Cuidado con anular la competencia

Cuidado con anular la competencia

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Cuidado con anular la competencia. Es el correctivo de un mercado-selva. Solo él lo reconduce a mercado-jardín. Una señal de identidad de la economía europea.

Y de toda la Unión. Los 27 redescubrieron, toreando el Brexit, que su mercado interior es su gran argamasa. Y lo certificaron en la gigantesca operación de los fondos Next Generation, al financiar en común la recuperación pospandemia.

Unos fondos asimétricos. Ayudan más a los menos fuertes, garantizando un mercado interior armónico sin prima artificial a los hegemones naturales, de partida.

Pues bien, esa veneración por el mercado interior olvida a veces sus consustanciales reglas de la competencia: antimonopolios, anticarteles de precios, antiabusos de posición dominante.

Y exhibe, como ahora, resquicios inquietantes. Como ahora. París y Berlín dispensan abierta inquina a la valiente comisaria de la Competencia, Margrethe Vestager. Como se la tuvieron a varios de sus antecesores, sobre todo al enérgico Karel van Miert, por su rigurosa defensa de las normas.

Esos grandes poderes industriales les recriminan que primen la pureza jurídica de la igualdad de acceso al mercado sobre el interés de aumentar el tamaño como base de una política industrial agresiva.

Quizá alberguen algún argumento valioso, como el de reconsiderar cuál sea el mercado a calificar de relevante y si el de la UE no ha quedado pequeño a este efecto.

Pero desde ahí dan un salto mortal a la falacia: el de que el rigor normativo impide a sus industrias adquirir tamaño y economías de escala en el ágora mundial. No fue ese el problema de la finesa Nokia, ni el de la sueca Ericsson, cuando más triunfaban. Y además, Bruselas suele aprobar fusiones. Claro que bajo fuertes condiciones (desinversiones) para que los fusionados no hundan a sus mini-competidores.

Desde que en 2019 vetó la de la francesa Alstom con la alemana Siemens porque habría alumbrado un monopolio de facto en el mercado de señales ferroviarias y material de alta velocidad, el ataque oblicuo de París/Berlín pasó al de bayoneta ceñida.

Desde la pandemia, se ha debilitado temporalmente (con razón) la rígida prohibición de ayudas públicas (“de Estado”) para favorecer la flotación de las empresas (y familias) más dañadas: ya cuentan 674.000 millones de euros. Lo que Berlín aprovechó para lanzar un faraónico proyecto de ayudas de 300.000 millones, una clara distorsión a la igualdad de acceso al mercado.

Ahora la apuesta sube, dado el necesario rearme contra las aristas proteccionistas del Plan contra la inflación de EEUU (subvenciones de 369.000 millones a la transformación verde de la economía, para factorías, productos y componentes producidos en su suelo), contrarias a la OMC. Habrá que combatirlos. Pero no con su mismo error, replicar ese nefasto ensimismamiento. Como algunos pretenden.

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