Islamo-izquierdismo, la última guerra cultural francesa

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Es el neologismo del momento en Francia: islamo-izquierdismo, o la alianza entre los islamistas y la extrema izquierda. En realidad, nadie se pone de acuerdo sobre su significado exacto ni hasta qué punto se trata de un fenómeno real o imaginado.

De un lado, están quienes temen que ideas radicales y antidemocráticas estén conquistando la universidad francesa. Y del otro, quienes ven una intromisión del poder político en la autonomía universitaria.

El Gobierno francés cree que el islamo-izquierdismo se está infiltrando en la enseñanza superior de la mano de las nuevas teorías raciales. Otros mencionan las teorías de género y de clase, que convergen con la racial en los llamados estudios interseccionales. Sostienen, por ejemplo, que las manifestaciones del pasado verano contra los actos violentos o racistas de la policía francesa trasladaban de forma artificial un problema de EE UU, sociedad marcada por el racismo, a un país como Francia, que oficialmente no reconoce la pertenencia racial de sus ciudadanos.

Las autoridades académicas consideran que el anuncio, por parte de la ministra de Universidades, Frédérique Vidal, de una investigación sobre la supuesta infiltración islamo-izquierdista en la universidad supone un asalto inaceptable a la libertad académica. Y cuestionan la validez del término: se ha usado para designar a quienes en la izquierda denuncian la existencia de una islamofobia sistémica en Francia, o a quienes ha criticado las limitaciones para el uso del velo islámico en nombre de los derechos de las minorías.

“El islamo-izquierdismo no se puede cuantificar, por eso sería necesaria una investigación imparcial”, defiende por teléfono el historiador Pierre-André Taguieff, que en la primera década del siglo definió y popularizó el término de islamo-izquierdismo. Taguieff ve “una penetración del activismo político en las universidades” y “una autodestrucción de la universidad como lugar de libre debate por parte de ambientes extremistas”.

En una entrevista con el diario Libération, el economista estrella Thomas Piketty declara, al contrario, no conocer “a ningún investigador del que, ni de cerca ni de lejos, se pueda sospechar cualquier complacencia con los yihadistas”. “Esta lógica de sospecha generalizada solo puede llevar a la polarización y al diálogo de apodos”, dice Piketty que, en su último libro, Capital e ideología, aborda la historia del colonialismo. “Frédérique Vidal debe marcharse”, añade.

La tormenta político-universitaria ocurre cuando la Asamblea Nacional acaba de aprobar una ley que busca controlar mejor a los agitadores ideológicos del islamismo. Y llega unos meses después de la decapitación, a manos de un yihadista, de Samuel Paty, un profesor de instituto que en sus clases mostraba las caricaturas de Mahoma, el profeta de los musulmanes, publicadas hace años por el semanario Charlie Hebdo. “Pienso que el islamo-izquierdismo gangrena la sociedad en su conjunto y la universidad no es impermeable, forma parte de la sociedad”, declaró Vidal el domingo pasado en la cadena CNews. “Lo que observamos en las universidades es que, en efecto, hay gente que aprovecha el aura de su título, o el aura que tienen, para defender ideas radicales o militantes”.

El martes pasado, en la sesión de control en la Asamblea Nacional, la ministra anunció que pedirá al Consejo Nacional de la Investigación Científica (CNRS, el equivalente al CSIC español) “que se haga un balance del conjunto de investigaciones que se desarrollan en este país”. El objetivo es distinguir entre “investigación científica” y “militante”. Al día siguiente, el portavoz del Gobierno, Gabriel Attal, se distanció de la iniciativa. Y aseguró que el presidente francés, Emmanuel Macron siente “un apego absoluto a la independencia de los docentes-investigadores”.

La rectificación del portavoz fue insuficiente para la cúpula académica. “El islamo-izquierdismo, eslogan político usado en el debate público, no se corresponde a ninguna realidad científica”, dice un comunicado del CNRS. “El CNRS condena, en particular, las tentativas de deslegitimación de diferentes campos de la investigación, como los estudios poscoloniales, los estudios interseccionales o los trabajos sobre el término de raza, o cualquier otro campo del conocimiento”. La Conferencia de Rectores francesa también protestó.

Valores universales

Los apoyos más entusiastas a la iniciativa de la ministra Vidal han venido del campo conservador. Para la ultraderecha, islamo-izquierdismo es un término de uso corriente, el reverso de islamofobia, otra palabra discutida. El debate también divide a la izquierda: una izquierda que podría llamarse universalista —apegada a la idea de una República de ciudadanos independientes y de valores universales como los derechos humanos— frente a otra en la que ocupa un papel destacado la identidad de raza o género, y que en nombre de la defensa de los marginados se ha acercado a veces a figuras y grupos islamistas.

Todo eso sucede con el trasfondo del recelo eterno de Francia hacia EE UU. Algunos ven en este fenómeno como una importación a Francia de las llamadas guerras culturales estadounidenses y de las modas de los campus y de la izquierda de este país. La paradoja es que muchas de las teorías made in USA sobre el género, la raza o las clases sociales tienen su origen en pensadores franceses de los años setenta como Michel Foucault o Jacques Derrida.

Unos y otros se acusan de macartismo, de promover una caza de brujas como la del senador estadounidense Joe McCarthy a mediados del siglo XX contra los supuestos infiltrados comunistas en EE UU. Ven en el campo adverso una policía del pensamiento para controlar las universidades y excluir a quienes piensan distinto.

“Creo que estamos ante el mismo terrorismo intelectual que en los años cincuenta y sesenta el comunismo estalinista imponía en la universidad y la investigación”, dice Taguieff. “También hay aspectos macartistas: se hacen listas negras de reaccionarios, islamófobos, racistas. Se les prohíbe hablar y se boicotea sus libros y se les denuncia”. Taguieff, sin embargo, no cree, al contrario que la ministra, que estas corrientes “gangrenen toda la sociedad”. “Es minoritario, pero dinámico y atractivo”, dice. “Hay una seducción de la radicalidad, del extremismo, y un odio hacia la moderación”, añade.


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