La película que Disney trata a toda costa de borrar de su historia



La estrategia comercial de Disney, desde hace 96 años, es perfecta: apela al sentimentalismo para disimular que es una multinacional. La compañía se presenta a sí misma como el lugar feliz oficial de nuestra civilización, donde cualquiera puede refugiarse de los problemas del mundo real con solo ver sus películas, comprar algún juguete o pasar un fin de semana en uno de sus parques temáticos (“reinos mágicos” los llaman). Pero a veces esta fantasía se estampa contra la vulgar realidad. Entre las más de 500 películas del catálogo de Disney+, su plataforma digital, no está Canción del sur. La mancha en su expediente, el clásico de la vergüenza, la fábula racista que Walt Disney adoraba, pero que sus sucesores se empeñan en fingir que nunca existió. ¿Realmente es para tanto?

Walt Disney sabía perfectamente que tenía un relato escabroso entre manos, por eso consultó el guion con intelectuales comunistas, judíos y negros. Pero ‘Canción del sur’ partía de unos prejuicios de base

Una de los primeros recuerdos de la infancia de Walt Disney era leer los cuentos del Tío Remus, escritos por Joel Chandler Harris en 1881, así que tras el monumental éxito de Blancanieves y los siete enanitos (Walt Disney, 1937) compró los derechos para adaptarlos en una película que contaría la amistad entre el negro bonachón Remus y el niño blanco Johnny, con tres fábulas de dibujos animados intercaladas. La identificación de Disney con Remus era evidente: un contador de historias que ofrecía consuelo al sufrimiento de un niño llevando su imaginación a lugares mágicos. Pero aunque Disney adoraba este relato como un clásico del folclore estadounidense, no conocía la forma de vida del sur antes, durante y después de la Guerra de Secesión (1861-1865). Su percepción, como la de toda la nación en los años 40, estaba distorsionada por la imagen idealizada de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939).
Uno de los argumentos más habituales para justificar obras del pasado con valores inapropiados es razonar que en aquella época eran normales. No siempre es el caso. La actitud sumisa, virtuosa e infantil de Blancanieves (quien lo primero que hacía, literalmente, al llegar a la casa de los enanitos era limpiarla de arriba abajo) ya era retrógada comparada con las mujeres independientes y contestatarias del Hollywood de los años 30. Del mismo modo, Canción del sur (Harve Foster y Willfred Jackson, 1946) ya despertó una controversia inédita cuando se estrenó: recién terminada la Segunda Guerra Mundial, la sociedad americana apreciaba que los soldados negros hubiesen luchado con el mismo valor que los blancos y además quería demostrarle al mundo que era más tolerante con las minorías raciales que los nazis, mirando ya hacia los derechos civiles que se acabarían concediendo en 1957.

Manifestación en contra de la proyección de la película ‘Canción del Sur’ en el cine Paramount en 1946. Foto: Getty

Walt Disney sabía perfectamente que tenía un relato escabroso entre manos, por eso consultó el guion con intelectuales comunistas, judíos y negros. Pero Canción del sur partía de unos prejuicios de base: la idealización de las plantaciones, los esclavos felices, los amos benevolentes. Según el historiador Earl F. Bargainnier, a principios del siglo XX “el sur de preguerra se convirtió en un edén romántico, un sueño de caballerosidad, y la Guerra de Secesión se convirtió en un periodo de heroísmo. Pero el sur no fue derrotado en el campo de batalla sino durante la Reconstrucción y la violación vengativa perpetrada por el vulgar norte sobre el hermoso sur”.
En teoría la película está ambientada en el periodo de Reconstrucción, cuando una vez abolida la esclavitud muchos negros se quedaron en sus plantaciones ya como empleados, pero los exultantes escenarios de Georgia no parecen arrasados por la guerra. Esta imprecisión generó tensiones en la prensa, que criticó la falta de rigor, de sensibilidad y de prudencia por parte de Walt Disney.

“Me asombra encontrarme con personas en el norte que consideran que las canciones de los esclavos son prueba de su alegría y alborozo. Es imposible concebir un error mayor. Los esclavos cantan más cuando son más infelices”, reflexionó el estadista Frederick Douglass

