Ray LaMontagne, ese grande no tan laureado

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Hagamos un ejercicio de imaginación: hay una coctelera donde se pueden meter un puñado de nuestros músicos favoritos, agitarlos y que salga uno solo que tiene de todos algo. Imaginemos que lo queremos hacer con las esencias de la música estadounidense, eso que se llama americana, un género en sí mismo, pero también una etiqueta real en el mercado actual. Metemos a Bob Dylan, Neil Young, John Fogerty, John Hiatt, Emmylou Harris y Lucinda Williams. Serían más que válidos o, al menos, favoritos de este escribiente en ese concepto de americana. De la coctelera saldría un músico como Ray LaMontagne.

Con 20 años de carrera, este músico de New Hampshire tiene todas las virtudes propias de los songwriters de luna blanca, esos compositores capaces de ofrecer estampas muy sentimentales propicias para ser escuchadas en la soledad de las noches profundas. Como un paisaje a campo abierto, sus mejores baladas ensanchan el espíritu. Una cualidad de la que dio buena cuenta solo más darse a conocer con Trouble, un álbum publicado en 2004 que le presentó ya como un compositor de gusto exquisito, con esa peculiar voz ronca, tiñendo todo de una extraña fragilidad. Solo dos ejemplos para los recién llegados a este músico: las canciones Hold You in My Arms y Jolene. Dos joyas luciendo en la duermevela.

Ray LaMontagne, ese grande no tan laureado

A partir de ahí, LaMontagne certificó todo lo que se esperaba de él: era un artista especial. Un músico que se distinguía por su forma de partir el espíritu en dos con lo justo, sin aspavientos. Sus siguientes trabajos mantuvieron -e incluso elevaron- el nivel a lo ya conocido: Till the Sun Turns Black (2006) y Gossip in the Grain (2008). Este último es de esos álbumes que se cuelan en la vida de uno como esas noches improvisadas que terminan por hacerse únicas. Quizá no sea el mejor disco de aquel año, ni el mejor de toda esa estirpe de sonidos de americana, pero llegó sin avisar y, con su variedad estilística, transformó todo en un ambiente mejor. Otros dos ejemplos para los recién llegados: You are the Best Thing y Let It Be. El ímpetu, rollo Nueva Orleans, y la balada a corazón abierto. Los dos péndulos sobre los que oscila este disco.

LaMontagne ha trabajado con parte del mejor cultivo de la última década en la americana: Ethan Johns, Dan Auerbach (Black Keys) y Jim James (My Morning Jacket). Y ha sabido salir de todo este molde para ofrecer interesantes muestrarios sonoros, entre la psicodelia de Supernova (2014) y el folk de nuevo cuño pop en Part of the Light (2018). Es un músico inquieto, que nunca pierde su carácter, aunque no siempre haya conseguido obras sobresalientes, aunque se encuadre dentro de un catálogo bastante poblado de mujeres y hombres ofreciendo similar ración sonora. Y, con todo, tiene aire de grande.

Monovision es la mejor constatación de todo lo dicho. Como si fuera un cruce entre Harvest y Moondance, su última obra respira a pulmón abierto en todo lo que es la americana, entendida casi como un estado del alma en un tipo como LaMontagne. De principio a fin regala un paisaje emocional vivo y delicado, plenamente bello, con canciones tan bien trazadas como Misty Morning Rain (Here and Gone Again) y I Was Born To Love You y luminosas estampas como Summer Clouds, Morning Comes Wearing Diamonds o Highway To The Sun. Y, entre tanto material reseñable, una canción que saca una vez más toda la grandeza de Ray: Rocky Mountain Healin’.

Es curioso como LaMontagne no ha tenido tanto predicamento en España como Ryan Adams, más irregular en su combustión artística, o Damien Rice, tan poco prolífico en sus caídas a los infiernos. Y se puede medir de tú a tú con ambos superclases. Monovision es un reflejo de toda su calidad, un disco que se sitúa en lo más alto de la cosecha de 2020. Una obra que nos recuerda que todo lo grandioso que tiene la americana reside en un tipo como él.


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