Jason Epstein, editor visionario que democratizó los clásicos en Estados Unidos


La idea surgió, como tantas que no van a ninguna parte, en el tumulto de una cena con amigos. Jason Epstein, fallecido el viernes a los 93 años en su casa de Long Island, y su esposa de entonces, Barbara Epstein (1928-2016), habían invitado a su apartamento en la parte alta de Manhattan a la pareja formada por la crítica y escritora Elizabeth Hardwick y el poeta Robert Lowell. Era el invierno de 1962-1963 y Nueva York se hallaba inmersa en una huelga de periódicos, que protestaba por los bajos salarios y por la inminente automatización de las imprentas. En esos meses de sequía los cuatro echaban especialmente de menos leer el suplemento dominical de libros de The New York Times. Jason Epstein, que era un editor influyente en Random House con poco tiempo libre, había coqueteado con la idea de distribuir en Estados Unidos el semanario londinense Times Literary Supplement. En lugar de eso, sugirió aprovechar la súbita orfandad informativa para lanzar una versión propia: una publicación con ensayos largos sobre política, literatura, arte e ideas, que, a diferencia de aquella, sería quincenal.

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Lowell puso 4.000 dólares. A Hardwick la nombraron consejera editorial. Y Barbara Epstein y Robert Silvers, que venía de Harper’s, un mensual de corte literario, se repartieron el mando de la revista. El primer número de The New York Review of Books (NYRB) salió el 1 de febrero de 1963 con una portada llena de letra y una impresionante mancheta de colaboradores (de Auden a Sontag; de Gore Vidal a Adrienne Rich), que colocaron bajo la cabecera. Todo el protagonismo se lo llevaba el comentario del nuevo libro de James Baldwin: La próxima vez el fuego, obra que aún es relevante en el racialmente tenso Estados Unidos de Biden.

Primera portada de ‘The New York Review of Books’, en febrero de 1963.

El éxito fue inmediato, en parte gracias a la idea de Jason Epstein, genio del marketing con alma de hombre de letras (y viceversa), de distribuir gratuitamente ejemplares en las librerías universitarias. La huelga de 114 días terminó, pero NYRB siguió. Y sigue: la publicación, que ha sobrevivido a toda clase de crisis, sigue funcionando 59 años después como un faro intelectual en este país.

Diez años antes, Jason Epstein, que nació en 1928 en Cambridge (Massachusetts), creció en Boston y estudió en la Universidad de Columbia, en Nueva York, tuvo otra idea: editar clásicos en formato de bolsillo, coto reservado a las novelas de espías, el romance y los crímenes. Entonces, a la gran literatura se le dispensaba el tratamiento lujoso de la encuadernación en piel, en ediciones que un becario como Epstein y el resto de los de su generación, mejor educados que sus padres, no podían permitirse.

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Así nació Anchor Books, que publicaba a Edmund Wilson, Rilke, André Gide o Henry James a un precio que iba de los 65 centavos a un dólar y cuarto. “Las portadas eran artísticas, nada cutres. Muchas las firmaba [el dibujante gótico] Edward Gorey. Epstein descubrió que eso ayudaba”, escribe Louis Menand en The Free World. Art and Thought in the Cold War (El mundo libre. Arte y pensamiento en la Guerra Fría, Farrar, Strauss & Giroux, 2021). “Ese producto fue bautizado como libro de bolsillo de calidad para diferenciarlo del tradicional”. En 1954, Anchor ya vendía 600.000 ejemplares al año, lo que empujó a la rival Knopf a replicar la aventura y crear Vintage.

Portada de la edición en bolsillo de ‘Lo que Maisie sabía’, de Henry James, ilustrada por Edward Gorey para Anchor Books.

Muchos de aquellos títulos y de su espíritu editorial sobreviven hoy en la editorial hermana de NYRB, que publica en tapa blanda y diseño cartesiano clásicos de la literatura universal del siglo XX, con especial atención a los autores traducidos.

A principios de los años ochenta, Epstein ahondó en esa obsesión por democratizar los clásicos con la fundación de Library of America. De nuevo, la inspiración llegó de Europa, esta vez de la colección de la Pléiade, de la parisiense Gallimard, biblioteca de ediciones completas, con aspiración de ser definitivas, de las grandes plumas de la literatura en francés. La versión americana, que este año cumple 40, ofrece a los lectores garantía de calidad, con su tapa dura, papel de biblia, sobrecubierta negra, letras blancas y una tira con los colores de la bandera estadounidense. De Mark Twain a Ursula K. LeGuin, de Jack Kerouac a William Faulkner, Mary McCarthy o Zora Neale Hurston, casi cualquier gran nombre de la literatura estadounidense se encuentra en su catálogo.

Todas esas iniciativas las emprendió Epstein mientras trabajaba en Random House, adonde llegó en 1958 con un contrato que le permitía perseguir sus aventuras personales. Estas nunca le distrajeron de su labor como editor de Philip Roth, Norman Mailer o E. L. Doctorow. A su capacidad de persuasión debemos, por ejemplo, la publicación Muerte y vida de las grandes ciudades (1961; en español, en Capitán Swing), de Jane Jacobs, uno de los textos de urbanismo más influyentes de la segunda mitad de siglo XX.

De Random se jubiló en 1999, pero aún tuvo ganas de más. En 2003, cofundó On Demand Books, que fabrica un artilugio llamado Espresso Book Machine (La máquina espresso de libros), que, cuando llegó al mercado, permitía la impresión bajo demanda en minutos de un ejemplar de un título concreto. El objetivo era fomentar la autoedición y eliminar el estrés editorial de calcular con precisión la tirada más aproximada a la realidad del mercado. Un puñado de esos artilugios, a los que el progreso dobló inevitablemente la mano, se reparten todavía por algunas librerías del mundo.

Epstein estuvo casado en dos ocasiones, con Barbara Epstein (hasta 1980) y con la periodista Judith Miller (desde 1993), que le sobrevive. Hizo sus pinitos como escritor, con ensayos sobre asuntos como la Convención Demócrata de 1968 y los Siete de Chicago, el mundo editorial o la gastronomía. También escribió artículos para NYRB. La web de la revista, que entró en una nueva y aún incierta era tras la muerte en 2017 de Robert Silvers, ha dedicado durante todo el fin de semana gran parte de su portada a recordar a Epstein a través de algunos de sus textos para la publicación.

El último, sobre el sufrimiento animal, salió en 2014. Un año antes, escribió otro, titulado Una huelga y un comienzo: así fundamos The New York Review, cuando se cumplía medio siglo de aquella cena, que fue improvisada esa misma tarde, cuando Barbara Epstein y Elizabeth Hardwick se encontraron de casualidad en el vecindario que compartían. El artículo terminaba así: “Aún me impresiona recordar la sucesión de eventos completamente inesperados que se aliaron para hacer posible The Review. La huelga de periódicos que nos sirvió en bandeja la oportunidad de hacer el tipo de reseña que pedía el artículo de Lizzie [Hardwick, que había publicado un texto en Harper’s llamando a una renovación en la crítica literaria estadounidense]. El encuentro casual entre Barbara y Lizzie. La disponibilidad de Bob [Silvers]. Los presupuestos publicitarios por gastar de los editores [que no tenían periódicos en los que anunciarse] y la capacidad de Eastern News [distribuidora de Anchor Books] para llegar a los lectores adecuados. La voluntad de 45 autores de completar a tiempo sus trabajos, por los que no les pagamos. La duración de la huelga. Que todo esto pasara al mismo tiempo me sigue pareciendo un milagro en retrospectiva”. Ese milagro en viejo papel de periódico está estos días de luto.

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