La selva amazónica que emergió de un cráter de hace 30 millones de años

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Hace 30 millones de años cayó un meteorito de 2,5 kilómetros de diámetro en las sabanas del Vichada, una región al oriente de Colombia. El impacto generó un enorme cráter en el que poco a poco fue creciendo una selva que hoy en día es el hogar de 90 familias indígenas de la tribu seminómada sikuani y alberga al menos 1.500 especies de animales y cerca de 1.100 especies de plantas, según estudios del Instituto Humboldt, el centro de investigación en biodiversidad y ecosistemas más importante del Colombia.

Luis Santiago Castillo, biólogo del Instituto y líder del proyecto que busca estudiar y proteger la cultura y la naturaleza de la zona, cuenta por teléfono que el antiguo agujero causado por un cuerpo celeste mide 50 kilómetros de diámetro y combina la fauna y la flora de las sabanas con la de los bosques tropicales del Amazonas. “La selva de Aliwa, como la llaman los indígenas, contiene biodiversidad típica de los dos ecosistemas. Este cráter es la bisagra entre el llano y la selva”, dice Castillo.

Desde 2018, los científicos han hecho varias expediciones al lugar con el propósito de dialogar con las comunidades nativas y empezar a explorar un territorio que aún no ha sido estudiado por la ciencia occidental. Esas salidas de campo, sumadas a proyecciones realizadas con información de bases de datos de la región y a testimonios de los habitantes, revelan que en esta selva podría haber en total 2.677 especies de plantas y animales, una cifra muy alta en comparación con la biodiversidad de la zona que rodea el antiguo cráter.

Hernando García Martínez, director del Instituto Humboldt, insiste en que por su localización y su origen estos bosques deben tener características biológicas únicas. Las selvas de Aliwa son “un tesoro de la biodiversidad colombiana” en el que posiblemente conviven 144 especies de mariposas, 331 de peces, 64 de anfibios, 163 de reptiles, 684 de aves y 183 de mamíferos. Se estima incluso que en el cráter habitan seis especies endémicas y 33 especies de flora y fauna en peligro de extinción, incluidos el cocodrilo del Orinoco, la tortuga morrocoy, el mono araña, el armadillo gigante, el delfín rosado, el jaguar y el árbol de Castaña.

En el proyecto, llamado Salvaguardando la herencia biocultural en el territorio ancestral de la comunidad indígena Aliwa, participan también las organizaciones WCS-Colombia, Naturaleza y Cultura Internacional (NCI), Global Wildlife Conservation (GWC) y las Autoridades Tradicionales Indígenas. “El objetivo de esta alianza es generar estrategias para la protección, defensa y conservación ancestral de las selvas de Aliwa y su patrimonio biocultural, todo a partir de un diálogo entre los conocimientos tradicionales y las ciencias”, explica Martínez.

Sergio Andrés Torrado Pérez, magíster en Ciencias y Geofísica de la Universidad Nacional de Colombia, fue uno de los investigadores que en 2020 pudo confirmar que la selva Aliwa efectivamente había emergido de un cráter de meteorito. Desde su casa en Bogotá, Torrado explica por teléfono que su investigación comenzó en 2016 con el propósito de confirmar o desechar la hipótesis de un científico argentino que en 2004 dijo que en la zona había caído un asteroide y que por eso tenía una biodiversidad tan distinta al resto de la región.

Torrado cuenta que cuando él y sus compañeros de trabajo llegaron a la zona se desconcertaron porque el cráter no se veía a simple vista. “Este cráter se caracteriza por ser una estructura de impacto oculta. Está cubierto bajo depósitos de sedimentos más recientes y por una vegetación muy tupida. Esto hace que sea imposible de distinguir”. Los científicos tuvieron que aplicar un modelo geológico para ver cómo se comportan las estructuras en las distintas capas al interior de la tierra y combinarlo con imágenes satelitales que, según Torrado, empezaban a coincidir con la hipótesis del meteorito. “En las observaciones se ve una estructura con dos anillos que muestran en un terreno totalmente plano una curvatura concéntrica y casi perfectamente circular”, afirmó Torrado en el momento del descubrimiento.

Sin embargo, la prueba hasta ahora irrefutable del impacto del cuerpo celeste es que en la superficie se encontraron rocas extrañas para la región parecidas a las de otros meteoritos. “Analizamos piedras de uno a tres metros de alto que, por la planicie que caracteriza las sabanas del Vichada, no se deberían encontrar allí”, dice Torrado. Y añade: “En el estudio de esas rocas hay evidencias mineralógicas, materiales deformados y minerales específicos que se generan por altas temperaturas y altas presiones, que nos ayudaron a determinar que sí era un cráter de meteorito”.

El investigador y profesor de Geología Orlando Hernández afirma en un artículo científico que el cráter del Vichada es “similar al que se encuentra en Sudbury, Ontario, Canadá, el segundo mayor cráter de impacto en la Tierra, tras el cráter de Vredefort en Sudáfrica”. Según los investigadores, el impacto del meteorito pudo haber generado microambientes que favorecen la proliferación de la fauna y la vegetación. “Esa tierra es especial. En zonas donde ha habido impacto de asteroides a nivel mundial normalmente hay enriquecimiento de ciertos metales y minerales que hacen que crezcan muchos árboles. En este caso, encontramos montículos de tierra que tienen alto contenido de minerales ferromagnéticos”, dice Torrado. Esta podría ser una de las razones para que la selva Aliwa, ubicada en medio de las sabanas y los pastizales del Vichada, albergue tanta biodiversidad amazónica.

Torrado concluye que se trata de un cráter de impacto de asteroide. “Tenemos la evidencia geológica y geofísica, y estamos en un proceso de formalización del cráter para que sea reconocido por la Sociedad Planetaria, ONG dedicada a promover la exploración espacial del sistema solar y la divulgación científica de las ciencias planetarias y la astronomía en todo el mundo”.

Otro indicio que muestra que esta selva majestuosa creció dentro de un cráter de meteorito es el comportamiento del río Vichada, que rodea parte del antiguo agujero. Según el biólogo Santiago Castillo, el cauce de los ríos en la región tiene una trayectoria constante. “Normalmente los ríos van de sur occidente a nororiente, en diagonal para desembocar en el gran río Orinoco, uno de los más caudalosos del mundo, pero cuando el río Vichada se acerca al cráter hace un bucle hacia el sur bastante evidente”, dice Castillo. El investigador explica que lo más probable es que al caer, el impacto del meteorito haya elevado el terreno y haya desviado la trayectoria normal del río.

Además de estudiar la biodiversidad del antiguo cráter, el proyecto del Instituto Humboldt busca fortalecer los procesos de toma de decisiones de la comunidad para garantizar el control y la protección del territorio. El biólogo Santiago Castillo advierte de que la zona ha tenido complejidades de guerra: “hay cultivos de coca alrededor y un río que sale de la selva se ha usado como canal para la deforestación”.

Paula Ungar, investigadora de Gestión Territorial del Instituto, explica que en el territorio ancestral Sikuani confluyen “intereses lícitos e ilícitos que se manifiestan en diversas formas de colonización: grandes fincas ganaderas, pequeños colonos que deforestan y la dinámica territorial asociada al conflicto armado y a los cultivos de droga”. Esta situación ha generado tensiones entre los indígenas y los grupos armados que ponen en peligro el territorio y dificultan su estudio. Los investigadores coinciden en que otro de los objetivos del trabajo es fortalecer la guardia indígena ante las amenazas de actividades extractivas como la cacería, la deforestación y el tráfico de sustancias ilegales.

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