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El doctor Anthony Fauci cuelga la bata después de dar la batalla contra el coronavirus en Estados Unidos

El doctor Anthony Fauci cuelga la bata después de dar la batalla contra el coronavirus en Estados Unidos


Anthony Fauci, en un acto en la Casa Blanca en abril de 2020, en los primeros días de la pandemia.Patrick Semansky (AP)

En una de las primeras llamadas que hizo como presidente electo, Joe Biden pidió al doctor Anthony Fauci que, además de dirigir el equipo médico de la Casa Blanca, se pusiera al frente de un grupo especial contra la covid-19. El epidemiólogo y Biden se conocían, habían coincidido cuando el demócrata fue vicepresidente durante el segundo mandato de Barack Obama y el médico daba respuesta a otras crisis, las del zika y el ébola. Fauci no era ningún desconocido para Biden, pero sí para la opinión pública, que puso cara al probo funcionario a causa del coronavirus. En medio siglo largo de carrera, ejercida a lo largo de siete Administraciones de ambos signos políticos, solo había saltado a los titulares cuando Donald Trump intentó empañar su crédito, en 2020.

Fauci, de 81 años, ha confirmado este lunes su retirada en diciembre —cumple 82 años el 24 de ese mes—, para dedicarse a “otra fase de su carrera”. Ya anticipó en julio que lo dejaría al término del mandato de Biden, una vez que la pandemia parece encarrilada como una nueva realidad “estable”. El demócrata le ha despedido con un comunicado que rezuma aprecio y consideración. Pocos científicos han tenido el impacto en las políticas de salud pública de Fauci, que ha pasado más de cinco décadas en el Instituto Nacional de Salud. Ahora, el doctor italoamericano deja el cargo de principal asesor médico de la Casa Blanca y el de director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, que ha dirigido durante 38 años. También la dirección del laboratorio de este organismo.

En 2020, Fauci aguantó estoicamente el chaparrón de descalificaciones de Trump sobre el coronavirus. Impertérrito, aún se recuerdan sus réplicas, con argumentos científicos en la mano, al republicano, que llegó a insinuar su intención de despedirle. “La gente está harta de Fauci y todos esos idiotas”, dijo Trump en la recta final de su mandato, tildándole de desastre y criticando su veteranía como si fuera un lastre: “Es un buen tipo, pero lleva 500 años en la Administración”. Varios congresistas republicanos recordaron la entrega incondicional de Fauci desde la presidencia de Ronald Reagan. “Si más estadounidenses escucharan sus consejos, tendríamos menos casos de covid-19 y sería más seguro volver al colegio y al trabajo y a los restaurantes”, dijo entonces el senador Lamar Alexander. Lo mejor del rifirrafe es que ni siquiera el airado Trump pudo despedirlo, porque es un funcionario de carrera, no un cargo público. Por eso quien primero salió de la Casa Blanca fue Trump, no el especialista en inmunología.

La llegada de Biden a la Casa Blanca fue un alivio para el médico, una figura cotidiana y amable, siempre dispuesta, tanto para los periodistas como en los círculos científicos; su incansable faceta divulgativa le asomó al hogar de millones de estadounidenses con grandes dosis de pedagogía, en un contexto en el que la lucha contra el coronavirus no era solo un desafío científico, sino un arma arrojadiza cada vez más peligrosa. La polarización de EE UU halló en la emergencia sanitaria uno de sus campos de batalla, con el bando republicano entregado en buena parte al negacionismo porque veía en él un símbolo del confinamiento y el uso de mascarillas.

Con la campaña de vacunación, redoblaron sus críticas y no faltaron quienes acusaron al laboratorio que dirige de extrañas connivencias con China (para los republicanos, el origen del virus). El senador Rand Paul, peso pesado del partido, le acusó hace un año de mentir acerca de las investigaciones del laboratorio y Fauci le contestó: “Si alguien miente aquí, es usted”. Una frase gruesa dirigida a un legislador, con pocos precedentes en la retórica institucional. Los republicanos más recalcitrantes amagan con investigarle si logran el control del Congreso en noviembre, pero para entonces Fauci ya estará de salida, sin puertas giratorias a la industria farmacéutica, como algunos, también republicanos, apuntan maliciosamente.

La gestión de la pandemia era la principal preocupación de los estadounidenses en otoño de 2020 y, tras ganar las elecciones, el demócrata Biden depositó en Fauci toda su confianza. “He podido llamarlo a cualquier hora del día para pedirle consejo mientras abordábamos esta pandemia única en una generación. Su compromiso con el trabajo es inquebrantable y lo hace con un espíritu, una energía y una integridad científica incomparables”, ha recalcado Biden sobre el trabajo de Fauci al frente del equipo especial creado por la nueva Administración para luchar contra la covid.

Sobrevivir a siete presidentes con el prestigio intacto está al alcance de muy pocos. Galardonado con la medalla presidencial de la Libertad en 2008 por George W. Bush, el máximo honor civil del país, Fauci ha navegado todas las crisis de salud pública causadas por virus en el país, desde la del sida a la de la covid, del zika y el ébola a varios brotes de gripe aviar. Por eso, a juicio de Biden, “Estados Unidos es más fuerte, más resistente y más saludable gracias a él”. El mandatario ha recordado también que la contribución de Fauci no solo ha salvado vidas en el país, sino “en todo el mundo”.

“Mientras tenga salud, que la tengo, y me apasione lo que hago, que es el caso, quiero hacer algunas cosas fuera del ámbito del Gobierno federal”, explicó este domingo Fauci en una entrevista. Por ejemplo, habló de usar su experiencia y conocimientos de salud pública para “con suerte, inspirar a las jóvenes generaciones más jóvenes”.

Gracias en buena parte a la tarea de Fauci durante la pandemia, y al éxito de la campaña de vacunación, la prevalencia del virus en EE UU arroja hoy datos confortables: un descenso del 19% en nuevos casos y del 7%, en hospitalizaciones y fallecimientos, según el cómputo diario de The New York Times. Para el científico, no son buenas noticias: “No me hace nada feliz que aún tengamos 400 muertes al día; espero que en los próximos meses, las cosas mejoren”. Otra epidemia nueva, la de la viruela del mono, que ha sido declarada emergencia sanitaria por Washington, trae de cabeza a las autoridades sanitarias y ha obligado a desviar atención y recursos, incluso al cierre de centros de vacunación contra la covid-19.

Fue la pandemia, de la que por cierto tampoco se libró, al contagiarse en junio, la que catapultó a la fama a Fauci. Ni siquiera la solemne imagen de Bush hijo imponiéndole la medalla de la Libertad en 2008 le granjeó la popularidad que el coronavirus le trajo. Seguro que habría sido más feliz en la zona de sombra de la investigación, fuera del alcance de los focos, como se planteó hacer, dicen, cuando Biden relevó a Trump en la Casa Blanca. No lo hizo por sentido del deber, aun a costa de arrostrar protección por las amenazas a él y a su familia. Fauci cuelga ahora su eterna bata blanca, porque, como dijera en julio, “si espero a que desaparezca la covid, cumpliré 105 años”.


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