No son los años veinte: vuelven los ásperos setenta

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La industria de la nostalgia, en auge en una sociedad que envejece rápido, no saca tanto partido de los años setenta. Encajados entre los revoltosos e idealistas sesenta, los del poder de las flores, y los festivos ochenta de las nuevas olas, el pelo cardado y los sintetizadores, los setenta se ven como una década sombría. Porque el sueño hippy terminó, porque los excesos hedonistas pasaron factura a la juventud y, sobre todo, porque la crisis del petróleo golpeó duro al bienestar construido en la posguerra.

El 11 de febrero llega a España la película de Paul Thomas Anderson Licorice Pizza. Cuenta con ternura una historia de amor y sueños difíciles de cumplir en Los Ángeles de 1973. Un logrado retrato de ese tiempo en una trama centrada en el romance (espinoso por la brecha de edad) entre los papeles de Cooper Hoffman (hijo de Philip Seymour) y Alana Haim (cantante del grupo Haim, que debuta con buena nota como actriz), rodeados de excéntricos secundarios (Sean Penn, Tom Waits o Bradley Cooper). Gentes que comparten la falta de rumbo, salvo el entusiasta Hoffman, que se quiere comer el mundo. Pero quizás el mundo ya no se deje comer.

La serie documental 1971. El año en el que la música lo cambió todo, de Asif Kapadia, recupera en Apple TV+ la banda sonora de un año de desencanto pero excitante creatividad: los Stones, Led Zeppelin, David Bowie, Marvin Gaye, Carole King, Lou Reed… Ya no cantan tanto sobre amor y paz (aunque Lennon publica Imagine), sino sobre disturbios, jeringuillas y sexo en los márgenes. Sube el tono del activismo, del transformismo y de la provocación. El glam ofrece evasión, como el exótico y combativo reggae; la crisis que viene traerá la rabia del punk.

Decían que tras la peste nos esperaban unos locos años veinte, como hace un siglo. No es tan buen plan si luego caen los treinta. Y cabe temer que lo que vivamos ahora se parezca más a los ásperos setenta, con su crisis energética y con su Guerra Fría más que caliente en algún lugar.

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