En memoria de Atotxa


La penúltima gran alegría de la temporada se fue fraguando tal y como se relatan las epopeyas. Sin prisa pero sin pausa. Sin dispersarse un segundo del objetivo, con una seguridad aplastante y un colosal comportamiento de equipo grande. Finalista. Candidato de un título. Aspirante a la gloria eterna. Un guiño fabuloso a la historia, ante 1.000 almas entregadas y con un guiño precioso, como si fuera una fábula: la histórica victoria se produjo bajo el embrujo de un ambiente que recordó al que muchos de los que hoy no están vivieron y al que los que todavía están, cuentan con la misma magia que recogen los que viven ahora. El fondo norte fue la portería de frutas. Anduva fue Atotxa.



Una de las dos tribunas de Anduva no pasa de las seis filas. Las instalaciones son precarias. El fondo sur, enfrente de donde se reunió la hinchada de la Real, lo sujetan tres visibles bigas y está cubierto por una tejavana. Las dimensiones son tan reglamentarias que no dejan lugar a las dudas, pero el campo es pequeño. Un recinto con sabor añejo del que la Real puede salir campeona. Reminiscencias de Atotxa. La vieja guarida en la memoria.

Siempre salvando las distancias, la Real recordó en ciertos aspectos al equipo campeón, tanto como Anduva a Atotxa con su estructura inglesa. Sin maldecir el juego directo, con Merino ganando cada misil aéreo,los centrales ganando a sus pares con una fuerza colosal y Remiro agigantándose en el área desde el minuto 3, cuando cogió el primer balón que le llovió. Todo muy británico.

Allí donde se forjó la Real campeona no había secretos. El público apelotonado, dentro del partido prácticamente en sentido literal. Todo un sentimiento concentrado en el gol norte de Anduva, emocionado con su infalible tropa, orgulloso de una gesta bíblica. Todos con el lema grabado: ‘Garaipenerarte’, como dice la pancarta (hasta la victoria).

Igual que no fue cómodo para la Real plantar cara a las peculiares condiciones del escenario, tampoco fue fácil que los seguidores txuri urdin se impusieran a una afición local que apretó de lo lindo. Para animar al Mirandés, protestar al árbitro e increpar con algún cántico desafiante: “Remiro es del Athletic…”.

Liberación

Nada que pudiera tumbar a la brigada txuri urdin. Al juego directo del Mirandés, despejes inapelables de Aritz o Le
Normad; a la escaramuza del medio, el mando de Zubeldia, Merino y Odegaard; al chaparrón de centros, puños de Remiro; contra las duras faltas locales, un minuto de respiro sobre el césped; frente a la intensidad de Malsa, ocasiones claras de Januzaj o Willian
José; ante el ajustado resultado, penalti y gol de Oyarzabal; contra la rebelión del modesto, la grandeza del favorito. Así fue golpeando la Real al Mirandés.

Para hacer historia no fue necesario seducir con la estética. La autenticidad de ser aguerrido penetró en lo más profundo del corazón del seguidor. Por eso hubo que aguantar un poco con el alma en vilo, los ánimos encogidos. La esperanza, en cambio, permanecía intacta: la Real no flaqueaba. Esta seguridad permitió la liberación de su entregada parroquia. El grito desgarrados de quien ha estado en el silencio de las finales 32 años. Desde los tiempos de Atotxa, cuyo espíritu inglés se desplazó a Anduva, donde se forjó un equipo con aires de campeón. Como si las afueras de Miranda de Ebro fueran el paseo de Duque de Mandas.


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