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Los desafíos del puente de Kerch

Los daños sufridos por el puente sobre el estrecho de Kerch pueden entorpecer o ralentizar la ofensiva rusa en Ucrania (sobre todo en la provincia de Jersón) pero no pueden detenerla, en opinión de fuentes relacionadas con los medios militares en Crimea consultadas por esta periodista.

Además de un gran valor simbólico, el puente, de 18 kilómetros de longitud y en uso desde 2018, tiene un alto valor estratégico por ser la principal ruta de abastecimiento tanto de la población civil de la península como de las tropas rusas que combaten en el sur de Ucrania. El puente fue construido bajo la supervisión de una empresa (Stroigazmontazh) controlada por Arkadi Rotenberg, un amigo de la infancia de Vladímir Putin, sancionado en Occidente por su papel en esta obra. Desde que entró en funcionamiento, esta compleja construcción de ingeniería ha funcionado como un cordón umbilical que une Crimea al territorio ruso y la desvincula de Ucrania y de las aventuradas rutas por el estrecho de Perekop.

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La construcción del puente en el plazo de algo más de dos años fue acompañada de una ampliación y modernización de la infraestructura viaria de Crimea. Hasta ahora las columnas de blindados, equipo militar y provisiones circulaban regularmente sobre el puente desde la provincia rusa de Krasnodar hacia las otras tierras ucranias ocupadas por Moscú. Evaluar los daños sufridos por esta obra sin precedentes en Rusia llevará unos cuantos días, tal vez más de una semana, afirmaron las fuentes. Decisivo para restablecer su pleno funcionamiento serán los informes técnicos sobre el estado de la estructura sustentante y de las plataformas sobre las que se extiende una autopista de cuatro carriles (dos en cada sentido). Además, deberá ser inspeccionada la línea ferroviaria que permite el paso simultáneo de dos trenes.

“Las tropas ucranias enviadas al sur disponen de cerca de una semana para recuperar fuerzas, reagruparse o continuar su ofensiva”, manifestaron las fuentes. Advirtieron, no obstante, que la aviación, la flota y también los misiles de Rusia siguen amenazando las posiciones meridionales de Kiev, aunque con ciertas limitaciones. Los buques de guerra y los aviones de carga solo pueden transportar una cantidad restringida de equipo y está por ver en qué condiciones el puente volverá a resistir el peso de columnas de tanques, a razón de unas 50 toneladas cada uno. Por tierra, la ruta alternativa desde Rusia al frente de Ucrania pasa por las provincias fronterizas como la de Rostov sobre el Don y es más arriesgada y expuesta que la de Crimea.

Hasta la inauguración del puente, una línea de transbordadores aseguraba la comunicación marítima entre la península de Tamán (en el territorio ruso de Krasnodar) y el puerto de Kerch (en Crimea). “Tras su construcción, el número de transbordadores fue reducido al mínimo, ya que la línea había sido considerada como obsoleta”, explica la fuente, según la cual los dirigentes de Crimea tendrán que recuperar ahora las embarcaciones que desecharon cuando se sentían plenamente integrados en Rusia.

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Los transbordadores tardaban media hora en cruzar el estrecho, pero resultaban incómodos por los largos tiempos de espera y por depender de los caprichos del mar. En cambio, cruzar el estrecho sobre el puente era cuestión de unos 15 minutos.

Reconstruir los tramos derribados de la construcción puede llevar varios meses y el otoño, época de vientos y marejadas en el estrecho, no es la estación más adecuada para acometer esa tarea, señalaron las fuentes, que señalan que Rusia tiene pontones para atravesar ríos, pero no para atravesar mares.

La imagen del puente abatido y coronado por llamas y humo, al margen de cuál sea su causa, supone un gran revés para el gran proyecto personal de Putin en Crimea y además provoca inseguridad en una población que se creía a salvo de la guerra.

En la conquista del estrecho de Kerch, el puente de Putin es el último capítulo en una larga historia de intentos fallidos desde que la idea se planteó en el siglo XIX. El zar Nicolás II retomó el proyecto a principios del siglo XX, pero la guerra ruso-japonesa y la revolución bolchevique impidieron su desarrollo. Después, la II Guerra Mundial abortó los planes de la época estalinista en los años treinta, y los nazis invasores de Crimea protagonizaron el siguiente intento e incluso llegaron a construir un tramo en 1943 antes del avance del Ejército Rojo. Los soviéticos aprovecharon parte de los materiales de construcción abandonados por los alemanes y acabaron un puente ferroviario que poco después fue víctima de los témpanos de hielo arrastrados por las corrientes del estrecho. En 2010, el presidente Putin y su colega ucranio Víctor Yanukóvich recuperaron el proyecto, concebido como el tramo clave de una ambiciosa ruta económica y comercial entre Europa y Asia, vía Ucrania y Rusia. La construcción conjunta del puente fue objeto de uno de los acuerdos que Yanukóvich firmó en Moscú en diciembre de 2013 tras el giro prorruso de su política.

En lo simbólico, la destrucción del puente es una afrenta para Putin que lo inauguró personalmente al volante de un Kamaz y al frente de una caravana de estos camiones de producción rusa. Dados los reveses sufridos por los rusos en su campaña en Ucrania, el suceso puede contribuir al deterioro de la figura del presidente en los círculos que —insatisfechos con la política del jefe del Estado—, dan muestra de creciente nerviosismo y compiten en su entorno, unos para abrirle los ojos a la realidad, y otros para que active el botón nuclear, lo que previsiblemente tendría graves consecuencias también para Rusia.

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