Franco sobornó sin éxito a congresistas estadounidenses para salir del aislamiento

El embajador estadounidense Stanton Griffis presenta sus credenciales a Franco en 1951.
El embajador estadounidense Stanton Griffis presenta sus credenciales a Franco en 1951.EFE

Las leyes económicas no entienden de ética, pero la historia moderna no se entiende del todo si al relato clásico de los hechos no se añade también el factor humano de “la codicia y la corrupción o el llamado capitalismo de amiguetes”. Eso es lo que dice el profesor Pablo León Aguinaga en el libro Franco, Estados Unidos y Gran Bretaña durante la primera Guerra Fría, recién publicado por la Universidad de Comillas. La obra recoge el resultado de cuatro años de investigaciones de un grupo de historiadores coordinados por Joan Maria Thomàs. El proyecto profundiza en los intentos desesperados que hizo Franco para sobrevivir tras la derrota del Eje en la II Guerra Mundial y ser aceptado por la comunidad internacional, de la que fue expulsado en 1946. Fue el único período en el que peligró su pervivencia como dictador. Además de Thomàs y León Aguinaga han participado en la obra José Antonio Montero, Wayne Bowen y Emilio Saénz Francés.

La abundancia de pago de favores, compra de conciencias, sobornos, redes de interés, mercado negro, paraísos fiscales… explican que la España franquista fuera vista por los observadores internacionales como un país tan poco fiable como los que hoy llamamos bananeros. Thomàs, uno de los máximos expertos en la historia de la Falange y del franquismo, aplica la lupa a la actividad frenética de un personaje singular, José Félix de Lequerica, enviado especial de Franco a Estados Unidos para conseguir su apoyo en 1948.

Elegante, seductor, políglota y cínico, Lequerica decía que él no era carlista, sino “carguista”. Había sido embajador de España en Vichy y uno de los responsables de la caza y captura de republicanos refugiados en Francia que fueron entregados a Franco y posteriormente fusilados, como el presidente de la Generalitat, Lluís Companys o el líder socialista, Luis Zugazagoitia. “Lequerica fue un gran colaborador de los alemanes en la Francia ocupada y tramitó las listas de centenares de políticos que los franquistas querían extraditar, sin demasiado éxito, aunque Ramón Serrano Suñer ha tendido a fijar la iniciativa de las detenciones en él, algo que no se sostiene”, dice Thomàs. “Por otra parte” —comenta el historiador, actualmente en el Centro de Estudios Europeos de Santo Domingo—, “los franquistas fueron los responsables del envío de miles de republicanos a los campos de concentración nazis, ya que se desentendieron de ellos cuando los alemanes les preguntaron si los enviaban de regreso. Tan solo les interesaban los políticos de la lista”.

José Félix de Lequerica, ya embajador en la ONU, con el presidente Kennedy en 1961.
José Félix de Lequerica, ya embajador en la ONU, con el presidente Kennedy en 1961.

El brindis de Lequerica en París por el éxito del ataque de Japón a Pearl Harbor y su fervoroso pangermanismo inicial fueron algunos de los hechos por los que los demócratas estadounidenses le negaron el plácet como embajador, cuando, tres años después de ser destituido como ministro de Asuntos Exteriores, fue enviado en 1948 a Nueva York como “inspector de embajadas”. Ya había arrinconado las fotos de Hitler y Mussolini y sus burlas contra “la judería americana”. ¿Cuál era su misión? Los franquistas daban por hecho el triunfo del republicano Thomas E. Dewey en las elecciones presidenciales y contribuyeron con fondos a su campaña, pero sorprendentemente ganó Harry Truman. El diplomático español, según Thomàs, “contrató a un lobbista profesional, el mismo que ejercía para el dictador dominicano Trujillo, y a un prestigioso bufete de abogados para que se moviesen cerca del Congreso con el fin de obtener un cambio de política de EE UU hacia España”. Truman, antifranquista, masón y de confesión baptista, “condicionaba el cambio de política a que a su vez Franco realizase reformas políticas en sentido democratizador, pusiera término a la persecución religiosa y abandonase la política económica extremadamente intervencionista que practicaba. Lequerica, pues, jugó la carta del poder legislativo tratando de forzar por esta vía el cambio y obtener créditos públicos, así como que España pudiese beneficiarse del Plan Marshall.”

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Banqueros, curas y otros afines

“Gracias a sus manejos, subvenciones y sobornos”, asegura Thomàs, “se consiguieron dos créditos, en 1950 y 1951, con la oposición del presidente. Para ello utilizó fondos franquistas, autorizados por el Consejo de Ministros, para pagar a lobbistas profesionales, hacer regalos, subvencionar a prensa estadounidense para que fuese profranquista e incluso probablemente pagó directamente al menos a un senador, Pat McCarran, de Nevada, junto con Ralph Owen Brewster, los más profranquistas del Congreso”. Además, “cultivó extensas relaciones en el Congreso y en la Administración, incluyendo militares, que a su vez estaban interesados en contar con bases navales y aéreas en España. Su actuación molestó sobremanera al presidente Truman y al Departamento de Estado, y no logró lo que pretendía: el cambio de política. Tal cambio vino por otras razones y por decisión de Truman y el secretario de Estado, Dean Acheson, no por Lequerica, aunque él pasase años vanagloriándose de ello”.

