De niño solo a niño acogido

Una infancia repleta de carencias emocionales, una adolescencia en los márgenes del sistema y el desamparo final a los 18 años, fecha en la que expira la protección constitucional. A esta situación se enfrentan más de 50.000 menores tutelados en España, según datos de 2019 del Boletín de datos estadísticos de medidas de protección a la infancia, el último publicado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030.

Para Majo Gimeno el problema es complejo y, por desgracia, aún desconocido. Desde hace seis años preside Mamás en Acción, una asociación con más de 2.000 voluntarios que tiene entre sus objetivos acompañar a estos niños cuando deben pasar por un hospital. “Es una realidad que te deja en shock, explica esta activista y emprendedora de 43 años en la sede de su asociación, en pleno centro histórico de Valencia. Gimeno afirma que existe una solución al problema: el acogimiento, una figura de protección que integra al menor en una familia, ya sea de forma temporal o permanente. A diferencia de la adopción, en esta alternativa la custodia está en la familia que acoge, pero la tutela es de la administración. “A las familias nos permite dar a uno de estos niños cuidado, cariño, acompañamiento y educación”, afirma.

Mamás en Acción está dando difusión a esta posibilidad y asesora a las familias interesadas en iniciar el proceso. “Que son muchas, muchísimas, más de las que creemos. Pero hace falta información. En España, solo el 14% de los niños tutelados viven en acogida. En Suecia, la cifra llega al 70%”, sostiene Gimeno. Estas son las historias de tres familias que han abierto su casa a un nuevo e inesperado miembro.

En casa de Vicente Rubio, de 77 años y exdirector de banco, y Amparo Arona, de 56 y una de las responsables de Mamás en Acción, vive Mario [nombre ficticio], un niño de cinco años que quizá es el tío más joven de toda Valencia. “Tiene cuatro sobrinos mayores que él. Es muy gracioso”, ríe Rubio, un tipo jovial y autodeclarado maestro paellero. “Hoy somos sus papás, sus hermanos, su familia”, tercia Arona. “Con total normalidad”.

En su casa se aprecian paralelismos con Los Serrano, la mítica serie familiar de la televisión. Son siete y cada uno de su padre y de su madre: la pareja tiene dos hijos biológicos, Rubio tiene dos más de un matrimonio anterior y hace cuatro acogieron a Mario. Fue Amparo Arona quien conoció al niño en el valenciano Hospital de La Fe, donde ejercía de voluntaria en Mamás en Acción. El chaval tenía cuatro meses y ya se enfrentaba a varios procesos quirúrgicos. Amparo reconoce: “Desconocía el mundo del acogimiento. Me topé de bruces con este problema, el de los niños solos. Te remueve muchas cosas”.

La familia biológica de Mario renunció a él. El chico atravesó entonces una larga hospitalización. “Mi hija y yo estuvimos a su lado hasta que le dieron el alta. Se me hacía impensable que un bebé de cuatro meses se fuera a un centro de acogida. Eso me rompió los esquemas”, relata.

Vicente Rubio y Amparo Arona dando un paseo por el centro de Valencia.
Vicente Rubio y Amparo Arona dando un paseo por el centro de Valencia.Jacobo Medrano

En vista de la situación, Rubio y Arona se postularon para un acogimiento temporal –que puede oscilar entre los seis meses y los dos años– y Mario aterrizó en su hogar. Pasó el tiempo y se abrió la posibilidad de convertir en permanente la acogida. “Lo hicimos a ojos cerrados”, enfatiza Vicente.

Aunque la parte médica no ha acabado, “y el niño siempre va a estar cogido con alfileres”, el cambio ha sido radical. “Si hubiera pasado ese primer año en un centro no habría evolucionado como lo hizo en casa”, asegura Amparo. Majo Gimeno concuerda con esta experiencia. Se lo demuestra la relación diaria que tiene Mamás en Acción con pediatras y psicólogos: “Vemos todos los días en el hospital cómo el contacto y el cariño tienen efectos beneficiosos a nivel físico y emocional. Además de la estabilidad que aporta que sean siempre las mismas figuras las que están con los niños”.

Mario es ahora el juguete de la familia. Le gusta la natación y, como cualquier otro niño, tiene mamitis, algo que no se negocia. “Sigue las mismas reglas que sus hermanos”, incide Rubio. “Es uno más y le queremos por lo que es, como a nuestros otros hijos”. Pronto celebrará su quinto cumpleaños en una piscina de bolas y compartirá videollamada con todos sus sobrinos. Amparo Arona insta a la gente a informarse sobre la acogida. Para ella ser madre no es solo dar a luz. “Es acompañar y cuidar. Lo otro es un acto biológico”, concluye.

Si el trabajo de Mamás en Acción te ha hecho pensar y tú también quieres acoger o profundizar en su iniciativa

ACTÚA

De la noche a la mañana, María Lorman, periodista de 43 años, y Vicente Perís, trabajador de 48 años de una agencia de analítica digital, se lanzaron a pertrecharse con sábanas, ropa y menaje infantil. Incluso rastrearon a toda prisa Wallapop. La pareja estaba en la lista de espera de acogimiento de la Administración y les comunicaron que dos niños llegarían a su hogar. “Te vuelves un poco loco. Es un acontecimiento”, ríe María. “Te cambian las dinámicas y quieres que esté todo perfecto”.

