La visión de Donald



Trump no iba a ser menos. Todo presidente de Estados Unidos necesita una visión de Oriente Próximo y del conflicto entre israelíes y palestinos. La visión de Donald es exactamente la de Benjamín Netanyahu, el primer ministro este martes inculpado por el fiscal, que aspira a renovar su mandato dentro de 35 días en las terceras elecciones generales que se celebran en Israel desde el pasado abril.
En tres años de presidencia, Trump ha dado pasos insólitos, que nadie antes había osado, como trasladar la embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén, reconocer la ciudad de las tres religiones como capital indivisible de Israel y aceptar que el Golán conquistado a Siria es territorio de soberanía israelí. Ahora se dispone a cruzar el umbral más esperado por los colonos de Cisjordania, como es reconocer la soberanía israelí sobre los asentamientos de Judea y Samaria, perfectamente ilegales según las resoluciones de Naciones Unidas. No es una sorpresa. Tampoco una novedad. Putin ya lo hizo antes en Crimea. Es trumpismo en estado puro. La decisión es unilateral, sin negociación con la otra parte. Las instituciones y las relaciones multilaterales quedan al margen. Se reconoce una situación de hecho, impuesta por la fuerza. Y se intenta amortiguar con un método bien conocido por los especuladores inmobiliarios neoyorquinos: dinero a espuertas para quien acepte el trato y el miedo en el cuerpo para quien lo rechace.
Marean las cifras millonarias. Es política y son negocios. Habrá que invertir en infraestructuras de comunicación dobles para conectar el territorio israelí de forma separada del confeti de territorios todavía reducido que quede para los palestinos. El estímulo para que estos acepten la paz que se les impone más que propone también es doble: si no quieren las inversiones perderán todavía más territorios. Tendrán un plazo para aceptar el plan, trazado por especialistas en vender parcelas y construir urbanizaciones. Después de las expropiaciones y desahucios, claro.
En resumen: todo para Israel, vagas promesas para los palestinos. Siempre que se porten bien y lo acepten. Por las palabras que no quede: se habla incluso de un Estado futuro para los palestinos y de una capital en Jerusalén Este. Pero el control del territorio desde el Jordán hasta el Mediterráneo estará en manos israelíes y su capital eterna e indivisible será Jerusalén.
Ni hablar de regreso de los refugiados. Entre las promesas no están los derechos civiles de los palestinos, ni tampoco sus derechos colectivos como pueblo, es decir, la autodeterminación. Tienen además la obligación de reconocer a Israel como Estado judío, cuestión que sería menor de no existir la amenaza de disminución o incluso de desposesión de derechos sobre los ciudadanos árabes israelíes (1,8 millones).
Días históricos como el de este martes son perfectos para las campañas electorales, la inminente de Netanyahu y la próxima de Trump. Y más cuando los candidatos están procesados, uno por corrupción por el fiscal general y el otro por abuso de poder por el Congreso. Todo cuadra.


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