El lector más irreverente de la literatura en español se llama César Aira

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Ninguno de los numerosos malentendidos y contradicciones en torno a las vanguardias parece más profundamente opuesto a su naturaleza que su transformación en contenido museístico, la absorción en un campo de lo normalizado y establecido que los vanguardistas siempre rechazaron, como rechazaron todo lo que los precedía y las convenciones sociales que determinaban el “buen gusto” en su época. Ni siquiera las revoluciones artísticas parecen poder escapar de la museificación, sin embargo; y la prueba más reciente de ello es que la obra de César Aira (último o penúltimo capítulo del libro de las vanguardias, al menos en español) empieza a recibir el mismo tratamiento: a los innumerables trabajos académicos de mayor o menor extensión dedicados a una obra también prácticamente interminable (y que, como recuerda María Belén Riveiro, editora de La ola que lee, superaba ya los cien títulos hace tres años) se les han sumado recientemente los premios Roger Caillois y Formentor, la creación de la Biblioteca César Aira en Literatura Random House, el reconocimiento internacional, la recopilación a cargo de Juan Pablo Villalobos de Diez novelas (entre ellas las imprescindibles Cecil Taylor, La costurera y el viento, El volante y, en especial, el Diario de la hepatitis) y el diccionario de invenciones que Ariel Magnus compiló en Ideario Aira, etcétera.

Muy poco de todo esto casa con una literatura tan idiosincrática como la de Aira: heterodoxa, sólo aparentemente ligera, rupturista, osadamente reivindicativa de las fuerzas de la imaginación y del relato en un marco histórico en el que el papel que la literatura de ficción ocupa en el mundo es más y más reducido, victoriosamente ajena a demandas de cuya satisfacción dependen el “éxito literario” y la obtención de ciertos premios, ni la obra de Aira ni su autor (véanse sus entrevistas) parecen sentirse cómodos en las aguas poco profundas del consenso. Que César Aira es uno de los escritores en español más importantes del mundo y uno de los que mejor piensa la literatura (como se nos dice no del todo erróneamente en la contraportada de La ola que lee) empieza a ser un lugar común, pero su obra continúa siendo, en buena medida, inaccesible, deliberadamente dispersa como está en editoriales pequeñas y revistas de escasa circulación.

La ola que lee combate esa dispersión de la obra de Aira en lo que hace a sus artículos y a las reseñas publicados entre 1981 y 2010, un período que su editora divide en tres capítulos: el primero (1981-1990) encuentra al autor participando de las discusiones de la época, reivindicando a escritores como José Bianco, Emeterio Cerro y (especialmente) Osvaldo Lamborghini, definiendo el Boom latinoamericano como “simulacro literario” y hablando de un interés por la literatura brasileña no muy extendido en el país en ese momento; el segundo (1991-1999) reúne ensayos más extensos que Aira publicó en revistas académicas y en los que, junto a la recuperación de autores como Manuel Puig y Roberto Arlt, esboza algunos de los elementos centrales de su obra; el último (2000-2010) lo muestra escribiendo (en Babelia, entre otros medios) sobre arte contemporáneo, Marcel Duchamp y John Cage y el gesto radical de las vanguardias, clave de lectura por excelencia de su obra.

Los escritores argentinos César Aira y Fogwill, en Barcelona en 1998.
Los escritores argentinos César Aira y Fogwill, en Barcelona en 1998.Joan Guerrero

Una de las cosas que más impresiona de La ola que lee es que, aunque las divisiones que propone Riveiro son apropiadas y necesarias, las ideas de Aira sobre la literatura (y sus preferencias) las transgreden y parecen haber estado por completo desarrolladas cuando éste comenzó a escribir: la obra de Julio Cortázar es irregular; la novela argentina es “una especie raquítica y malograda” a la que le falta pasión; los escritores más grandes son los deliberadamente menores, los ocultos; los contemporáneos de relevancia son Fogwill, Alberto Laiseca y Puig; hay tres maestros y estos son Lamborghini (“el más argentino de los escritores argentinos”), Néstor Perlongher y Arturo Carrera, etcétera. Naturalmente, el repertorio de referencias se amplía con el tiempo (Witold Gombrowicz, Copi, Raymond Roussel, Zola, Borges, Mário da Andrade, Kafka, Jun’ichirō Tanizaki, Braulio Arenas, Fernando Vallejo, Pablo Katchadjian, Magritte), pero, en sustancia, da la impresión de que Aira ya lo había leído (y pensado) todo antes de empezar a “ser” Aira. Lo único que tenía que hacer a continuación era trazar la “línea ondulante, elegantísima” que se convertiría en su obra.

Leyendo en 1988 los ensayos reunidos de Severo Sarduy, Aira conjetura que publicarlos todos en un solo volumen no fue una idea “feliz” porque “la excelencia del escolar aplicado se agota en la brevedad” y “una página basta para convencerse”. Una página de La ola que lee, cualquiera de ellas, también basta, pero para convencerse de que Aira es el escolar más indisciplinado de la literatura contemporánea en español, el que desafía con más talento el consenso que construye laboriosamente esa autoridad que exige a los escritores temas, legibilidad, utilidad pública (en una palabra, responsabilidad) y lo hace con una sonrisa muy seria. La ola que lee es una magnífica puerta de entrada a sus temas y sus procedimientos, pero también un muy necesario estímulo para reevaluar el Boom y las obras de Cortázar y Juan José Saer. No hay museo lo suficientemente grande como para que en él quepa Aira, ni su sutil pero radical transformación de la forma en que vemos el mundo, y esa es la principal razón por la que el reconocimiento del que disfruta en este momento es, pese a todo, una excelente noticia para los lectores.

César Aira
Literatura Random House, 2021
333 páginas, 18,90 euros

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