En Burgos… la nostalgia del petróleo

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Tras el fin de la explotación del petróleo de Ayoluengo a finales de 2017, llegó la promesa de reanudar la actividad, pero a las esperanzas que primero hundieron y luego hincharon el ánimo de los habitantes de Sargentes de la Lora, les siguió su sentencia final: las instalaciones de los únicos pozos de petróleo de la península Ibérica debían desaparecer. El municipio, entonces, empezó una titánica lucha para que el rastro de medio siglo de explotación permaneciera entre los campos de trigo, girasoles y molinos eólicos del Páramo de La Lora, en el norte de Burgos. “Si quitas los caballitos, estás haciendo desaparecer parte del patrimonio industrial de este país”, resume Carlos Gallo, cuya batalla empieza a dar sus frutos.

Al pincharse definitivamente el espejismo de reapertura, el alcalde de Sargentes solicitó la declaración de Ayoluengo como bien de interés cultural (BIC), aunque aquella petición se enredó entre la desidia y el silencio. Lentamente la causa siguió avanzando y tropezando en la maraña burocrática hasta que, el pasado enero, llegó la noticia de que se debían desmantelar las infraestructuras sin contemplar la “evaluación ambiental ordinaria”. Eso suponía dejar este páramo solitario y pedregoso sin rastro de su pasado petrolero. Sargentes, sin embargo, redobló sus fuerzas. “La situación requería hacer ver a las instituciones que estaban equivocadas”, explica Gallo, “aunque han visto que no es una explotación al uso y que está en juego parte del patrimonio industrial de este país”. Algo cambió en pocas semanas.

Carta al Ministerio

La penúltima batalla había comenzado en septiembre, pues los informes del Ayuntamiento que defendían la declaración del campo como BIC en la categoría de paisaje cultural industrial pasaron de la Junta de Castilla y León al Ministerio de Cultura. El ministerio pidió avales y el alcalde, comprometido con sus raíces y con los vecinos, difundió una carta implorando apoyos. Aquel escrito explicaba la importancia histórica de la explotación y del patrimonio geológico y minero, subrayaba la memoria del trabajo y de unos pueblos esculpidos por más de cinco décadas de chirridos de la maquinaria desde que, un día de junio de 1964, brotara el petróleo del pozo número 1 y el diario El Alcázar anunciara a todo trapo: “Este páramo puede convertirse en el Oklahoma español”. Como respuesta, los apoyos llegaron, y siguen llegando, desde asociaciones y sociedades geológicas, por parte de prestigiosos académicos o desde el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, el Instituto Geológico y Minero y el Geoparque Las Loras de la Unesco, entre otros.

En Sargentes está el único museo del petróleo de España, que no deja de atraer a turistas y estudiantes. Porque además de la memoria y de la función pedagógica, mantener el legado industrial en estas ondulaciones habitadas por apenas un centenar de personas ayudaría a ­reavivar unas tierras que languidecen. El proyecto que inspira a Sargentes consiste en señalar los 53 pozos que se abrieron e incluir sus coordenadas, una breve explicación y alguna anécdota, además de exhibir el cargadero de petróleo, el contador de galones y atornillar, en los seis pozos más significativos, los balancines cobrizos que aún se asoman en el horizonte.

En una carrera en la que se han dejado el aliento, Sargentes de la Lora y su alcalde contemplan ahora, esperanzados, las conversaciones entre la Junta de Castilla y León, el Ministerio de Cultura y la Subdirección de Hidrocarburos. “Nos encaminamos a la declaración”, celebra Carlos Gallo, aunque tras cuatro años de batalla, alegrías y desilusiones, inmediatamente lo puntualiza: “Creo”.


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