Ser madre y escritora en tiempos de pandemia

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El 19 de junio es el día de la infancia liberada, después de estos meses de confinamiento. Todos ellos y todas ellas han confiado en nosotros, nos han escuchado, obedecido, atendido, seguido y respetado aún teniendo la tentación de apretar un botón y desconectarse. Ha llegado el momento de darles lo que se han ganado: la libertad de acabar con libertad, un curso confinado.
En un año normal, a estas alturas los colegios hubieran preparado para la fiesta de fin de curso, pero esta vez no ha podido ser. No ha habido patatas fritas en clase, película ni gusanitos ni música ni menú especial ni actuaciones para los padres. No ha habido bailes de despedida ni abrazos prolongados que anticipen entre carcajadas y saltos de alegría la tan esperada libertad veraniega. Este año nos despedimos online, desde casa. Cada uno desde la suya, mientras en nuestras aulas solo se escucha el vacío.
Tampoco ha habido viaje fin de curso. Este año no ha habido nada que sirva de colofón al esfuerzo. ¿Cómo va a vivirlo nuestro alumnado? ¿Cómo se afrontará esa despedida en la distancia digital? ¿Cómo tenemos que hacerlo, no solo desde la escuela, sino también desde casa?
En estos tiempos de confinamiento el aula se ha vestido de habitación, de salón o comedor. Y la pizarra se ha transformado, para los que tienen la suerte de poder seguir clases online, en una classroom donde colgar una tarea que te devuelven hecha unos días más tarde.
Lo sorprendente, o quizás ya no tanto, sigue siendo la capacidad de adaptación de un alumnado que sigue afrontando esta situación mejor de lo esperado. Han puesto en marcha habilidades sociales, autonomía personal, han sabido afrontar conflictos, sacado la autoestima y han trabajado perfectamente en equipo desde su casa. Han puesto en marcha, de un día para otro, todas esas habilidades que necesitas para soportar y salir con éxito de una crisis basada en el aislamiento social. Es algo extraordinario.
En mi anterior artículo, cité un informe sobre infancia confinada del que destaqué que, durante este tiempo, los menores se han inclinado por la solidaridad, entendiendo el confinamiento como “una medida para cuidarse uno mismo y cuidar a los otros”; y apunté que, desde mi perspectiva de profesor y mediador escolar, han sido precisamente nuestras alumnas y alumnos los primeros y los que mejor han sabido adaptarse a esta situación. ¿Seremos solidarios con ellas y ellos a final de curso? Por su parte ya nos han demostrado que sí han sabido serlo.
En otro estudio, esta vez de la Universidad Miguel Hernández (Alicante) sobre el impacto psicológico del confinamiento por la covid-19 en niños y niñas de Italia y España, un 85,7% de los padres encuestados describía cambios a nivel emocional y conductual en sus hijos e hijas incluyendo: dificultad para concentrarse (76,6%), aburrimiento (52%). irritabilidad (39%), sentimiento de soledad (31,3%), nerviosismo (30, 4%) y preocupación (30, 1%). De la misma forma, el estudio indica que los padres que se ven más estresados por el confinamiento señalan que sus hijos tienen más problemas emocionales.
El 19 de junio, el día de la infancia liberada
Este es el punto fundamental para cerrar el año escolar de la mejor forma posible: confiar en nuestro alumnado y no proyectar nuestros miedos, enfado, ansiedad o temor en ellos. Por supuesto, tampoco hacerles creer que el 19 junio van a participar de una superfiesta online porque tampoco se lo van a creer, por mucha motivación que queramos transmitirles. Si han llegado hasta aquí, si han sabido afrontar esta situación sufriendo ansiedad, irritabilidad, soledad o lidiando con problemas de atención y aburrimiento; si han sabido gestionar sus emociones o resolver conflictos; si han tenido que hacer las tareas teniendo encima a sus padres un día sí y otro también, o no teniéndolos pues a su vez debían teletrabajar; incluso sufriendo en muchos casos porque en casa no había ni para comer. Si han sabido, por tanto, sobreponerse y seguir adelante cada día en una situación absolutamente novedosa y llena de incertidumbre, ¿por qué no regalarles el final del curso?
Estoy hablando del final, del 19 junio, del último día de clase, de este viernes, un día entre más de 100 de los que han pasado en confinamiento, sin sus clases, sin sus compañeros y compañeras, sin sus amigos, sin sus grupos, sus peleas o sus juegos. ¿No se merecen hacer los últimos días de “telecole” lo que les dé la gana? ¿Porqué no les dejamos que hagan la fiesta como quieran? Si han demostrado ser eficaces, responsables y trabajadores durante 100 días de confinamiento, ¿no ha llegado el momento de permitirles hacer lo que quieran el día de fin de curso desde su casa, a su manera, con sus reglas? Rompamos de una vez este fastidioso adultocentrismo en el que hasta en su día especial les diremos lo que tienen que hacer. Nos están demostrando hasta el último minuto de este curso que saben hacerlo, que saben estar, que saben hacer, que saben ser. ¿Vamos a seguir diciéndoles hasta cómo se tienen que divertir en una situación como la que estamos viviendo?
Creo sinceramente que se han ganado al menos un día de telecole en el que se haga lo que ellas y ellos quieran. Y creo sinceramente que en una situación como la actual, en la que han tenido poca o ninguna libertad, y que cuándo la han recibido ha sido tarde y en dosis de un rato al día, es necesario permitirles que el fin de curso digan lo que hay que hacer, cómo hacerlo y cuándo hay que hacerlo. Y nosotros, como adultos, asumirlo y disfrutarlo. Que no haya límite de horas de pantalla, que salten en el sofá, que se atiborren a helado, que no tengan que silenciarse en la clase online porque el profe tiene la palabra, que puedan decir lo que quieran sin miedo y que no tengan que seguir haciendo en su casa lo que hacen continuamente en el cole: levantar la mano para hablar.
Lo mejor de este confinamiento ha sido ver que al otro lado de la pantalla ha habido y hay alumnos responsables, trabajadores y que además nos han aguantado hasta la extenuación. Sí, ellas y ellos a nosotros. Para mí, si antes ya lo tenía claro, esta época ratifica mi pensamiento de que no podemos seguir invisibilizando habilidades personales y sociales en la infancia. Ser un niño o una niña, no es ser alguien sin criterio o sin capacidad de decisión o afrontamiento que necesita un adulto que le guíe continuamente.
Darles más libertad para hacer y para ser no es falta de estructura ni es perder protagonismo como docente. No es dejar de lado la instrucción directa ni entender la educación como un juego emocionante. No es la dicotomía competencias versus contenidos. Se trata de romper un modelo que esta pandemia ha demostrado que está obsoleto: la necesidad constante de entender la educación desde un modelo centrado en el adulto y no en el alumno. Dar clase es explicar, desarrollar y por supuesto enseñar, pero por encima de todo, ahora mismo, es entender que la autoestima, la resolución de conflictos, la resiliencia o la concentración serán nuestro salvavidas en septiembre.Lo más interesante de esta crisis desde un punto de vista educativo es justamente esto: quitarte la venda de los ojos porque la palabra inclusión es tan grande que también nos incluye a nosotros.
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