Luisgé Martín gana el Herralde con una novela sobre el inevitable deseo y la infidelidad

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El escritor Luisgé Martín, en una imagen del año pasado.
El escritor Luisgé Martín, en una imagen del año pasado.CARLOS ROSILLO

A lo mejor es inevitable el deseo insano y la promiscuidad, científicamente imposible mantener la fidelidad… Reflexiones de este calado son las que se plantea Irene, científica que trabaja sobre el comportamiento sexual de las ratas para elaborar unas teorías que acabará experimentando ella misma a lo largo de Cien noches, la obra con la que el madrileño Luisgé Martin ha obtenido, de entre las 886 presentadas, el 38º premio Herralde de novela (18.000 euros), que se ha fallado este lunes en Barcelona. “Es un alegato a favor de la promiscuidad”, ha definido el autor su obra que le ha proporcionado su primer gran galardón tras tres décadas de reconocida trayectoria entre la crítica.

La aventura adúltera con Adam, un millonario estadounidense, la vida con Martín, con quien se casa sin saber él nada de ella, o la relación desde la infancia con Hugo, con quien se adentró en primeras experiencias imborrables, conforman el contexto y el dramatis personae del viaje íntimo de Irene, que se desplaza de Madrid a Chicago para proseguir sus estudios… y su trabajo de campo. En realidad, la lealtad, la infidelidad o los deseos inconfesables que asoman en Cien noches son temas que no son ajenos a la producción de Martín, no tanto en sus inicios, cuando con prosa más bien preciosista abordó la legitimidad de la venganza en su debut, La dulce ira (1995), o sobre la destrucción de la belleza en La muerte de Tadzio (2000, premio Ramon Gómez de la Serna), como a partir de Los amores confiados (2005), donde sí asoman las mismas temáticas de las relaciones amorosas, el erotismo o la desconfianza.

“Es una novela sobre la infidelidad, el deseo, la promiscuidad y la forma que adopta la mentira al expresar ese deseo no siempre sentimental”, ha aclarado el escritor presencialmente en Barcelona sobre una novela que es la primera de las suyas con voz de mujer: “me ayudaba a evitar los tópicos de la promiscuidad masculina u homosexual”. Y en esa línea iconoclasta, asegura que “estos temas están más cerca de nosotros de lo que pensamos, desde el rey (y ahí Juan Carlos I, con Corina, es ya una novela de infidelidad en sí mismo) al último súbdito”. Parece, por sus palabras, que poco haya por hacer ante esas pulsiones. “Resistirse a la infidelidad o al adulterio se me antoja como los que se resisten a dejar un libro sin acabar, un gravísimo error: no se puede malgastar el tiempo en lo que no vale la pena”.

“Moralista perverso”, como se define, porque le interesa “esa mirada desde el margen”, feliz por haber obtenido un premio al que ya había concurrido –y perdido, claro– antes (”también me presenté al Planeta: dejé un pelo entre las páginas del manuscrito para ver si lo abrían y cuando me lo devolvieron, seguía ahí”), asegura que escribiendo la novela ha aprendido que “la zoología es un campo que anticipa lo que pasa en los seres humanos: somos perfectamente animales en este campo”. También que “la perversión está en la cultura: a mayor nivel cultural, mayor sofisticación sexual”. Aún así, no hay en Cien noches, asegura, mensaje moral, aunque sí algunos debates tácitos: “Las personas no promiscuas, que no han viajado o no han leído, han vivido a medias. Como decía John Steinbeck, no miramos de frente a lo que está ahí y los engaños con la pareja que están. Fieles puros sólo pueden serlo un puñado de guapos porque pueden resistir y rechazar; el resto, no”.

Martín (1962), autor ya de Anagrama –donde ha publicado las novelas La mujer de sombra (2012), La vida equivocada (2015) y El amor del revés (2016), así como el ensayo El mundo feliz (2018), entre otras obras– jugaba también en Los amores confiados con la autoficción. Y en Cien noches también hay un guiño a ello, con una serie de expedientes de adulterios que el autor pidió que le escribieran cinco escritores españoles amigos, en una promiscuidad en este caso literaria. Así, Edurne Portela, Manuel Vilas, Lara Moreno, Sergio del Molino y José Ovejero son anónimos autores también de la novela a partir de supuestos informes de detectives privados, que investigan a quienes han dicho en una encuesta que habías sido fieles.

Un cierto cordón umbilical con algunos de los temas de fondo de la novela ganadora mantiene la trama de la obra finalista, Los llanos, donde el argentino Federico Falco (Córdoba, 1977) exilia a un escritor que decide volver al campo tras ser abandonado por su novio. El duelo de la ruptura y la soledad permiten al protagonista ir desgranando recuerdos de su vida e intentar explicar la génesis de la ruptura, en un tono poético que bebe del propio autor, seleccionado por la revista Granta en 2010 como uno de los mejores narradores jóvenes en español.

“Mi obsesión era cómo hacer para contar el paso del tiempo, las elipsis, y describir un paisaje, la pampa argentina, una línea horizontal, poco más”, ha declarado virtualmente desde Buenos Aires quien, si bien ha hecho cierta carrera sobre todo con los libros de relatos (como 222 patitos, 00 o Un cementerio perfecto…) y cuenta con alguna una novela breve (Cielos de Córdoba), también ha cultivado la poesía, como en Made in China (2008). Otro reto que se impuso Falco, que los lectores podrán apreciar a partir del 25 de noviembre, cuando aparezca el título en las librerías, es “cuánto y qué podemos hacer viviendo solos, siendo supuestamente autosuficientes, y cuánto necesitamos a los otros”. También encontrarán “una novela contra la impaciencia”, según la editora de Anagrama, Silvia Sesé.


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