La historia de amor entre un fabricante de barcos y Mosul que sobrevivió al terrorismo

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El mercado de pescado de Mosul luce abarrotado ya bien entrada la mañana. Decenas de personas caminan de puesto en puesto y discuten precios con los comerciantes para llevarse a casa un manjar fresco recién sacado del río Tigris. Grandes estructuras de hierro cocinan a fuego lento pescado al estilo “mashui”(a la parrilla, en árabe), mientras en otras tiendas se fríe en sartenes repletas de aceite hirviendo. Los comerciantes recogen el pescado vivo de varias bañeras que hacen las veces de mini piscifactorías y los limpian y cortan con un machete antes de dárselo a sus clientes. Mientras, varios militares del ejército iraquí observan a cada viandante sin quitar ojo mientras sujetan sus fusiles.

Apartado, en una esquina del mercado, ajeno a esta mezcla de olores, sonidos y barullo, trabaja Bassem al Balam, un artesano de pequeños barcos al que conocen en toda la zona. “¿Bassem el de los botes? Sí, siga recto”, explica uno de los vendedores. En este pequeño local, este hombre de 42 años sigue haciendo el mismo trabajo que hace más de dos décadas, con un único paréntesis debido a la toma de su ciudad por los terroristas de Daesh de 2014 a 2017. Una época que solo le trajo dolor; que le obligó a huir y separarse de sus dos grandes amores: su trabajo y su ciudad.

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Bassem no necesita mucho para ser feliz. Su trabajo y vivir con su familia en Mosul (Irak) es suficiente. Un hombre sencillo a la vera toda siempre del río Tigris, trabajando a pocos metros de su hogar, donde reside con su mujer y sus tres hijos, Bashir, Ahmed y Mohamed, de 11, ocho y seis años respectivamente. Con 11 empezó él a trabajar en el río como pescador junto a su tío, que le enseñó el oficio familiar. A finales de los noventa, ya con gran experiencia, Bassem se dio cuenta de que los botes que utilizaban los pescadores, incluido el de su tío, estaban mal hechos, se rompían y les entraba agua. “Sabía todo lo que tenía que tener un bote para que fuera bueno. Aprendí a hacerlos sin ayuda de nadie. Desde que fabriqué el primero, que vendí a un pescador, me conocen como Bassem el de los botes. La gente preguntaba por mí. Entonces alquilé un local y desde 1999 nunca me ha faltado trabajo”, dice orgulloso.

El popular constructor de embarcaciones, fiel seguidor del F.C. Barcelona, detiene su faena para explicar esos años que odia recordar. Cuando llegó Daesh a la ciudad solo aguantó tres meses viviendo bajo el régimen de los terroristas. “No fueron buenos tiempos para mi ciudad. Tenías que acatar unas normas muy estrictas: ir a la mezquita a rezar cada vez que sonaba el canto, dejarte la barba, no fumar… entre otras muchas cosas”, lamenta mientras apura el cigarrillo. Bassem, con “mucho dolor” huyó con su familia a Kirkuk, ciudad que limita con el Kurdistán iraquí. Como él, más de medio millón de personas escaparon de Mosul —una ciudad que entonces tenía más de dos millones de habitantes— en los primeros meses de 2014, según la Agencia de la ONU para los Refugiados. El terrorismo arrancó de cuajo las raíces de Bassem y acabó con la tradición de trabajo de varias generaciones junto al Tigris. Se llevó por delante su oficio y sus vínculos familiares con una ciudad de la que no se podía despegar.

El terrorismo arrancó de cuajo las raíces de Bassem y acabó con la tradición de trabajo de varias generaciones junto al Tigris. Se llevó por delante su oficio y sus vínculos familiares con una ciudad de la que no se podía despegar.

En Kirkuk intentó seguir construyendo botes, pero le fue imposible. “Insistí hasta el último momento, pero Kirkuk no es Mosul, allí no hay río, ni demanda de barcos, ni es tan fácil conseguir buenos materiales”, cuenta. El primer año trabajó en varias tiendas consiguiendo algo de dinero para mantener a su familia hasta que encontró un empleo estable en un local de venta de aires acondicionados y radiadores. “Ganaba 400.000 dinares (unos 220 euros) que era justo lo que me costaba la renta debido a que subieron los precios porque mucha gente huyó a Kirkuk, pero entendieron mi situación y poco a poco conseguí que me fueran bajando los precios”, comenta. Los desplazados hasta 2017 a causa de la situación en Mosul sumaban más de 800.000 personas, la mayoría encontró refugio en zonas del Kurdistán iraquí y Kirkuk, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y los datos del Gobierno iraquí.

Los desplazados hasta 2017 a causa de la situación en Mosul sumaban más de 800.000 personas, la mayoría encontró refugio en zonas del Kurdistán iraquí y Kirkuk, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y los datos del Gobierno iraquí.

Su situación en su nueva localidad era muy mala. No entendía cómo de tener una vida feliz y estable todo había cambiado tanto de un día para otro. Cuenta que era tal su desesperación que cuando Mosul seguía bajo el régimen de Daesh se llegó a plantear volver. “Mosul es mi tierra. Llevo toda mi vida aquí, somos muchas generaciones. Amo mi ciudad y mi trabajo porque sé que se me da bien. Por eso me planteé volver”, afirma. Cuando la ciudad fue liberada él y su familia fueron de los primeros en regresar. “Me dio muchísima felicidad. Tardamos apenas unos días en venir. Tenía ofertas de trabajo en Kirkuk pero ni siquiera pensé en aceptarlas. Quería volver a tener mi vida de siempre”. En octubre de 2017 ya habían regresado a la ciudad casi 16.000 familias, según la OIM.

Cuando regresó, su casa de alquiler en la que llevaba décadas y su taller de barcos, situados a apenas unos metros, estaban totalmente destrozados por un ataque aéreo. “No perdimos mucho porque lo importante me lo llevé a Kirkuk. Tuvimos que alquilar otra casa aquí cerca y también este local. Pero lo importante es que pudimos volver”, narra mientras señala la zona destrozada donde se situaba su antigua vida. Como la de Bassem, más de 8.000 viviendas fueron destruidas durante la batalla por la liberación de Mosul, según Naciones Unidas.

Él ha vuelto a ser “el de los botes”. Y transmite su afición por hacerlos en todo momento mientras explica, repleto de serrín, su proceso. Saca bases de madera, herramientas de todo tipo, tornillos y los remos, que también confecciona a mano. En construir un bote tarda dos días, aunque dependiendo del tamaño que le pidan pueden ser tres. Los vende por unos 165 euros y fabrica unos 11 al mes, pero ahora no es temporada y está vendiendo menos. “Ahora el río (Tigris) está cerrado por casi todos los sitios porque no es temporada de pesca. Es en verano, por eso hay menos demanda”, lamenta.

La intención de este antiguo pescador es enseñar el oficio que tanto ama a sus hijos cuando crezcan. Le gustaría que se convirtiera en tradición dentro de su propia familia, aunque admite que todavía son chicos. El joven y “rechoncho” Bashir, como lo denomina su padre entre risas, llega a toda velocidad con su bicicleta nueva. Bassem sonríe y comenta que al pequeño va a ser imposible enseñarle a fabricar barcos porque solo le interesa dar vueltas con su nuevo vehículo. El joven exige dinero para su almuerzo y se vuelve a ir sin mediar palabra. Con sus 11 años, Bassem ya estaba pescando, pero aún le quedan los pequeños Ahmed y Mohamed. Con ellos aún no ha perdido la esperanza.

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