Palabras para entender por qué perdemos la d intervocálica como en 'Corazón partío'

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Vamos a ponernos cursis: cojín rojo con forma de corazón, vela con mensaje y de fondo un bolero de Luis Miguel que cante cosas del tipo: “Conocerte fue una suerte, amarte es un placer”. Más propiamente, lo que dice el bolero es “conocérete fue una suérete, amárete es un placere”. Grado máximo del empalague es esa “e” que se adhiere como caramelo de café con leche a las erres del cantante mexicano. La música y la pronunciación de esa e empalagosa pueden venir de otros cantantes: Bisbal se lamentaba diciendo “no olvido tu querer / tu cuérepo de mujere” y Bustamante aclaraba en una de sus canciones que no buscaba nuestro “peredón”. Es la banda sonora que nos va a acompañar en la explicación de un fenómeno de la pronunciación española que no es tan menor como parece.
Lo hacen muchos cantantes; de hecho, es el típico error de dicción que corrigen explícitamente en muchas academias de canto (como hemos visto en Operación Triunfo). Pero no solo es cuestión de música: antes era muy común oír a esta vocal intrusa en los sermones (cuando empezaba el sacerdote diciendo al predicar “queridos heremanos”) y en actores relamidos que preguntaban a doña Inés: “¿No es veredad, ángel de amor, que en esta aparatada orilla más pura la luna bírilla y se respira mejore?”. Ahora, cada noche (y con los mismos episodios día tras día: por favor, piedad hacia los padres) los niños españoles pueden oírlo en el doblaje de Bob Esponja (que llama Patiricio a su mejor amigo Patricio).
Si nos paramos a mirar los ejemplos (“suérete”, “cuérepo”, etc.) vemos que se introduce una vocal tras una erre seguida de consonante (conocerte, suerte) o se mete la vocal cuando sigue una pausa. El fenómeno ocurre en los variados casos en que la letra erre (en fonética llamada rótica, o en la tradición hispánica, vibrante) puede combinarse con otra consonante como la pe (próximo se haría poróximo), la te (tren), la efe (frente), la be (broma), la de (dron), la ge (grajo) o las letras ce y ka, con idéntico sonido (crece, kril). Esa vocal que se mete ahí no tiene por qué ser siempre una e, de hecho suele ser la misma vocal que tiene la sílaba donde se introduce: broma se desplegará en ‘boroma’ y gruñido en ‘guruñido’.
Los nombres técnicos que recibe este fenómeno pueden sonarnos extraños: anaptixis es como se denomina la introducción de esa vocal parásita, que es también llamada (perepárate…) vocal esvarabática. Pese a su rareza, tienen mucho sentido estos nombres, ya que anaptixis significa en griego ‘expansión’ y como en sánscrito, lengua india, se daba este fenómeno con recurrencia se generalizó el término derivado del sanscrito svarabhakti para designarlos. En los espectrogramas, inventos que reflejan por escrito un audio, se observa que esa vocal introducida tiene la misma duración que la propia erre al pronunciarse. Es fácil, pues, reconocerla al oído, como un soplo corto de la vocal.
La anaptixis es en otras lenguas un mecanismo más frecuente y sistemático que en español. Así, en dialectos fineses se da de forma más constante tras la primera sílaba: el número cuatro en finés es neljä y algunas variedades lo pronuncian nelejä, con vocal por anaptixis; por su parte, el número 3 es kolme y en algunas zonas es kolome.
Para el español de hoy estamos ante un fenómeno esporádico, pero no es un rasgo nuevo, en absoluto. Tenemos palabras españolas que han sido el resultado de una antigua anaptixis: el birqûq árabe se hizo primero “albricoque” y luego el actual “albaricoque”, y otro ejemplo nos lo da la palabra latina calvaria (“lugar sin plantas ni árboles”, derivado de calvus, sin pelo), que es el origen de nuestra “calavera”, con una anaptixis que pudo ser ayudada por la influencia de la palabra “cadáver”.
Otras veces el fenómeno ha sido aislado, o si se repitió no quedó fijado en la forma estándar de la palabra. Por ejemplo, en castellano antiguo se llamaba “corónicas” a las crónicas, “Ingalaterra” era una forma posible para hablar de Inglaterra y los tigres podían ser tígueres. De hecho, en el relato que hace el dramaturgo sevillano Vélez de Guevara sobre una valiente heroína llamada Gila (en su obra La serrana de la Vera, de 1613) un personaje dice al otro: “Yo me voy, y guardaos della / que es una tíguere”.
Todavía esta forma de llamar al animal puede usarse de forma metafórica en República Dominicana y Puerto Rico. Acreciento la selectísima banda sonora de este artículo con la canción reguetoniana en la que un señor apodado Biberón (!) avisa, pese a su apodo: “Yo soy tu tíguere”, con anaptixis papichula.

El fenómeno responde en español a un tipo de cambio lingüístico que pertenece a un patrón bien común: al modificarse la sílaba (suer-te se convierte en sué-re-te) se consigue un modelo de sílaba con consonante + vocal, que es más común en español que el hacer encontrarse a una consonante con otra. Nada es caprichoso en la lengua e incluso este rasgo, que en español está reducido a contextos muy concretos, tiene una explicación más allá de la anécdota. Si Luis Miguel decía a su amada que le gustaba “querérete como cosa mía / como párate de mi piel”, queramos a esta breve vocal como cosa nuestra. Es una heroína enfrentada a la etimología, opuesta a la normalidad en la pronunciación, polizona de la erre: un soplo pedante deliciosamenete tiéreno.
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