Nóvgorod, en la cuna de Rusia

No hay nada más inolvidable que pasear al atardecer por la ribera del río Vóljov y ver cómo en la orilla opuesta el sol va cayendo sobre el kremlin de Nóvgorod, sus rayos se filtran entre las almenas y torres de sus murallas, se reflejan en las cúpulas acebolladas de la catedral de Santa Sofía y se entrecortan en las aguas que fluyen desde el cercano lago Ilmen.

Rusia no es solo Moscú y San Petersburgo. Tiene otras ciudades, no tan grandes ni con tantos monumentos, pero con un patrimonio histórico y cultural que las hace igualmente atractivas. Además, están menos concurridas, algo a valorar en tiempos de pandemia. Es el caso de Veliki Nóvgorod, la Gran Ciudad Nueva, o simplemente Nóvgorod, a 180 kilómetros al sur de San Petersburgo, cuyo casco antiguo es patrimonio mundial de la Unesco.

Nóvgorod tiene muchos aspectos y rincones para seducirnos. Tierra de encuentro y desencuentros entre varegos (vikingos) y eslavos, fundada en el año 862, es la cuna de Rusia y su urbe más antigua. Su príncipe Rúrik fue el fundador de la dinastía que gobernó el país durante 750 años. Fue durante siglos, junto a Kiev y Moscú, una de las tres principales ciudades rusas, y también presume de ser origen del espíritu democrático ruso, ya que durante algún tiempo fue una república regida por una asamblea popular, el Veche.

Su kremlin, el Detinets, es el más antiguo que se conserva en el país: una ciudadela rodeada de imponentes murallas y torreones rojos, desde los que se disfruta de inmejorables vistas del río y de la ciudad. En su interior destaca con su blanca belleza la catedral de Santa Sofía, una de las más añejas de Rusia, construida entre 1045 y 1052. En la cruz de una de sus cinco cúpulas, la dorada, está posada una paloma metálica. Según la leyenda, quedó petrificada ante la cruel matanza que perpetró Iván el Terrible al tomar la ciudad, la cual será destruida el día en que la paloma emprenda el vuelo. Dicha cruz estuvo en España hasta 2004, se la trajo la División Azul al caer tras un bombardeo durante la II Guerra Mundial. Hoy la de la cúpula es una réplica y la original luce en el interior, frente al iconostasio, ante venerados frescos e iconos del siglo XII como el de Santa Sofía y el de Nuestra Señora del Signo. Este último, según otra leyenda, salvó a Nóvgorod de un ataque medieval: tras ser llevado a las murallas para invocar la protección divina y recibir un flechazo, el cielo se oscureció sobre el enemigo, que, aterrado, huyó.

Frente a Santa Sofía se encuentra el acampanado monumento del Milenio, construido en 1862 para celebrar los mil años de Rusia. Cuenta su historia a través de 128 de sus figuras más relevantes. Detrás se halla el Museo Estatal, con una importante colección de iconos pintados desde el siglo XII. Una curiosidad son las láminas de corteza de abedul escritas que expone: Nóvgorod contó con las primeras escuelas de Rusia y estas se usaron a modo de papel.

Atravesando el río se llega a un jardín con arcadas blancas donde se celebraba el mercado y se hallaba el palacio del príncipe Yaroslav. Es llamativa la cantidad de iglesias medievales que hay en Nóvgorod y en esta zona en particular. Son medio centenar, variopintas, de una sobria belleza y con admirables frescos interiores. Construidas por comerciantes, sirvieron tanto de lugar de culto como de almacén de mercancías. Cabe destacar la catedral de San Nicolás, una de las más antiguas, y la iglesia de la Transfiguración de Nuestro Salvador, así como la de Paraskeva, rodeada de pisadas, ya que, si se le dan tres vueltas, se tendrá un feliz matrimonio y, si se hace tocando 148 veces sus esquinas, se harán buenos negocios.

Las arcadas del palacio de Yaroslav fueron recreadas en el moderno teatro Dostoievski, llamado así en honor al autor de Los hermanos Karamazov, pues escribió dicha obra en los años que vivió al otro lado del lago Ilmen, en Staraya Russa. Nóvgorod también cautivó a poetas como Gavrila Derzhavin y Anna Ajmátova, y al compositor Serguéi Rachmaninov, nacido cerca de aquí, quien decía que las primeras notas que recordaba desde pequeño fueron las campanadas de Santa Sofía. Hablando de literatura y música, de Nóvgorod han salido dos de los mitos de la poesía épica medieval rusa: Vasily Buslayev, un pendenciero bogatyr (caballero andante) al que Gorki identificó con el “alma atrevida” de los rusos, y Sadkó, el mercader que tañía el gusli, que inspiró un conocido poema de Alekséi Tolstói —primo de Lev—, una ópera de Rimski-Kórsakov y un cuadro de Ilya Repin.

El rezo del héroe Nevski

En dirección al lago Ilmen nos encontramos con Vitoslavlitsy, un museo al aire libre a orillas del lago Miáchino, con una veintena de casas e iglesias de madera del siglo XVI donde se puede ver cómo se vivía antaño. Es el lugar al que gustan ir los recién casados a hacerse fotos, acompañados de alguna botella del nada desdeñable cava ruso. Cerca está el monasterio de San Yuriev, uno de los más antiguos de Rusia, construido en 1030, con unas llamativas cúpulas azules estrelladas y magníficos frescos. Aquí rezó el héroe medieval Alexander Nevski antes de enfrentarse a los teutones. De hecho, Serguéi Eisenstein filmó Nóvgorod en su mítica película Alejandro Nevski (1938).

En toda esta zona hubo cementerios alemanes y españoles en la II Guerra Mundial, destruidos por Stalin, al igual que el de los rusos caídos al no haber podido impedir la invasión. En los últimos años se han recuperado sus cuerpos. Los de los rusos, según nos contaron, alentados por los viejos del lugar. Mantienen que las almas de estos seguirán vagando mientras no se les dé digna sepultura. Algo que les aterra, ya que, en las noches frías y oscuras de invierno, dicen que siguen golpeando las puertas de sus casas pidiendo comida y abrigo.

De vuelta al kremlin, es hora de degustar la gastronomía local, como la shchi, sopa de col con cerdo y champiñones. Por ejemplo, en el café Telegraf, mirando a las murallas y a la plaza de Sofiyskaya, donde se halla el interesante Museo de Bellas Artes, con obras de los siglos XVIII al XX. Cerca está Le Chocolat, de comida refinada y exquisitos postres. Pero el lugar más adecuado para concluir el día es el Fregat Flagman, un barco restaurante anclado en el Vóljov donde tomar medovuja, el hidromiel local, mientras se disfruta del ocaso sobre las murallas del kremlin y las cúpulas de Santa Sofía.

Manuel Florentín es editor y autor del ensayo ‘La unidad europea. Historia de un sueño’ (Anaya).

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