio prolifera es, sin duda, porque no les faltan clientes. Hay mucha gente dispuesta a pagar por acabar con la vida de otra persona.

Si hablamos de someter la vida también encontramos un interminable rango de precios. Por un puñado de euros, las organizaciones que se dedican a la trata de personas ofrecen pasar un rato con mujeres, muchas veces menores de edad, que se ven forzadas y sometidas a este tipo de esclavitud. Las mafias que se dedican al tráfico de personas hacen su agosto dada la ambigüedad y la cantidad de vacíos legales que existen. El aberrante turismo sexual llena constantemente el sudeste asiático de consumidores depravados que buscan satisfacer sus más primitivos instintos sexuales a un precio muy reducido. Según algunos estudios, se calcula que en la actualidad más de 25 millones de personas alrededor del mundo sufren algún tipo de esclavitud, esto se traduce en trabajos forzados, explotación o tráfico de personas. Es equivalente a la mitad de la población que vive en España. Cometemos un grave error si pensamos que la esclavitud es un asunto del pasado, quizás muchos ya no llevan una bola de acero atada con una cadena al tobillo, pero su privación de libertad es exactamente la misma.

Si hablamos de cuidar y proteger la vida, no nos quedamos atrás. En la mayoría de los países europeos existe la cobertura sanitaria pública, pagada a través de los impuestos de todos los ciudadanos, lo que genera cierto nivel de garantía del cuidado de la vida. Pero esta realidad no se repite en muchas otras partes del mundo, dónde la salud pública no existe y los tratamientos orientados a salvar vidas pueden llegar a costar miles de euros, lo que los hace inalcanzables para la mayoría de la población. Por lo tanto, el precio de la salud se convierte en un obstáculo infranqueable, ante el que muchas vidas perecen por no poder comprar estos servicios.

Es aterrador comprobar como algunos de estos asesinos se publicitan en las redes. Si su negocio prolifera es, sin duda, porque no les faltan clientes. Hay mucha gente dispuesta a pagar por acabar con la vida de otra persona.

La medicina nació como un arte, como un instrumento humano para cuidar y prolongar la vida. Según el juramento hipocrático: “En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho de los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia”.

Lo cierto es que ya hemos mercantilizado el acceso a la salud. De una u otra forma, ya hemos interiorizado que la salud tiene un altísimo coste y que resulta imposible financiarla para toda la humanidad. No obstante, gastamos millones de dólares en enviar misiones al espacio, hemos construido las más avanzadas máquinas y la tecnología rompe cada día sus límites, pero aún, cientos de miles de niños mueren al año por diarreas u otras enfermedades fácilmente prevenibles.

Por último, la maravillosa posibilidad de generar vida, también tiene precio. En algunos países europeos, los tratamientos de fertilidad asistida están cubiertos por la sanidad pública, lo que no significa que no hay innumerables clínicas y centros privados de gestación, en los que, por menos de 3.000 euros, podrás pagar los servicios de fecundación y cumplir el sueño de ser madre o padre.

En este mundo que hemos diseñado en torno al dinero, tal es nuestro afán de valorizar todo, que hasta le hemos puesto precio a la vida.

Estamos inmersos de lleno en la cuarta revolución industrial y, una vez más, tendremos la oportunidad histórica de poner al ser humano en el medio de la ecuación, de poner precio solamente a las cosas materiales, y de valorizar la vida como incalculable: como un derecho, como lo más preciado y sagrado que nos es dado y que podemos dar.

La vida humana puede valer dinero, pero nunca jamás tendrá precio.

Rafael Moyano es director ejecutivo de la Corporación Educacional Escuelas del Cariño.


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