La tecnología, un salvavidas para el empleo en la peor crisis

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Ya nadie duda que estamos frente a lo que algunos autores han llamado la cuarta revolución industrial, marcada por nuevas tecnologías que están transformando el mundo del trabajo. Se trata de un tsunami tecnológico en toda regla, por la rapidez, nunca antes vista en la historia de la humanidad, con la que los adelantos tecnológicos penetran en la sociedad y se expanden por todo el globo. También acelerado es el envejecimiento poblacional, sobre todo en América Latina y el Caribe. Y para muestra el siguiente dato: a Reino Unido le tomó 75 años doblar del 10% a 20% la proporción de mayores de 65 años en su población; a Francia y EE UU más de 60; en cambio, a América Latina y el Caribe le tomará en promedio apenas alrededor de 30.

Ambos factores son en principio positivos —vivimos más y aumenta la riqueza producto de las innovaciones tecnológicas— pero también nos confrontan con grandes desafíos, sobre todo en lo que respecta a la transformación del mercado laboral. La cuarta revolución industrial anuncia, para algunos, el final del trabajo tal como lo conocíamos. Algunas tecnologías tienen un alto potencial de automatización, y podrían acabar, según algunos estudios, con el 47% de los empleos en Estados Unidos, cifra que se eleva hasta el 75% para el caso de Guatemala.

Es muy probable, sin embargo, que no sea así: si observamos lo que ocurrió en otros momentos históricos —en los que también se generó el temor de que las máquinas provocasen un desempleo masivo— lo que sucederá será, más bien, una transformación del tipo de ocupaciones y habilidades que son más demandadas por el mercado laboral, pero la rapidez del cambio pondrá a prueba nuestra capacidad de adaptación.

Lo que sucederá será, más bien, una transformación del tipo de ocupaciones y habilidades que son más demandadas por el mercado laboral, pero la rapidez del cambio pondrá a prueba nuestra capacidad de adaptación

A efectos de sus impactos sobre el todavía imprevisible futuro del trabajo, no todas las tecnologías son iguales. Podemos distinguir dos tipos: las que, como las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) pueden sustituir el trabajo humano, y las llamadas tecnologías de intermediación, que suponen el surgimiento de plataformas digitales como Uber, Cabify o Airbnb.

Estas últimas no sustituyen trabajo humano, pero sí pueden cambiar profundamente el marco de las relaciones laborales. Estas plataformas posibilitan un mayor uso del capital y del trabajo. Un coche que no se usaba a menudo puede ser ahora un taxi, las personas con necesidades de horarios flexibles, como por ejemplo quienes realizan tareas de cuidado dentro del hogar —tareas que, históricamente, han recaído en mayor medida en las mujeres— pueden ahora acceder al mercado laboral a través de este tipo de plataformas en las franjas de tiempo que tienen disponibles. Sin embargo, la contrapartida de esa flexibilidad es la pérdida de la protección y seguridad asociada a las formas tradicionales de trabajo asalariado.

Aunque no podemos predecir cómo estos cambios impactarán en América Latina y el Caribe, sí es posible analizar las tendencias que ya se observan para anticipar cómo contribuir a aprovechar las oportunidades que presenta este escenario y minimizar los riesgos. En América Latina y el Caribe, el envejecimiento de la población supone un enorme reto dada la alta tasa de informalidad laboral y la insuficiencia de los sistemas de seguridad social, de ahí la necesidad de actuar con rapidez. Asimismo, la revolución digital está generando una enorme demanda por algunas ocupaciones y habilidades, como por ejemplo desarrolladores de software o habilidades de comunicación. Identificando aquellas ocupaciones y habilidades que están siendo más demandadas y preparando a jóvenes y trabajadores adultos para las mismas, podremos asegurar que esta transición entre las ocupaciones del siglo XX y las del siglo XXI sea más suave. Por otra parte, el cambio demográfico abre también nuevas oportunidades de empleo. Así, por ejemplo, un mayor número de ancianos en la región supondrá, probablemente, un aumento de la demanda de profesiones asociadas a la salud y las tareas de cuidado de personas dependientes.

Así pues, el futuro del trabajo no está escrito, sino que es una realidad en construcción que dependerá en buena manera de cómo los estados, las empresas y las personas de América Latina y el Caribe se preparen para esta nueva realidad. Entre los desafíos importantes que deberán enfrentar los estados está la adaptación de regulaciones y leyes laborales y la implementación de políticas que apunten a reducir las consecuencias adversas que estos cambios supongan para las empresas, y sobre todo, los trabajadores. Por su parte, las compañías no pueden ser simples consumidoras de capital humano, sino que deben participar activamente en su desarrollo a través de alianzas público-privadas que posibiliten una formación continua, durante toda la vida, para los trabajadores. Además, en algunos mercados laborales, poco renuentes a contratar a mayores de 50 años, tanto estados como empresas deberán trabajar para modificar ese sesgo, en un contexto en el que lo esperable es que trabajemos más años que nuestros padres, aunque, tal vez, a tiempo parcial y disfrutando de las ventajas que brindan estas nuevas tecnologías.

Los desafíos son muchos, y de cómo se gestionen dependerá, en gran medida, si la transformación del mercado laboral aumentará la desigualdad en América Latina o, por el contrario, posibilitará el crecimiento económico y el desarrollo y la inclusión social. Para contribuir a estos debates inexcusables y urgentes, desde el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) hemos publicado la serie El futuro del trabajo en América Latina y el Caribe, a fin de buscar nuevos datos que permitan una reflexión en profundidad sobre estos temas, entre ellos los cambios para las profesiones de la salud y la educación, el impacto de la automatización laboral, la definición de un nuevo Estado de bienestar, el modo en que estas transformaciones impactarán diferencialmente sobre las mujeres o cómo construir un sistema de aprendizaje a lo largo de toda la vida. Porque, para anticiparnos a los retos de esta nueva realidad, sabemos que debemos conjugar el futuro del trabajo en tiempo presente.

Carmen Pagés-Serra es jefa de la División de Mercados Laborales y Seguridad Social del BID.

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