El arte que abre los oídos



Lawrence Abu Hamdan, en la entrega del premio Turner en 2019 en Margate, Inglaterra.Stuart C. Wilson / Stuart Wilson/Getty Images for TLawrence Abu Hamdan (Ammán, Jordania, 35 años) cumple todos los requisitos para ocupar un lugar central en el arte de los próximos años. El trabajo de este ascendente creador, seleccionado en la pasada Bienal de Venecia y galardonado con el premio Turner en 2019, reúne las condiciones necesarias para generar cada vez más interés: surge de la prometedora escena joven de los países árabes, pese a mantener un pie firme en capitales occidentales como Londres y Berlín; habla de los efectos perniciosos que la geopolítica tiene, a veces, en nuestra intimidad, y se inscribe en un formato artístico con tanto futuro como el audio.Las instalaciones sonoras de Abu Hamdan, dotadas de un rotundo subtexto político, le han llevado a protagonizar un ascenso meteórico. Su obra ya forma parte de las colecciones de la santísima trinidad que forman el MoMA, la Tate y el Centro Pompidou. En noviembre pasado, Abu Hamdan ganó en visibilidad mediática al convertirse en uno de los cuatro aspirantes al Turner que solicitaron al jurado del premio que repartiese a partes iguales la dotación de 40.000 libras que acompaña el galardón. Ese gesto contra la obsesión competitiva en el mundo de la cultura fue percibido como un punto de inflexión en el arte contemporáneo, que tal vez empiece a alejarse de los excesos y los alardes de las últimas décadas para entrar en una fase de mayor coherencia respecto a los valores que dicen defender sus adalides. “No sé si soy yo quien debe decirlo”, se excusa con pudor Abu Hamdan, de paso por un París desierto durante sus vacaciones. “Pero es verdad que me alentó que nuestro mensaje tuviese tanta repercusión. Significó mucho para los artistas y los trabajadores del sector cultural. En cambio, la prensa británica nos odió…”, se carcajea, como si eso hubiese sido, en el fondo, otra victoria más.Los centros de interés de este hijo de libanés e inglesa, que dice sentirse “muy árabe y muy británico”, le han llevado a colaborar con frecuencia con organizaciones humanitarias. En 2016, presentó una instalación sobre la cárcel siria de Saydnaya, cerca de Damasco, donde más de 13.000 personas fueron ejecutadas tras la revolución de 2011. Abu Hamdan recreó su interior a partir de los testimonios de los reclusos, que nunca vieron sus contornos reales, ya que permanecían en la prisión en una oscuridad total. La obra era el resultado de un trabajo conjunto con Amnistía Internacional y el colectivo Forensic Architecture, con el que coincidió cuando estudiaba en Goldsmiths, la prestigiosa universidad londinense de la que surgieron los Young British Artists, aunque se sitúe en las antípodas de lo que ellos supusieron en los noventa.Para otro de sus trabajos, The Freedom of Speech Itself, entrevistó a avezados expertos en fonética para demostrar que el reconocimiento vocal realizado en el Reino Unido para determinar el origen de los refugiados no tenía base científica. El resultado fue tan irrefutable que fue citado a declarar como testigo en un juicio sobre el derecho al asilo. En otra obra reciente, Walled Unwalled, con la que fue seleccionado en la Bienal de Venecia y que pudo verse en febrero en La Casa Encendida (Madrid), examinó distintos casos judiciales en los que se obtuvieron pruebas concluyentes a través de paredes y muros, como en el proceso del atleta Oscar Pistorius. Pese a todo, Abu Hamdan rechaza la etiqueta de activista que tantas veces le cuelgan. “No me incomoda esa palabra, pero eso no es lo que hago. El activismo consiste en hacer que la gente baje a la calle. Es un trabajo que no siempre está suficientemente reconocido y del que muchos artistas se apropian alegremente”, se explica Abu Hamdan. “Mi primer impulso siempre es político, pero mi forma de expresarme no deja de ser la práctica artística y estética”.Desde 2019, reside en Dubái, curioso destino para un artista que suele incomodar a los censores por las verdades incómodas que enuncian sus obras. “La censura no es exclusiva de los Emiratos. Hace poco me cancelaron un proyecto en el Reino Unido porque usaba la palabra Palestina. En el clima político británico actual, se considera antisemita”, protesta Abu Hamdan. “No me ha invitado nadie. Estoy allí para hacer mi trabajo. Si tengo algo que decir, no seré tímido”, asegura. Antes, vivió cuatro años en Beirut, donde sigue residiendo parte de su familia y donde conoció a su mujer. “La situación es terrible, pero al menos ahora somos conscientes de la gravedad de la corrupción y la negligencia criminal que hay en ese país”, dice el artista, mientras se esfuerza en recaudar fondos para asociaciones humanitarias y bancos de comida.Durante el confinamiento, Abu Hamdan ha trabajado en dos nuevos proyectos. Uno es una instalación sobre la reencarnación realizada junto a un joven libanés –”el primo de mi primo”–, que dice ser la versión resucitada de un niño soldado que falleció durante la Guerra Civil en Líbano. El otro es una investigación sonora de los juicios de Núremberg, que indaga en el papel de los intérpretes. “Para traducir a los acusados, contaban con dos luces, una amarilla y otra roja. La primera servía para pedirles que hablaran más lentamente y la segunda, para que repitieran una frase. Cuando se iluminaban, los nazis aceleraban todavía más. Los rusos, en cambio, se bloqueaban”, relata con un entusiasmo casi infantil sobre una nueva instalación que desvelará en noviembre en la ciudad alemana, a la espera de otros proyectos de envergadura que la pandemia ha dejado en suspenso.


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