Padres de un hijo biológico, Nicolás, se aventuraron hace seis años en la acogida porque querían cuidar de alguien más. Lorman es una de las voluntarias de Mamás en Acción y ha visto a muchos menores hospitalizados sin padres a su lado. “Pasa que quieres acogerlos a todos”, afirma. “Me transmitió la idea María. Hay niños que lo necesitan. Lo maduramos y nos lanzamos a ello”, completa Perís.

María Lorman tiene una motivación extra: ella misma creció en una familia de acogida. No se enteró hasta que ya era adulta, cuando hacía las entrevistas para gestionar la llegada a casa de un nuevo miembro. “Jamás lo había pensado pero, cuando mi madre falleció, yo me fui a vivir con mi abuela, lo que se llama acogimiento por familia extensa”, amplía. “Muchos niños nunca van a tener en la cabeza que son de acogida. Y eso está bien porque los niños son niños, sin apellido”.

Vicente Perís y María Lorman fotografiados en el casco histórico de Valencia.
Vicente Perís y María Lorman fotografiados en el casco histórico de Valencia.Jacobo Medrano

Desde entonces, por la casa de la pareja han pasado varios niños de toda edad y condición. La primera experiencia fue una niña de 12 años que estuvo unas navidades. Su hijo Nicolás aún recuerda con cariño a esa pasajera hermana y el atrapasueños que le regaló. Después acogieron a otra niña de cinco años con apego desorganizado, un trastorno que mina la confianza en los adultos. Luego llegaron dos hermanos, de tres y cinco años, en principio para un mes que se convirtió en un año. “Tu vida se pone patas arriba: pasas de ser tres a cinco. Hay que escolarizarlos, enfrentarse a la logística”, asegura Lorman. Su última acogida fue un bebé, hace tres años, una criatura que llegó en sus primeros días de vida y se quedó algo más de un año.

Admiten que hay que tener la piel dura para ser hogar de tantos menores. “Por un lado, cambia tus rutinas. Y por otro, empiezas a crear un vínculo aunque sabes que posiblemente se vayan”, coinciden ambos. “Hay que interpretarlo como un regalo y saber que lo que tú tienes que aportar son cuidados y normalidad”. Las personas que acogen son conscientes de que el niño puede retornar a un centro o su familia biológica. Dejan claro que esta modalidad no es una adopción encubierta. “Hay un inicio y un fin, y el fin es doloroso”, reconoce esta pareja. “Pero en ese tiempo has dado estabilidad y cariño. Y te quedas con eso”.

Aparte de su hijo biológico, hoy con 12 años, y de las múltiples acogidas que han vivido, María y Vicente adoptaron hace pocos meses a una niña que ahora tiene tres años. “Cuando pase un tiempo volveremos a acoger”, concluye María. “Es una forma de vida”.

Un niño solo en el hospital. Sin nadie que le acompañara en la noche. Esa fue la escena que provocó que Majo Gimeno tomara partido y fundara Mamás en Acción. Pero más allá de ese recuerdo, muchos años antes, en su casa se vivió una peculiar odisea que marcaría la filosofía familiar. Sus padres, José Gimeno, enfermero de 62 años, y María Furió, de 63, fueron pioneros en el acogimiento. “Si ahora es algo desconocido, imagínate hace 25 años”, dice Majo. El matrimonio recibió un verano a un niño kosovar recién salido de la guerra. “Venía desnutrido, con tuberculosis. Tenía seis años y pesaba 13 kilos. Era todo hueso. Se acostaba en el suelo. No comía. Hasta que comió”, recuerda María Furió de aquellos primeros días.

El chico alargó su estancia más allá del verano y se recuperó de la tuberculosis. Pero llegó el momento de volver. “Sabíamos que las circunstancias en su casa no eran las ideales para el niño. Y mis padres se propusieron acogerlo permanentemente”, explica Majo. Sacaron los billetes y los tres, padre, madre e hija, se plantaron en una ciudad secundaria de Kosovo.

Estando allí sucedió algo surrealista. Los Gimeno conocieron a otro niño, ciego y dos años menor que el que acompañaban en su retorno. La madre les rogó que se lo llevaran para tratarle en España. “No lo dudamos. Pensamos: ‘Nos lo llevamos, lo operamos y lo devolvemos’”, relatan. “A posteriori vimos que nos engañaron porque el niño no tenía operación posible”.

José Gimeno y María Furió posan en una plaza de Valencia.
José Gimeno y María Furió posan en una plaza de Valencia.Jacobo Medrano

Los padres biológicos de ambos niños kosovares aceptaron que se marcharan con la familia de Majo a España. En Valencia iniciaron el proceso legal de acogimiento permanente y en la actualidad son dos de sus cuatro hijos. La cuarta es Alicia Gimeno, la hija mayor de la familia y una voluntaria muy activa de Mamás en Acción. “Dos más de la familia”, explica Gimeno padre. “Cuando llegaron a Valencia fue algo exótico, sí. Todo el mundo se volcó para bien”, rememora Majo.

Hoy el mayor trabaja en una fábrica de plásticos. El menor es emprendedor y DJ. Y sigue siendo ciego. Recuerdan el día en que se cayó por un terraplén con la bici y alegó que la culpa era de la velocidad y no de su falta de visión. O cuando aprendió a cocinar una tortilla francesa: “Él medía sus tiempos y a veces salía bien y otras, no”, ríe su padre José. “Son críos. Han venido de un sitio que no conocen y hay dificultades. El pasado que vivieron influye. Pero lo hemos conseguido. La vida con ellos ha sido muy bonita”, termina María.

CRÉDITOS

  • Guion y redacción: Jaime Ripa
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