El granjero que susurraba al oído de los demócratas



El primero en aparecer fue Beto O’Rourke. Era una mañana soleada de verano, y las vacas pastaban en estas colinas hoy cubiertas de nieve de la granja Coyote Run, en el condado de Warren. El granjero, el candidato, y una nube de periodistas esquivando boñigas. La estampa se repite cada cuatro años en Iowa, el Estado rural donde empiezan las primarias de los partidos. Suele ser la típica charla ligera. Ceño fruncido, ademán de escuchar con interés, y vuelta a la carretera. Pero Matt Russell, de 50 años, tenía un discurso inusualmente elaborado.
O’Rourke, que llegó a Coyote Run después de leer una tribuna en The New York Times firmada por el granjero y un amigo periodista, se quedó por el camino de las primarias. Pero después vinieron Joe Biden, Pete Buttigieg, Elizabeth Warren, Tom Steyer. Todos se pasaron por la granja de Matt Russell.

El particular sistema electoral estadounidense facilita que las iniciativas locales salten al debate nacional. Al día siguiente de hablar con Russell, O’Rourke cambió su programa para adoptar las propuestas del granjero. Relativamente perdidos en el tema agrícola pero motivados por la acción medioambiental, ocurrió que todos los candidatos que hoy lideran la carrera acabaron introduciendo las ideas de Russell sobre agricultura y medio ambiente en sus programas. El granjero fue invitado a testificar ante el comité de medio ambiente del Congreso. Sus estrategias, fraguadas en reuniones con granjeros de Iowa montadas por la modesta organización medioambiental que dirige, se trataron en seis de los siete los debates televisados de los candidatos demócratas.
Hace tiempo que Russell, quinta generación de una familia de granjeros de Iowa, comprendió que la agricultura necesita una transición hacia prácticas más sostenibles. No solo reducir las emisiones de carbono de sus operaciones, sino capturar más carbono de la atmósfera. Algo así como contemplar los servicios medioambientales como un producto más que producen las granjas, y obtener rendimientos económicos por ello.
“En los próximos años habrá muchos recursos destinados a combatir la crisis climática, y eso es una gran oportunidad para los granjeros”, explica. “Durante años se nos ha dicho que esa transición es una amenaza, y que nosotros somos parte del problema. Pero debemos ser parte de la solución. No es una cuestión de si va a suceder el cambio, sino de cuándo y quién lo liderará. Y los granjeros de Estados Unidos estamos mejor situados que nadie para liderar ese proceso”.
Después de un periodo de bonanza, más o menos entre 2007 y 2013, la América rural sufre. El 44% de los granjeros de este Estado se encuentra en una posición financiera vulnerable, frente a un 31% en 2014, según un estudio de la universidad de Iowa. La deuda de las granjas del Estado alcanzó los 18.900 millones de dólares el año pasado y, a nivel nacional, si aproxima a los 431.000 que sumó justo antes de la crisis agrícola de los años 80, la peor desde la Gran Depresión.
Hace cuatro años los granjeros de Iowa escucharon el mensaje proteccionista de Donald Trump. Hoy, el presidente les seduce las bonanzas de los tratados comerciales recientemente firmados con China y con México y Canadá. “¡Comprad más tractores, comprad más tierra!”, les arengaba la semana pasada en un mitin en Des Moines. Su mensaje del miedo al cambio ha conectado con los granjeros. El voto de esa América rural fue decisivo para la victoria de Trump en 2016, y volverá a ser clave en las elecciones de noviembre.
Pero más que un éxito de Trump, sostiene Russell, fue un fracaso de los demócratas. “No han sabido conectar con la América rural” explica. “Su mensaje a los granjeros era: ‘Estamos aquí para salvaros’. Y ese es un mensaje terrible. No comprendían que son los granjeros los que deben liderar este cambio. Los granjeros de Iowa votaron dos veces por Obama y luego por Trump. No es que Trump los ganara, es que los demócratas los perdieron”.
Dos perros acuden enérgicos a saludar al visitante, al que el granjero recibe en la cocina con café recién hecho y una bandeja de deliciosas galletas de chocolate que acaba de sacar del horno. Russell adquirió esta granja con su marido, Patrick Standley, en 2005. Antes de dedicarse al activismo medioambiental, y después estudiar en Francia y de renunciar a la idea de convertirse en sacerdote católico, Russell había trabajado en el centro de derecho agrícola de la universidad de Drake, y fue consejero externo del Departamento de Agricultura durante la Administración Obama. Standley trabajaba con los grandes felinos en el zoo de Des Moines, pero pronto lo dejó para dedicarse a tiempo completo a la granja, que ocupa 44 hectáreas. “Somos la típica granja familiar estadounidenses, con un salario de la granja y otro de fuera”, explica Russell.
Pero en sus campos no hay maíz ni soja, cultivos que ocupan nueve de los 12 millones de hectáreas de terreno agrícola de Iowa. “No hay manera de sostener toda esa producción cada año. Si se incentiva a los granjeros a producir otras cosas, lo harán. Tenemos que salir del modelo de producir lo máximo al mínimo coste”, defiende Russell, cuya granja se concentra ahora en ganado vacuno que comercializan localmente.
Las posturas de Russell se engloban en el término de agricultura regenerativa, con el que se empezó a hablar en los años 80 de un conjunto de técnicas destinadas a mejorar en lugar de mermar la calidad mineral y biológica de la tierra que se cultiva. Que el Gobierno pague por la implementación de esas prácticas no es algo descabellado, si se tienen en cuenta, por ejemplo, los 28.000 millones de dólares en paquetes de ayuda a los granjeros que la Administración Trump ha destinado en los dos últimos  años a neutralizar el impacto de los aranceles de su guerra comercial con China. Se trata, explica Russell, de derivar esos recursos hacia incentivos medioambientales.
Son ideas, como todas las dirigidas a cambiar un modelo económico hacia otro más sostenible, que tiene enemigos muy poderosos. “Igual que sucede en el sector de los combustibles fósiles, si hacemos lo que recomiendan los científicos estamos ante una disrupción de la cadena de suministro, que ahora controlan unas pocas grandes corporaciones”, explica Russell. “Por eso invierten tanto en tratar de ralentizar el cambio, y una estrategia clave para ellos es evitar que los granjeros lideren ese cambio. Los granjeros tienden hacia el escepticismo ante la crisis climática porque se ha invertido mucho en eso”.
Pero Russell asegura que “hay cientos de miles de granjas dispuestas a participar en esa transformación”. Que muchos comprenden que hay una oportunidad y que pueden utilizar su peso político para liderar el cambio. “A los granjeros se nos respeta”, explica. “Nuestra voz política es mayor que la que correspondería a nuestro peso demográfico. Por eso es importante que volvamos a ser parte de la conversación. En los próximos cinco años vamos a ver mucho desarrollo en soluciones climáticas y la agricultura será necesariamente parte de eso. Solo espero que los granjeros estadounidenses lideremos ese cambio”.


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