Hasta hace solo unas semanas la curva del coronavirus en el mundo no paraba de ascender. Con algún pequeño altibajo, los casos nuevos diarios de abril subieron con respecto a los de marzo; los del verano superaron a los de la primavera y el invierno ha batido todos los récords. Pero la dirección de la curva ha cambiado. Se encamina hacia seis semanas consecutivas de bajada en diagnósticos y tres en muertes en lo que ya no puede considerarse un artefacto estadístico: se trata de una tendencia clara.
La mala noticia es que, como hemos visto con las curvas en cada país, las caídas no son definitivas. Hasta esta última ola, hablando del virus, todo lo que baja acaba subiendo. Y esto, en opinión de los expertos consultados, es lo que le pasará probablemente al mundo tras la bajada de lo que, sumando todos los datos globales, podría parecer una única ola enorme de lento avance que ahora se retira rápidamente.
Pero referirse a olas cuando se habla de las tendencias globales no tiene mucho sentido, como apunta Daniel López Acuña, que fue director de emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS). “Cuando sumas las oscilaciones de muchos países, las bajadas de unos se solapan con las subidas de otros y en el sumatorio, en un gráfico, se aplanan las tendencias. El virus se mueve por ondas, como hemos visto en todos los países, que suben y bajan en función sobre todo de las medidas que estamos aplicando”, señala.
Lo que es indiscutible es que este sumatorio es cada vez menor. Según las cifras de la OMS, la pandemia tocó techo la semana del 4 de enero, con más de cinco millones de positivos nuevos. La semana pasada, la última para la que hay datos consolidados, esta cifra bajó a casi la mitad: 2,7 millones de los 110 millones de diagnósticos que suma ya la pandemia. Y esta seguirá bajando, a buen seguro. La tendencia de las muertes es similar, pero va con retraso: se instaló en una meseta en abril de 2020, que se mantuvo más o menos estable hasta octubre. Con el invierno del norte se dispararon los fallecimientos, que alcanzaron su máximo en la última semana de enero: más de 98.000 nuevos. La semana pasada fueron 82.538 y suman casi 2,5 millones desde el inicio de la crisis.
Las razones para esta bajada pueden ser varias. Una de ellas es que en esta representación tienen más peso los países que más test hacen: poco se sabe de la verdadera magnitud de la covid en África, por ejemplo. Todos los datos expuestos, siempre de la OMS, son de los diagnósticos confirmados, que no de los contagios reales, que están muy por encima incluso en los países más desarrollados, sobre todo en los primeros compases, cuando no había pruebas suficientes. Y en los Estados con más capacidad diagnóstica la epidemia está en una fase de bajada tras las Navidades. De entre ellos, dos de los que tienen más volumen total de casos, Estados Unidos y el Reino Unido, están teniendo notables caídas. “Están tirando muy fuertemente hacia abajo en las estadísticas mundiales”, apunta Elvis García, doctor en epidemiología por la Universidad de Harvard. Esto, sumado a la fuerte bajada en la mayoría de los países europeos, se refleja claramente en la curva global. La tendencia en Latinoamérica, África y Asia también es bajista, pero con una caída mucho más suave y sin aportar nunca tantos positivos. En el caso de este último continente el descenso comenzó a principios de diciembre.
Aunque los dos países de más bajada (Estados Unidos y el Reino Unido) son también dos de los más aventajados en la vacunación de su población, los expertos creen que su efecto es todavía marginal en la caída de la pandemia. Antonio Trujillo, profesor de Salud Pública en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, explica que puede haber un componente estacional: “Esperábamos que cuando llegara el invierno en el norte los casos subirían. No solo porque hay más reuniones en interiores, donde se pueden producir más contagios, sino por la naturaleza del virus y la experiencia que hemos tenido con él después de un año”.
Teniendo en cuenta que la bajada en Estados Unidos, en términos absolutos, es la mayor del mundo, Trujillo pone énfasis en los cambios que ha habido en este país en las últimas semanas: “Las nuevas variantes están haciendo que la gente tome más conciencia y se proteja más. El uso de las mascarillas ha subido y el crecimiento tan potente de casos entre finales de otoño y principios del invierno sirvió para que la sociedad se tomara más en serio las medidas. Todo esto puede verse además influido por un cambio político que ha puesto más énfasis en la lucha contra el virus”. Por último, este experto suma otro componente que puede estar empezando a notarse: la inmunidad de la población adquirida por los contagios.
El ‘incendio’ sigue
Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, considera que la caída mundial “demuestra que las sencillas medidas de salud pública funcionan, incluso en presencia de variantes”. En una comparecencia el pasado 15 de febrero, señaló que lo importante ahora es mantener la tendencia: “El incendio no está apagado, pero hemos reducido su tamaño. Si lo abandonamos en algún frente, se reavivará con furia. Cada día que pasa con menos infecciones significa vidas salvadas, sufrimientos evitados y el aligeramiento, tan solo un poco, de la carga sobre los sistemas de salud. Y hoy tenemos aún más razones para tener la esperanza de poder controlar la pandemia”.
La curva puede cambiar de dirección en cualquier momento. “Estamos en un momento en el que tenemos que aprovechar para prepararnos para siguientes olas”, señala López Acuña, quien incide en mantener las medidas que hay para retrasar en todo lo posible la subida, que en España sería la cuarta ola. Cuanto más se demore, más población vulnerable habrá vacunada y menos vidas se cobrará. Es difícil que esto se produzca a tiempo a los países de ingresos medios o bajos. Incluso entre los más ricos de Latinoamérica, como Argentina y Chile, el invierno que llega puede hacer todavía mucho daño, en opinión de Trujillo.
Las nuevas variantes del coronavirus, además, aconsejan prudencia. “Si levantamos el pie con las restricciones se pueden propagar rápidamente”, advierte Elvis García. Las evidencias actuales muestran que la variante británica es más contagiosa que las demás y que la sudafricana y la brasileña pueden responder peor a las vacunas. Todo esto, añadido a la incertidumbre en otras zonas del mundo, impide cantar victoria. La pandemia, en mayor o menor medida, nos acompañará a buen seguro durante todo este año.
El reto de la vacunación global y los análisis genéticos
Quien tuviera dudas sobre el tino de la frase de “hasta que no estemos todos a salvo, nadie estará a salvo”, probablemente las habrá disipado con la aparición de nuevas variantes. Por mucho que los habitantes de un país o una región estén vacunados, si el coronavirus sigue expandiéndose aumentan las probabilidades de que una mutación ponga en peligro la inmunidad o agrave la covid. Las siguientes olas de la pandemia en el mundo desarrollado probablemente no serán tan dolorosas como las previas gracias a las vacunas, pero su eficacia corre peligro. Antonio Trujillo, de la Johns Hopkins, insiste en que los países desarrollados deberían tener su mirada puesta en garantizar el acceso a las inmunizaciones en todo el mundo y a mejorar la capacidad del análisis genético. “Como el virus muta rápidamente, solo vamos a poder controlarlo si fortalecemos los sistemas de epidemiología genética y analizamos un buen número de muestras como para saber hacia dónde evoluciona”, subraya.
En la primera reunión de los líderes del G7 con el presidente estadounidense, Joe Biden, el pasado viernes, los países ricos se comprometieron a duplicar los fondos destinados a la vacunación en los de ingresos bajos y medios hasta un total de 7.000 millones de dólares (más de 6.189 millones de euros). Pero lo cierto es que las dosis no llegarán de forma masiva a los países más pobres hasta que la mayoría de los ciudadanos de los ricos se hayan inmunizado.
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