Hong Kong desde el sofá

Estamos en el nuevo distrito cultural de West Kowloon, separado por un brazo de mar del perfil futurista de rascacielos de Hong Kong, para visitar las obras del M+, el mastodóntico museo de artes visuales que firman los arquitectos suizos Herzog & de Meuron y que será en 2019 la joya de la corona cultural de China. Entre ejércitos de operarios, el jefe de obra va dejando caer cifras de vértigo: “Cuando se inaugure, la mitad de la población lo tendrá a menos de cinco horas de viaje”. Me toca hacer la pregunta tonta: “¿La mitad de la población de China?”. El arquitecto me sonríe sibilino: “No, del mundo”.

La escena es un buen ejemplo de cómo Hong Kong obliga a reconsiderar muchas plantillas mentales del mundillo del arte. La incorporación a China y el tirón económico de India, países del Golfo y todo el sureste asiático, unidos a la tradición cosmopolita y políglota como excolonia inglesa, la convierten en punta de lanza ideal para el mercado del arte global. Ya es meca de un ­turismo cultural impensable hace pocos años. Por algo Art Basel, gigante de las ferias de arte contemporáneo, abrió allí una sucursal en 2013 y bate desde entonces récords de ventas y asistentes. En su estela, grandes galerías-franquicia como Pace, White Cube o Hauser &­Wirth estrenan espacios por los distritos más cotizados, Central o Wan Chai. Y muchos colectivos de artistas y salas alternativas, como ­ParaSite o Videotage, se establecen en Chai Wan o To Kwa Wan.

Palillos de dientes

En Hong Kong todo tiende a hacerse a lo grande y a crecer hasta la estratosfera para aprovechar cada milímetro libre entre las colinas selváticas y el mar. La ciudad se amplía hacia arriba, en estratos superpuestos de calles, kilométricas escaleras mecánicas que te llevan desde los muelles de ferris hasta las laderas de los Mid-Levels, y pasos elevados a distintas alturas. El forastero corre el riesgo de perderse no solo en horizontal, sino en vertical: ya no es que uno no encuentre la calle de su hotel, sino que ni siquiera da con el nivel que le toca. Proliferan los toothpicks o “palillos de dientes”, rascacielos finísimos construidos sobre parcelas unifamiliares.

El edificio H Queens de Hong Kong, donde se encuentran galerías como David Zwirner y Ora-Ora.
El edificio H Queens de Hong Kong, donde se encuentran galerías como David Zwirner y Ora-Ora.

Esa verticalidad y ese mimo por cada metro cuadrado se han contagiado a algunos hábitos del aficionado al arte contemporáneo. En Nueva York, Buenos Aires o Madrid las galerías se agrupan en zonas que invitan al gallery hopping o paseo de exposición en exposición por Chelsea, Villa Crespo o Doctor Fourquet. En Hong Kong, el ritual se concentra en rascacielos que encabalgan las galerías con mucho sentido práctico: el más reciente y flamante es el H Queens, abierto este año y donde conviven galerías importadas como David Zwirner con otras locales como Ora-Ora. En una noche de inauguración conjunta, lo suyo es apretujarse con visitantes locales arregladísimos en alguno de los ascensores directos a la azotea para, desde allí, bajar por las escaleras parando en cada piso. El ambiente de cámara frigorífica acentúa la impresión fúnebre que choca al visitante desprevenido cuando se encuentra con grandes despliegues de coronas florales, ramos y bandas conmemorativas a la puerta de cada muestra: no, no es un velatorio del artista, sino que en China se estila mandarles flores y ponerlas bien a la vista, como si fueran divos de la ópera. De la exuberancia floral se deduce el caché y el favor de clientes y marchantes. Cerca del H Queens está otro edificio del estilo, el Pedder Building, donde abren sus puertas (sus rellanos, más bien) poderosas galerías como Gagosian o Pearl Lam. Algunas, como White Cube o Perrotin, se desmarcan del pelotón y abren incluso puertas a la calle en Connaught Road (algo poco frecuente entre macrocentros comerciales de lujo donde no abunda el pequeño comercio… ni las aceras).

Hong Kong, un paseo de arte en vertical

La Asia Society

El vértigo veloz del arte ultracontemporáneo, las galerías de primer nivel y los precios a juego puede curarse visitando los serenos espacios, encaramados ya casi en la selva, de la hermosa Asia Society: tiene un impecable pedigrí en muestras de arte tradicional de Asia. O paseando por los fabulosos (aunque no baratos) anticuarios de Hollywood Road hasta el Asia Art Archive, una interesantísima institución independiente donde leer y visitar exposiciones sobre el turbulento pasado cultural de la región. O rezando un poco en el cercano templo Man Mo: podemos prender varillas de incienso en honor de Man, dios de la literatura, o de Mo, dios de la guerra.

Una copa en Duddell’s

Para comer, cenar y tomar copas rodeado de más arte está Duddell’s, toda una institución, a caballo entre galería, casa de coleccionista y restaurante. Y para dormir dentro de una obra se puede reservar en Putman, concebido y decorado por la diseñadora Andrée Putman (sí, la que amuebló el Concorde). Todo impecablemente contemporáneo, quizá incluso demasiado.

Los que echen de menos la estética del Hong Kong portuario y decadente, de viejas películas como El mundo de Suzie Wong, pueden tomar una copa en el muy vívido Club de Corresponsales Extranjeros de Albert Road. O subir de noche a una de las barquitas que llevan al delirante y delicioso Jumbo Floating Palace, el gigantesco barco-restaurante-cabaret, cubierto de suelo a techo por motivos chinescos y orientalismo de pega, y alumbrado por la noche por millones de bombillas que delinean su perímetro de pagoda imposible. Ni el director Wong Kar-wai ha conseguido transmitir mejor el aire equívoco e intoxicante de un Hong Kong que ya se desvaneció para siempre, sustituido por otro que quizá sea igual de fugaz.

Javier Montes es autor de ‘Varados en Río’ (Anagrama).

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