El cambio se produjo por el estallido de la guerra de Corea y la agudización del anticomunismo con la Guerra Fría. La presión de la Marina de Guerra y la Fuerza Aérea, que ya solicitaban ayuda a la España de Franco sin necesidad de reformas democráticas, para crear pistas de aterrizaje para bombardeos pesados (Barajas, Sevilla, Barcelona, Bilbao, Tenerife), se incrementó y acabaron abriendo la puerta a lo que acabaría llegando en 1953, un pacto bilateral y, dos años después, la admisión de la España franquista en la ONU.

A diferencia de otros historiadores, Joan Maria Thomàs cree que los profranquistas estadounidenses desbordan el marco de un grupo de presión español, organizado y jerarquizado a las órdenes de la Embajada. Él prefiere englobarlos en el Spanish Bloc, formado por el cardenal de Nueva York Spellman, el jesuita padre Thorning —que después estaría a sueldo de Lequerica—, el jesuita padre Talbot, creador de la American Union for Nationalist Spain en 1938 y otros. Después de la Segunda Guerra Mundial se unieron el exembajador en España Carlton Hayes; banqueros como Alfred Barth, del Chase National; James Farley de Coca-Cola; Eric Johnston, de la Motion Picture; Frank Ryan, algodonero, y más.

Espías y mercado negro

En la historia de la corrupción en la España franquista aún quedan por aclarar importantes lagunas en la cimentación de muchas fortunas de prohombres cercanos al régimen, vinculadas al blanqueo del dinero nazi. En otros casos se mezcla el interés legítimo de hacer negocios o los intereses nacionales con prácticas corruptas. Pablo León Aguinaga detalla el protagonismo de financieros o empresarios a sueldo de la Office Strategic Service (OSS), precursora de la CIA, en el mundo de los negocios entre Estados Unidos y España, que buscaban free pesetas (dinero negro) para financiar las operaciones encubiertas de la agregaduría militar o de la OSS a partir del petróleo, algodón y muy especialmente las cintas de Hollywood, uno de los pocos negocios boyantes de la depauperada economía española durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de los agentes más destacados fue Alfred Barth, que tenía el alias de Laurel, a las órdenes de Frank Timothy Ryan (Royal), nombrado jefe de la inteligencia secreta en la península Ibérica y creador de la red Timothy only, malavenido con la Embajada. Ryan, exportador de textiles, sabía jugar con cartas marcadas en el corrupto sector algodonero catalán, enriquecido en el gran estraperlo.

El banquero Alfred Barth saluda a Francisco Franco en Madrid, en 1950.
El banquero Alfred Barth saluda a Francisco Franco en Madrid, en 1950.

“Barth pronto sobresalió en la labor que le había encomendado Ryan. Sus habilidades para la ingeniería financiera le convirtieron en un asiduo del vasto mercado negro de divisas, valores y metales preciosos de Madrid”, asegura León Aguinaga. Su cartera incluía operaciones con acciones especialmente codiciadas por especuladores y ahorradores, caso de las de Nestlé y la eléctrica hispano-argentina CHADE de Francesc Cambó (que después March hundiría para hacerse a precio irrisorio con la Barcelona Traction), además de operaciones cambiarias “que vulneraban el cambio oficial con divisa extranjera, en particular con francos suizos y dólares norteamericanos, que otros agentes de la OSS como el propio Ryan introducían por la frontera portuguesa previo soborno de los agentes fronterizos cuando era necesario”.

Barth logró después del armisticio que el Chase National Bank concediera los primeros créditos a Franco (25 millones de dólares), mientras Ryan se puso al frente de la WWC, con sede en Panamá, cuyos socios eran un antiguo director de la OSS (Donovan), un agente de los servicios secretos británicos (Stephenson) y un exsecretario de Estado norteamericano (Stettinius). La empresa, con intereses en la siderurgia vasca, contrató a otro exagente, el español Ricard Sicre, excombatiente de Esquerra Republicana de Catalunya, y amigo de Robert Graves y Ava Gardner, que sería después representante de Pepsi-Cola. Otro hombre de Ryan, Stanton Griffis, vinculado a la Paramount y que había trabajado para la OSS en España, sería nombrado primer embajador norteamericano en Madrid. En marzo de 1951 los madrileños saludaron entusiastas el paso de una berlina de gala tirada por tres troncos de caballos y servida por cochero, postillón, dos lacayos y tres mancebos, escoltada por la Guardia Mora. En su interior iba Griffis, camino del Palacio de Oriente para presentar las credenciales a un exultante Francisco Franco.


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