La canción ganadora del Oscar, Zip-a-Dee-Doo-Dah (Remus describe esos días en los que uno es tan feliz que es incapaz de abrir la boca sin ponerse a cantar), fue tachada como una perpetuación del tópico de que los esclavos tampoco estarían tan tristes si se pasaban el día cantando en el campo de algodón. Pero el estadista Frederick Douglass, ya en el siglo XIX, expresaba su estupor ante esta conclusión: “Me asombra encontrarme con personas en el norte que consideran que las canciones de los esclavos son prueba de su alegría y alborozo. Es imposible concebir un error mayor. Los esclavos cantan más cuando son más infelices”. Canción del sur retrataba el estereotipo del “negro mágico”, construido y divulgado por escritores blancos, cuyas únicas preocupaciones en la vida son pescar, contar historias y cuidar de los hijos de sus patrones blancos con obediencia y agradecimiento.
El periódico The Afro-American describió la película como “una propaganda perniciosa de la supremacía blanca”, mientras que The Pittsburgh Courier la consideró “una prueba de buena voluntad inestimable para avanzar en las relaciones interraciales” y desdeñó a los críticos como “síntoma de la neurosis racial que se ha apoderado de una comunidad sin sentido del humor”. En su ensayo de 2012 Disney’s Most Notorious Film, Jason Sperb concluye que Canción del sur es “uno de los textos más implacablemente racistas de Hollywood, hecho por personas que eran muy conscientes del estereotipo, que sabían que ofendería a muchos y que claramente consideraban que no había nada de malo en ello”.
La intención de Walt Disney, sin embargo, era conciliadora. Su decisión de poner a un protagonista negro en una película familiar (el actor James Baskett, quien recibió un condescendiente “Oscar especial”, ni siquiera pudo asistir al estreno celebrado en Atlanta por ser un Estado segregado) resultó tan amable como transgresora y hay que tener en cuenta que en aquella época la visión de la esclavitud más aceptada en ámbitos académicos era la de Ulrich B. Phillips: “La plantación no era una mera institución económica, sino una forma de vida completa. Un método de control social para una raza estúpida y genéticamente inferior”.

Walt Disney, en el centro, con el músico Johnny Mercer, en el piano con la partitura de ‘Canción del sur’, en 1946. Foto: Getty

El Tío Remus era, además, la brújula moral de la historia y sus fábulas (sobre la imposibilidad de huir de tus problemas, la necesidad de encontrar un lugar feliz o el uso del ingenio para imponerse a la fuerza bruta) “representan el primer esfuerzo de los americanos negros para definirse a sí mismos a través del arte de contar historias; un intento heroico por parte de los esclavos de transformar el material crudo de su experiencia en un formato de ficción”, según el catedrático de literatura negro Robert Bone.
El debate se divide, por tanto, entre los que ven al Tío Remus como una reformulación del Tío Tom (creado por Harriet Beecher Stowe, el Tío Tom era un buen cristiano que perdonaba la crueldad perpetrada sobre los esclavos sin hacer nada al respecto y hoy existe como una etiqueta despectiva para los negros que traicionan su causa adaptándose al sistema blanco) y los que aprecian que Remus no caiga en estereotipos raciales como la sonrisa ignorante, los ojos en blanco o la actitud de sainete. Remus tampoco esconde sus emociones, sino que es una figura independiente e influyente en la paradisiaca plantación que dice lo que piensa y ejerce autoridad sobre los niños blancos. Al final de la película, Remus y el chaval se dan la mano y corren juntos por la colina. Una imagen revolucionaria en 1946 que hoy no es suficiente.

Disney sigue atrapada en su obsesión con postularse como el último baluarte cultural donde nadie sale ofendido

Canción del sur se reestrenó en 1956, en 1972, en 1980 y en 1986 ya asentada como un clásico nostálgico sobre la amistad interracial y con motivo de la apertura de Splash Mountain, la atracción de Disneylandia inspirada en los cuentos del Tío Remus que, al no estar narrada por él sino por uno de los animales, existe hoy desprovista de todo su significado original.
Desde entonces, Disney se ha comportado como si la película no existiera, eliminándola de su lista de clásicos oficiales, nunca editándola en formato doméstico alguno (aunque sí la lanzó en algunos mercados internacionales, donde el expresidente de Disney Michael Eisner aclaró que “la esclavitud es un asunto menos controvertido”) ni emitiéndola en televisión. El actual presidente de la compañía, Bob Iger (y, según los rumores, futuro candidato a la Casa Blanca) la describe como “anticuada” y “bastante ofensiva”.
En 2017, Whoopi Goldberg fue declarada como “leyenda Disney” durante una convención de la compañía y la actriz aprovechó para pedir públicamente el relanzamiento de Canción del sur. “Solo así podremos entablar una conversación sobre lo que es, de dónde viene y por qué se estrenó”, explicó la actriz, quien es además coleccionista de memorabilia racistas porque considera que para avanzar es esencial conocer los errores del pasado.

