El buen final

Angela Merkel, a su llegada este domingo a la sede de la CDU en Berlín.
Angela Merkel, a su llegada este domingo a la sede de la CDU en Berlín.INA FASSBENDER / AFP

Lo difícil es terminar bien. Más difícil todavía es abandonar el poder, sobre todo cuando los mandatos no tienen límite. Es alto el riesgo de convertir el oficio de gobernar en una adicción de la que solo se sale a rastras y encima con graves secuelas, como si se hubiera contraído una enfermedad incurable.

No ha sido el caso. A pesar de su larga estancia en la cancillería, 16 años, tantos como Kohl y más que Adenauer, Angela Merkel termina bien. Sin traspiés ni derrota. Sin crisis de gobierno ni de coalición. Sin escándalos. Excepcional y admirable.

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No termina tan bien su partido, que ha tenido que cambiar de caballo en mitad de la carrera, ha perdido ocho puntos y no llega primero a la meta. Merkel deja un país en condiciones correctas, incluida la vida política, al menos comparativamente, pero no ha podido evitar la fragmentación que obliga a una incierta y quizás inestable fórmula de coalición con tres fuerzas.

Es un cambio en cualquier caso, aun cuando solo la trabajosa coalición que exigirán esos resultados tan ajustados nos dirá en qué grado e incluso si viene acompañado de alternancia en la cancillería. El votante lo quería todo, el cambio y la continuidad, manteniendo la parte del merkelismo más apreciada.

Esta es la mejor Alemania. La potencia que antaño daba miedo, ahora da seguridad, especialmente económica e incluso moral, cuestiones en las que la mano de Merkel ha sido decisiva. Siendo la mejor Alemania, será difícil que mejore, e incluso puede empeorar, especialmente de cara al exterior.

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Hay una cuenta pendiente que ya planteó hace diez años Radoslav Sikorski cuando era ministro de Exteriores de Polonia y aseguró que más que el poder alemán temía la inacción de Alemania. Un reciente sondeo del European Council on Foreign Relations (Más allá del merkelismo: qué esperan los europeos de la Alemania post electoral, septiembre 2021), señala que los europeos confían en Alemania cuando se trata de la defensa de sus intereses económicos, las libertades y el Estado de derecho, pero se muestran muy escépticos cuando se trata de su capacidad para liderar a Europa en su relación con los grandes poderes globales.

La ausencia de la política internacional de la campaña electoral, en un momento tan tormentoso como el actual, cuando coinciden la retirada de Afganistán, la nueva alianza entre Estados Unidos, Australia y Reino Unido y una incipiente guerra fría, es la inquietante confirmación de las razones de esa desconfianza europea. Las encuestas, para postre, señalan que los alemanes empiezan a estar cansados de un liderazgo europeo que propiamente ha sido siempre reluctante y en el frente exterior apenas ha existido.

El relevo de Merkel no será un buen final si le sigue el diluvio. Si su sucesor también hace merkelismo de cara al mundo global y no resuelve la cuenta pendiente con la política exterior y de defensa europea, es notable el peligro de que su legado se disuelva en la lluvia.

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