Luis Merlo: “Soy un actor popular sin complejos"


Luis Merlo proviene de una larga saga de actores que se remonta varias generaciones atrás y que incluye nombres tan conocidos como el de su abuelo materno, Ismael Merlo actor de teatro, cine y televisión que encarnó a decenas de personajes en el célebre Estudio 1 que se emitió durante casi 20 años en TVE, o el de su tía Amparo Rivelles. No le van a la zaga su madre, María Luisa Merlo, su padre, Carlos Larrañaga y dos de sus hermanos, la actriz Amparo Larrañaga y Pedro Larrañaga, productor, empresario, casado con Maribel Verdú, y el que lleva los números de la familia, ya que son propietarios del teatro Maravillas de Madrid. A poco que se escarbe en el árbol genealógico aparecen muchos otros familiares dedicados a la interpretación: su hermano Kako Larrañaga, su tío David Merlo, María Fernanda Ladrón de Guevara, Rafael Rivelles…

Luis se ríe cuando, durante la conversación a través de videoconferencia, se le dice que lo suyo fue una infancia de niño-gira, yendo de representación en representación detrás de sus padres. “Para mí era una gran fiesta poder hacer vida normal con ellos durante un día y acabar en el teatro…, pero las giras eran largas e inevitablemente a veces les echabas de menos”. Tampoco oculta que en la sociedad de los años setenta ser hijo de actores fue un estigma para él: “Los niños eran muy crueles conmigo, lo fueron incluso algunos profesores. Entonces se consideraba a los actores gente de mal vivir y yo era muy sensible y muy necesitado del afecto exterior. Todos los comentarios me calaban”.

Era su sensación de puertas hacia afuera porque para él que sus padres o su abuelo Ismael –”el mayor regalo que me ha dado la vida”– fueran actores le proporcionaba “una satisfacción tremenda”. Se le nota feliz y sosegado. En esa nueva forma de pasar por la vida que no para de diseccionar a lo largo de la conversación, tiene tanto que ver su profesión como su faceta personal. El pasado jueves reanudó en Madrid las funciones de la obra de Jordi Galcerán, El método Grönholmde la que tuvo que despedirse abruptamente cuando se decretó el estado de alarma a causa de la covid–, y ya está confirmado que en septiembre de 2021 volverá a grabar más capítulos de la exitosa serie La que se avecina, que terminó de rodar a mediados de junio pero no se ha despedido definitivamente de sus seguidores. Personalmente, ha dejado atrás tiempos convulsos, se trasladó a vivir a la sierra madrileña, medita y asegura que nunca ha sido “tan feliz como ahora”.

De algo sirve haber cumplido 54 años y haber hecho “bien el tránsito” como él lo define. “Me siento más libre ahora porque definitivamente he conquistado la vida que quería. Siempre he dicho que aprendí antes a ser buen actor y que en el aprendizaje de la vida he ido más lento. Ahora soy capaz de pasear por el campo, sentarme en una estera durante 15 o 20 minutos sin que suceda nada y que eso sea una fuente de paz y energía para mí”.

Recuerda perfectamente su debut con la compañía de Nuria Espert en una versión de Salomé de Oscar Wilde, dirigido por Mario Gas. También que ese placer que sentía como espectador de teatro desde que era un mocoso, se convirtió en una responsabilidad casi insoportable, cuando fue él quien se subió al escenario. “Me moría cada día de ensayo. Era miedo, miedo a no gustar como me ha ocurrido tantas veces”.

Gustar a sus compañeros de colegio, gustar a sus colegas, al público, gustar a sus parejas. El concepto va y viene a lo largo de la conversación. “He sido capaz de todo por gustar y sobre todo he perdido mucho tiempo en el intento”, reconoce divertido. “En el trabajo he comprendido que eso de ser el mejor es un concepto muy subjetivo. Hace ya muchos años que entendí que lo que tengo que hacer es trabajar para la gente que viene a creerse esa historia ficticia que represento, que mi ADN como actor no es gustar sino hacer feliz al público”.

En la vida personal el hallazgo ha llegado algo más tarde, pero tras separarse hace un par de años de quien fue su pareja y marido durante quince años, también afirma haber perdido el miedo a la soledad. “Con él fui más feliz que desgraciado pero también llegué a descubrir que es mil veces preferible la soledad elegida que la soledad compartida. Solo hay que echarle valor y ver que hay más allá de la puerta”, dice.

Si hubo fantasmas están ya fuera de su vida y del proceso de recorrerla se ha quedado con “el sentido ético de la vida” de su abuelo Ismael, con la complicidad de sus hermanos que afirma son sus mejores amigos, y con el sentido del humor de sus padres. “Tengo una familia que no ha hecho más que reírse de sí mismos y esa es la lección más importante que he recibido de ellos”, dice Merlo. Lector empedernido, “cinéfilo brutal”, aprendiz de pianista, paseador de sus perros rescatados…, Luis Merlo redescubrió por qué le gusta tanto el teatro cuando volvió a pisarlo tras la pandemia: “Cuando de repente al final de la función vi a toda esa gente con sus mascarillas, su distancia de seguridad y aplaudiendo, pensé que era mágico”.

Relativiza sus temores de empresario teatral porque “es muy grave lo que se está viviendo en el mundo como para poner en el mismo lugar nuestros problemas”, y reivindica el teatro popular bien hecho: “Siempre digo sin complejos que soy un actor popular y que la carcajada también puede llevar a la reflexión”. Si quieren saber algo más de él, sepan que ha conseguido crear comunidad –“amor distributivo” lo llama él– en Twitter donde cada mañana da los buenos días con una frase inspiradora y logra que seguidores de distintos países conecten entre ellos. Algunas de las más recientes dan cuenta de su fondo de hombre bueno: “No siempre hay que decir aquello que pensamos pero tenemos que pensar en las cosas que decimos”; “Si te dicen que no puedes es cuando te dan más razones para intentarlo”, o “las personas cobardes utilizan la crueldad como fuerza para parecer valientes”.


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