El dolor compartido de Traspinedo por la desaparición de su vecina Esther


El habitualmente tranquilo Traspinedo (Valladolid, 1.100 habitantes) se ha convertido en un pueblo de los que salen en las noticias. Ojalá no fuese así, lamentan los vecinos en las calles, donde abundan desde hace 12 días los carteles que muestran a la desaparecida Esther López de la Rosa, de 35 años. Los últimos que la vieron fueron unos amigos y no hay rastro ni de ella ni de su señal telefónica. La Guardia Civil ha detenido a un hombre por su presunta relación con unos hechos que han devastado los ánimos de una población que conoce bien a la mujer y a su familia.

Una piña de reporteros aguarda junto a una urbanización cercana a la localidad, al lado de la carretera nacional N-122. Las viviendas unifamiliares se encuentran entre enormes pinos regados por el cercano río Duero. Un lugar perfecto para estar tranquilo, como define un residente, si no fuese porque la Guardia Civil lleva desde el sábado analizando el hogar de Ramón, apodado El Manitas, como principal sospechoso de la desaparición “forzosa” de López. El despliegue se ha ido ampliando tras unas primeras investigaciones centradas en el hogar de este hombre, de unos 40 años. Por allí se encuentran efectivos de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, que han recurrido a buzos para buscar en el cauce posibles pistas sobre la vallisoletana. Los drones peinan los enormes pinares de las proximidades mientras los perros Dylan y Bill acompañan a los policías que, junto al arrestado, analizan cada palmo de este chalé, cuyas ventanas han cerrado escrupulosamente, en busca de pistas. Los vecinos, por orden de las autoridades, no hablan.

Uno de los agentes que custodia la vivienda confirma que llegaron a esta persona después de lo que parecía una maniobra de distracción: según la persona que informó a los guardias, Ramón le dijo que él había hablado con López días después de su desaparición. El teléfono de ella lleva desconectado desde aquel día, de ahí las sospechas de los investigadores. El varón, según los vecinos, no se relacionaba mucho con su entorno pero sí tenía episodios desagradables en el expediente. La historia más conocida sobre sus arrebatos ocurrió hace un año en el cercano bar La Maña, donde atacó a un hombre con un cuchillo y le causó heridas en un brazo antes de ser reducido.

La investigación debe dilucidar quién ha causado la desaparición de López, que pasó la noche del 12 de enero con unos amigos viendo un partido de fútbol y que, tras una pequeña discusión con ellos según fuentes conocedoras del caso, pidió que la dejaran junto a la carretera que da paso a la urbanización donde reside el detenido. Por allí avanza un coche, al que el revuelo de prensa y vehículos policiales hace dudar cuando se dirige hacia el camino que conduce a la zona analizada. La conductora se gira y le pregunta a un guardia civil por el estado del perro de Ramón: ella es su expareja y acude, preocupada por el can, para saber si le han dado pienso. La mujer, de acento brasileño, rechaza hacer declaraciones antes de dar media vuelta, pero sí asegura que se ha “quedado sorprendida” ante las acusaciones vertidas: “Es el padre de mis hijos, no es mala persona”.

Otro parecer se siente en Traspinedo, donde históricamente los rótulos y carteles simplemente destacaban el lechazo que se come en los restaurantes locales. Un carnicero, apenado, declina hablar porque conoce a Esther López y sus amigos le han pedido que no hagan muchas declaraciones para intentar mantenerse tranquilos. Elena Aguado, que pasea por las calles, expresa su dolor por lo “horrible” de lo ocurrido y cómo puede afectar a los padres de joven, muy conocidos en el pueblo. Él procede de allí de toda la vida y la madre nació en Cogeces del Monte. “Se ha criado aquí, estamos todos con mucho disgusto, lamenta la mujer. Las batidas populares por los pinares no han conseguido pista alguna que conduzca a su vecina. El agua del Duero, que cruza por esa zona, se encuentra a unos seis grados.

Otra residente en Traspinedo, que prefiere no dar su nombre, asegura que la principal complicación de la búsqueda se encuentra más que en los pinares, extensos pero despejados, en el río y su ribera, donde crece descontrolada la maleza. “Ella es de aquí de toda la vida, vivía con su familia y hacía mucha actividad por las calles”, indica la mujer. Su rostro se tuerce al hablar de Ramón, de estatura media y unos 40 años, de quien considera que “imponía, no por su corpulencia o tamaño sino por la actitud, era de trato difícil”. Dos jóvenes que pasean por Traspinedo expresan su disgusto por la desgracia que ha sobrecogido al lugar. “Pocas personas más simpáticas y sonrientes vas a encontrar que ella”, afirman, sin imaginarse siquiera el dolor que puede consumir a esa familia si ya el pueblo está compungido. “Ella es un cielo, ojalá se sepa algo cuanto antes”, concluyen, antes de dirigirse a la plaza del pueblo, adornada con una señal pintada de morado que pone “Stop maltrato” contra la violencia machista. Cerca, otro mensaje cuelga de una pared: “Provocando dolor y sufrimiento no arreglas nada”.

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