Durísima mansada de la Casta Navarra en su regreso a las plazas

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El tercer toro de la tarde, en el tercio de varas.
El tercer toro de la tarde, en el tercio de varas.A.M.

Una clamorosa ovación, antes y después del paseíllo, recibió a los héroes de luces que aceptaron una gesta que bien podría considerarse histórica: ser los encargados de dar lidia y muerte, un siglo después, a una corrida de la casi extinta Casta Navarra, una de las sangres fundacionales del toro de lidia. Y, aunque el respeto y admiración de los aficionados que se dieron cita en la plaza francesa de Céret se mantuvo a lo largo de todo el festejo, no fue suficiente para endulzar el amargo trago que tuvieron que pasar.

Porque… vaya quinario. Sánchez Vara, Octavio Chacón, Miguel Ángel Pacheco, y sus correspondientes cuadrillas, se encontraron con una durísima mansada de la que afortunadamente, y de milagro, salieron indemnes. Y eso, sin duda, ya es un triunfo.

La primera corrida de la ganadería del navarro Miguel Reta, que llevaba casi 25 años trabajando por recuperar el encaste autóctono de su tierra, tuvo tanto trapío como mansedumbre y dificultades. Complicaciones, seguramente acrecentadas por la edad de los animales: cinco de los que se lidiaron tenían seis años, por lo que sobrepasaban la edad máxima reglamentaria, fijada en cinco.

Un hecho sin precedentes que la Unión de Villas Taurinas de Francia, a petición de l´ADAC (organizadora de la feria), aprobó dado “el carácter histórico de la vuelta de la casta navarra para la lidia a pie después de un siglo”. Eso, y por la dificultad del ganadero de reunir seis reses para una plaza como la de Céret, tras la suspensión de la corrida prevista en 2020.

Y ese año de más se notó. Vaya que si se notó. Los seis astados, nada más salir por la puerta de chiqueros, marcaron sus querencias y demostraron una listeza fuera de lo común. Muy sueltos, se frenaron en seco y echaron las manos por delante cuando los toreros les presentaron los capotes. Después, a casi todos les costó un mundo ir al caballo, y cuando sintieron el hierro sobre sus lomos salieron despavoridos como alma que lleva el diablo.

Un comportamiento que obligó a los picadores a perseguirlos a lo largo y ancho del pequeño ruedo ceretano, en una escena insólita. Aun así, a algunos apenas se les pudo picar, por lo que el presidente sacó el pañuelo rojo, condenándolos a banderillas negras. Hasta en tres ocasiones.

Y ahí comenzó la pesadilla de los banderilleros, que las pasaron canutas para dejar los palos ante los alevosos arreones de los de Reta. Pese a ello, Alberto Carrero y Juan Rojas, hombres de la cuadrilla de Octavio Chacón, protagonizaron uno de los momentos más destacados de la tarde al parear con suprema habilidad y verdad al segundo.

La cosa no mejoró cuando los tres matadores se quedaron solos con ellos en el último tercio. Solo Sánchez Vara, que ejerció con brillantez como director de lidia durante todo el festejo, pudo reposar las zapatillas sobre el ruedo en algunos instantes y dejar algunos muletazos templados. Sobre todo, frente al cuarto, de pavorosos pitones cornivueltos, el más “toreable” del sexteto.

Con lógicas precauciones, y pese al corto recorrido de su enemigo, logró ligar varias tandas de muletazos sobre la mano derecha que resultaron épicas. Muy probablemente habría cortado una oreja, pero pinchó con la espada y todo quedó en una clamorosa vuelta al ruedo.

Otra ovación saludó tras finiquitar al dificilísimo primero, que, al igual que el resto de sus hermanos, no se entregó nunca. Como buen lidiador, consciente de que el lucimiento a base de derechazos y naturales era imposible, Sánchez Vara lo toreó sobre las piernas, lo macheteó y se fue a por la espada.

Menos afortunada fue la actuación de sus dos compañeros. Aunque sus lotes resultaron prácticamente imposibles por su mansedumbre, violencia y mal estilo, ni Octavio Chacón ni Miguel Ángel Pacheco demostraron poseer los recursos necesarios para tan dura prueba. El segundo, más joven y con menos oficio, hizo lo que pudo por no resultar cogido, mientras a Chacón, al que se le vio especialmente incómodo y a disgusto, le acabó invadiendo el pánico. Y no fue para menos…


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