El orgullo aborigen de Ashleigh Barty


Ashleigh Barty (Ipswich, Australia; 25 años) no tiene una gran proyección mediática. No hace grandes anuncios. Muy rara vez concede una entrevista. Y no mete ruido a través de las redes sociales ni dice una palabra más alta que otra en las conferencias de prensa. Sin embargo, nadie genera mayor unanimidad. No hay jugadora más temida ni más dominante que ella, respetada como ninguna en el vestuario y reconocida por el resto de las jugadoras como la mejor, la más completa, seguramente la más difícil de batir. Como la indiscutible número uno de estos días. Barty es, en esencia, tenis. Sin artificios ni extras. Puro tenis.

“Nunca fui la más alta ni la más poderosa cuando era una adolescente, pero encontré diferentes maneras de ganar los partidos. Tuve que emplear más herramientas que el resto para tapar mis carencias. Y ahora, a medida que he ido ganando potencia, he aprendido a seleccionar cuándo debo jugar de una forma u otra, según sea necesario. Debes ser consciente de los puntos débiles de tus rivales y aprovecharlo”, contaba esta semana la australiana, que hoy día gobierna el circuito con mano de hierro, pero bien podía estar dándole al palo de críquet porque cuando las cosas no terminaban de salirle con la raqueta, a los 18 años, hizo un prolongado paréntesis.

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Asfixiada por las exigencias de un deporte que erosiona, sopesó dejarlo. Ganó el Wimbledon júnior con 15 años, pero la sobrecarga de expectativas la fundieron y dejó de jugar durante 17 meses entre 2014 y 2015. Al final continuó y, como si lo hubiera calculado, fue ganando terreno sigilosamente e imponiéndose a otras jugadoras de mayor impacto comercial hasta llegar a lo más alto, adelantando por la derecha a las torres que predominan en el circuito –ella mide 1,66, muy por debajo de la media del patrón fisonómico actual– y diferenciándose gracias a su inteligencia, técnica y profundidad estratégica.

El pasado 18 de octubre, Barty ingresó en el club de las centenarias, de aquellas jugadoras que han defendido el número uno durante más de 100 semanas. Solo son ocho: Steffi Graf (377), Martina Navratilova (332), Serena Williams (319), Chris Evert (260), Martina Hingis (209), Monica Seles (178), Justine Henin (117) y ella (110). La australiana –campeona de Roland Garros (2019) y Wimbledon (2021), con 14 trofeos individuales y 12 de dobles en la élite– ha cerrado tres años consecutivos el curso al frente de la clasificación, algo que solo habían conseguido Evert (de 1975 a 1977), Navratilova (del 82 al 84), Graf (del 87 al 89) y Serena (2013-2015).

Un 30% más de licencias infantiles

Sin embargo, y a falta todavía de mucho recorrido, el legado de Barty trasciende los títulos o las cifras por el impacto que tiene en el tenis de su país. Oriunda del Estado de Queensland (al noreste del país) y con raíces aborígenes –su padre pertenece a la comunidad ngarigo–, la reina del circuito siempre quiso ser como Evone Goolagong, la figura (también aborigen, procedente de una familia wiradjuri) que ganó siete grandes durante los años setenta. Ahora, ella es la inspiración.

Según cuenta el diario australiano The Age, el discreto auge de Barty ha hecho que los niños de las comunidades indígenas se decanten mayoritariamente por el tenis, en lugar de otros deportes como el fútbol o el rugby. “Tiene un magnetismo que los chicos y chicas admiran”, transmite el citado periódico, que a su vez resalta que más de un millón y medio de australianos jugaron al tenis durante el último año y que las licencias infantiles aumentaron en un 30%, subidón atribuido a la hegemonía de la número uno.

“Solo intento ser yo misma”, dice la tenista. “Y si soy capaz de hacer disfrutar a esos niños y de acaparar atención para nuestro deporte, me resulta emocionante”, añade Barty, una garantía entre los vaivenes del circuito femenino y antítesis de la inconsistencia y la fragilidad que ofrecen otras estrellas de la WTA, territorio resbaladizo y en el que, Serena Williams a un lado, nadie reclamaba las riendas de verdad hasta que apareció la australiana.

1978, la última australiana

Ahora tiene ante sí un desafío importante: convertirse en la primera mujer local que conquista el Open de Australia desde que lo consiguiera Chris O’Neil en 1978. De momento, solo ha cedido ocho juegos en los tres primeros partidos –ante Tsurenko (1), Bronzetti (2) y Giorgi (5)– y enlaza 58 consecutivos sin que le hayan arrebatado el saque; no lo pierde desde el 5 de enero, durante los octavos del torneo de Adelaida, frente a Coco Gauff.

“Es un espectáculo, no hay revés cortado mejor que el de Ashleigh”, la elogia Paula Badosa. “Tiene toneladas de registros”, aporta el escocés Andy Murray. “Vuestro pronóstico era que me enfrentara a Osaka [iba por su lado del cuadro, ya eliminada], pero el mío era que fuera la que tuviera que ser. Me hubiera encantado jugar contra Naomi, porque me gusta retarme a mí misma y luchar contra las mejores, pero Anisimova [su rival de hoy, 9.00, Eurosport] está haciendo un torneo fantástico”, advierte la oceánica, que no es la más alta ni la más seguida, pero sí la mejor. Sencillamente, Barty.

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Por otra parte, Roberto Bautista rozó este sábado la remontada ante Taylor Fritz, pero el castellonense se quedó corto y se despidió al caer por 6-0, 3-6, 3-6, 6-4 y 6-3, en 3h 14m. El estadounidense se medirá con Stefanos Tsitsipas (6-3, 7-5. 6-7(2) y 6-4 a Benoit Paire). El conquense Pablo Andújar no pudo con el local Alex de Miñaur (6-4, 6-4 y 6-2), mientras el ruso Daniil Medvedev sigue pisando muy fuerte: 6-4, 6-4 y 6-2 frente a Botic van de Zandschulp.

Esta madrugada competirán Paula Badosa (1.00, Eurosport, contra Madison Keys) y Rafael Nadal (no antes de las 4.00, Adrian Mannarino) en los octavos de final, y hacia las 11.00 intervendrá el asturiano Pablo Carreño, citado con Matteo Berrettini.

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