El enigma Cerrón, la presencia incómoda de Pedro Castillo

Vladimir Cerrón (derecha) y Pedro Castillo en un evento en Junín, Perú, el pasado 29 de marzo.
Vladimir Cerrón (derecha) y Pedro Castillo en un evento en Junín, Perú, el pasado 29 de marzo.PERÚ LIBRE

Solventadas con éxito las elecciones más duras de la historia reciente de Perú, Pedro Castillo tiene ahora que resolver los problemas de casa. El mayor de ellos tiene nombre y apellido: Vladimir Cerrón. El sueño de Cerrón, exgobernador de una región entre los Andes y el Amazonas, era enfundarse la banda presidencial, una belleza de seda en alto relieve bordada a mano con hilos bañados en oro. Sus problemas legales, sin embargo, le obstaculizaron el camino. La justicia le vetó la candidatura. En su lugar colocó al frente de su partido, Perú Libre, a un profesor de escuela carismático que en una campaña pueblo por pueblo, plaza por plaza, fue ganando adeptos poco a poco. Quizá ninguno de los dos imaginó llegar tan lejos. El triunfo de un matrimonio de conveniencia. El caso es que están aquí, con Castillo a horas de ocupar el Palacio de Gobierno.

De la relación entre ambos dependerá en buena medida el rumbo que tome el nuevo Gobierno. Durante toda la campaña, Cerrón ha sido una presencia incómoda para Castillo. El profesor llevaba una clara ventaja frente a Keiko Fujimori a tres semanas de las elecciones que intentó agrandar para asegurarse la victoria. Moderó su discurso populista de izquierdas, antiestablishment y en contra de la inversión extranjera, para atraer a la clase media urbana que vive en Lima, la capital. Cerrón, al que el Jurado Nacional de Elecciones no le dejó postular ni como vicepresidente segundo en la candidatura de Castillo, no se movió ni un milímetro. Sus proclamas radicales en Twitter sirvieron para que las élites de Perú se movilizaran y lanzaran una campaña muy agresiva para infundir entre el electorado el temor de que un régimen parecido al de Venezuela estaba por llegar.

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Vladimir es hijo de Jaime Cerrón Palomino, un vicerector y profesor universitario de filosofía que fue secuestrado y asesinado por militares en 1990. Las autoridades creían que era uno de los ideólogos de Sendero Luminoso, un grupo terrorista de tesis maoístas que estuvo activo durante esos años. La vinculación de Cerrón Palomino con Sendero nunca ha sido probada. Vladimir, más tarde, se formó como neurocirujano en Cuba. De ahí regresó con el Che Guevara como referente. En Huancayo, la capital de Junín, ejerció su especialidad, y se ganó el respeto de sus pacientes.

El pulso entre Castillo, el presidente, y Cerrón, el dueño del partido sin asignación en el Gobierno, está por librarse. Los 37 congresistas que tiene la formación se dividen entre afines a uno u otro. Cerrón se presenta a sí mismo como marxista-leninista y hace gala de ello. En 2019 asistió a un evento de Nicolás Maduro en Caracas. Más tarde comentó: “Para mí (Venezuela) es una democracia, (el régimen) viene del voto popular”. En este punto choca con Verónika Mendoza, una política más moderada que también apoya a Castillo. Ella no ha dudado en tachar de dictadura al Gobierno de Maduro. Cerrón no cree lo mismo, e hizo crecer la polémica cuando en octubre, durante un conversatorio, dijo esto: “La izquierda tiene que aprender a quedarse en el poder”.

Su tío, hermano de su padre, es un prestigioso lingüista, Rodolfo Cerrón Palomino. “Simpatizo con su causa, no apruebo todas sus posturas”, dice el tío por teléfono. Eso sí, cree que hay una campaña en su contra. “Tienen obsesión. Han querido anularlo políticamente, lapidarlo judicialmente con una serie de patrañas injustas contra él”, continúa.

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Se refiere a la condena de cuatro años y ocho meses de prisión y un año de inhabilitación para ejercer cargo público que le impusieron en 2019 por corrupción cuando era gobernador de Junín, entre 2011 y 2014. Al poco tiempo de estar en prisión, un juzgado le varió la pena y salió en libertad. Le sentenciaron por ampliar el plazo de una obra pública contratada a una empresa para que esta pudiera cobrar 300.000 dólares más por acabar los trabajos. Nunca se terminó.

Su carrera política es un rosario de polémicas. En 2018 su partido presentó a la alcaldía de Lima a Ricardo Belmont, un político trasnochado y xenófobo. Un año después criticó duramente al entonces presidente, Pedro Pablo Kuczynski, por facilitar el ingreso de inmigrantes venezolanos en Perú. “Para nadie es un secreto que la inmigración súbita es una amenaza para cualquier estado en el mundo”, afirmó en una entrevista al diario El Comercio.

No parece más tolerante con los derechos LGTBI. Se ha referido a ellos con desprecio: “Estamos obligados a respetar a todos los componentes de la sociedad”. Le parece que los homosexuales “no deben exponerse” frente a menores de edad. “De cinco a once años son una maquinaria de imitación”, dijo. En este tema aseguró coincidir con las políticas de Vladimir Putin, el presidente ruso.

La paciencia de Castillo con las intromisiones del neurocirujano no ha sido infinita. Harto de que le preguntaran por sus injerencias, el 25 de mayo dijo: “Acá las decisiones las toma Pedro Castillo y las toma el pueblo; el señor (Vladimir) Cerrón está impedido judicialmente y no lo van a ver ni siquiera de portero en ninguna de las instituciones del Estado”.

En 2019, de cara a las elecciones parlamentarias del año pasado, las posturas retrógradas de Cerrón hicieron fracasar una posible alianza entre su partido y el de Verónika Mendoza, Nuevo Perú. La izquierda más moderada y tolerante. Castillo ha sumado a la propia Mendoza y a otros políticos de su cuerda, como el economista Pedro Francke, a su causa. Cerrón tirará del otro lado de la cuerda para tratar de influir en Castillo. El temple del profesor Castillo se pondrá a prueba.

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