Ingrid Bergman le entrega al actor James Baskett el Oscar por su interpretación del tío Remus en ‘Canción del sur’ en 1949. Foto: Getty

En 2006 la propia actriz apareció en un vídeo, incluido en las ediciones en DVD de los dibujos animados de Looney Toones, en el que avisaba de que “algunas de estas historias reflejan prejuicios que eran comunes en la sociedad americana, especialmente en el tratamiento de minorías raciales y étnicas. Estas bromas estaban mal entonces y están mal hoy, pero eliminarlas sería lo mismo que decir que nunca existieron, así que aquí están para reflejar con rigor una parte de nuestra historia que ni puede ni debe ser ignorada”. Precisamente, el motivo oficial por el que Disney nunca editó Canción del sur en VHS, DVD o Blueray es porque una de las políticas de la empresa es no incluir este tipo de advertencias: su contenido debe ser blanco y sin matices.
Ya en 1946 la asociación negra NAACP cuestionó que, en su afán por no ofender al público del norte ni al del sur, Disney contribuía a perpetuar una distorsión de la historia presentando una imagen glorificada de la esclavitud y una relación idílica entre el esclavo y su amo. Más de siete décadas después, Disney sigue atrapada en su obsesión con postularse como el último baluarte cultural donde nadie sale ofendido.
Los directores de Buscando a Dory reescribieron el final, en el que unas orcas acababan viviendo en un parque temático acuático, porque no querían “mirar atrás dentro de 50 años y que Buscando a Dory fuese su Canción del sur”. En cuanto Disney absorbió a Fox, varios accionistas se mostraron preocupados porque la comedia Jojo Rabbit (Taika Waititi, 2019) contase la historia de un niño y su amigo imaginario Adolf Hitler: podría ofender a una parte de su público. Del mismo modo, la petición popular de que Elsa tenga una novia en Frozen II fue ignorada por temor a que los homófobos boicoteasen la secuela de la película más exitosa de su historia.

Disney se ha comportado como si la película no existiera, eliminándola de su lista de clásicos oficiales, nunca editándola en formato doméstico ni emitiéndola en televisión

Y esa historia está llena de racismo. El lobo de Los tres cerditos se disfrazaba de vendedor ambulante judío, el rey de los monos de El libro de la selva cantaba (con la voz del negro Louis Prima) que quería ser civilizado como Mowgli, Mickey Mouse se pintaba la cara de negro en el corto El melodrama y los indios de Peter Pan caían en todos los estereotipos posibles. La leyenda urbana de que el propio Walt Disney era un reaccionario (alimentada, en su origen, por trabajadores despedidos tras una huelga en 1941) recurre a detalles como su testimonio voluntario durante la caza de brujas anticomunista en Hollywood, su descripción de una escena de Blancanieves y los siete enanitos como “los enanos se apilan unos sobre otros como una hacina de negros”, los cuervos de Dumbo que respondían a los clichés afroamericanos y que hoy no aparecen en ninguna Disney Store o el mechero que tenía Minnie Mouse en un corto de 1932 con una esvástica grabada.
Una paradoja que encaja con la anécdota que contaba el guionista de Sister Act, Paul Rudnick, cuando se reunió con unos ejecutivos que mientras le advertían de que no satirizase con la Iglesia católica, se negaban a contratar a Whoopi Goldberg porque el público racista del medio oeste podría rechazarla y debatían sobre si la sirenita Ariel era lo suficientemente “follable”. Sea o no cierta la rumorología en torno al racismo de Walt Disney, el reino mágico que él construyó con su imaginación parece cada día más acorralado en su propia muralla de corrección política.

En 1989 un matrimonio demandó a Disneyland porque les detuvieron por robar en la tienda de regalos y en las oficinas del parque sus hijas, de 5 y 2 años, vieron a los trabajadores disfrazados pero sin la cabeza puesta y fumando

Recientemente se anunció que el remake en acción real de La dama y el vagabundo, que se estrenará en Disney+, no incluirá a los gatitos siameses que parodiaban el estereotipo de que los orientales no son gente de fiar. El año pasado Disney cedió a la polémica de las redes sociales y despidió a James Gunn, director de Guardianes de la galaxia, por unos tuits de 2012 en los que bromeaba sobre la pedofilia (después lo readmitió, presionada por los actores de la película).
En 1989 un matrimonio demandó a Disneyland porque les detuvieron por robar en la tienda de regalos y en las oficinas del parque sus hijas, de 5 y 2 años, vieron a los trabajadores disfrazados pero sin la cabeza puesta y fumando. El trauma de las niñas llevó al matrimonio a pedir un millón de dólares en compensación (sufrirían escalofríos en la Puerta del Sol de Madrid, donde hay más muñecos con una cabeza humana saliéndoles del cuello que sin ella) y Disney llegó a un acuerdo económico para evitar ir a juicio: desde entonces, los actores de los parques temáticos de Disney están obligados a actuar como su personaje incluso durante sus descansos.
La cruda realidad no deja de enturbiar la magnífica ilusión orquestada por Disney, pero ellos siguen custodiándola con fervor. Quizá les vendría bien bajar la guardia y limitarse a justificarse como hacía el Tío Remus: “Yo solo soy un viejo cansado que no hace nada excepto contar historias que nunca le han hecho mal a nadie. Y si no hacen el bien, ¿cómo es que duran tanto?”.
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