Tintos jóvenes para acompañar barbacoas y platos ligeros

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Una de las experiencias de enoturismo más premiadas de Rioja es la que organiza Bodegas Lecea en época de vendimia. Este productor de San Asensio —que sigue trabajando en el viejo barrio de bodegas del municipio, con el encanto de sus lagares tradicionales y viejas cavas subterráneas— ofrece la oportunidad de participar en una pisa de uva del clásico tinto de cosechero de maceración carbónica de la región. Son vinos elaborados de la forma más sencilla que cabe, ya que fermentan con los racimos enteros, tal y como vienen de la viña. Como la uva no se rompe, la transformación del azúcar en alcohol se produce dentro del propio grano, dando lugar a característicos aromas de fruta roja dulce, violeta o regaliz. Muchos productores de prestigio de Rioja como Artadi, Sierra Cantabria, Luis Cañas o Artuke empezaron elaborando este estilo de tinto que casi todos conservan aún con orgullo en sus porfolios.

Algunos, como Remírez de Ganuza, añadieron un punto sofisticado al proceso al separar el racimo en dos partes: la superior o los hombros, a la que asignan más concentración, para los vinos de guarda, y la inferior (las puntas), más liviana, para Erre Punto, su tinto de maceración carbónica que marcó un hito en su momento. En Lecea, donde siguen utilizando los tradicionales lagos de cemento, se quedan solo con la parte central, la más jugosa y sustanciosa que fluye con ese pisado que ahora se ha convertido en atracción turística. Descartan tanto el primer escurrido como el último, el vino de prensa que apura todo el líquido que queda entre las pieles. Además, refuerzan esta idea en el nombre del vino al que han bautizado como Corazón de Lago. La familia Eguren, famosos propietarios de Sierra Cantabria, va un poco más allá en su homenaje: incluye una parte de vino de maceración carbónica en el Colección Privada, uno de sus tintos de gama alta que se vende en el entorno de los 30 euros. Pero nunca han dejado de elaborar el básico Murmurón con el que arrancó el proyecto.

Hace unas semanas, en una reciente cata a ciegas con todo tipo de vinos de Rioja, me sorprendí dando puntuaciones bastante elevadas a varios tempranillos jóvenes de la cosecha 2020, muy expresivos, con fruta a raudales y deliciosos de beber. Es el estilo perfecto para acompañar las barbacoas del verano y los platos más ligeros de la estación estival.

Similar derroche de fruta se consigue en muchas otras zonas españolas, no necesariamente mediante el método de maceración carbónica, y con muchas otras uvas, cada una de ellas con su personalidad característica. Entre las variedades que pueden dar mucho placer inmediato destacarían la garnacha, una de las castas más extendidas por la Península que además asegura un paladar amable y sabroso; la monastrell del Mediterráneo, con sus taninos relativamente maduros y buena carga frutal, y la mencía que domina en el cuadrante noroeste de la Península y enamora por sus alegres recuerdos de frutillos silvestres.

En regiones con alta presencia de viñedos viejos —Bierzo es quizás el ejemplo más evidente— hay productores que aún utilizan viñas de 30, 40, 50 o más años para sus vinos jóvenes. Es un lujo que hay que aprovechar mientras dure porque lo lógico es que esta materia prima se destine a etiquetas más ambiciosas y pensadas para el largo plazo. En los mejores casos estamos hablando de tintos que ofrecen grandes dosis de placer y disfrute por precios muy asequibles.

Lo que estaría muy bien es que los productores fueran muy claros respecto al contenido de la botella. En un concurso de ámbito local en el que participé como jurado hace unas semanas se presentaron vinos con evidentes aromas y sabores a madera en una categoría destinada específicamente a “tintos sin crianza”. Las fronteras pueden ser complicadas porque también hay discretos afinamientos en roble u otros materiales (el hormigón y las tinajas cada vez están más en boga) que no empañan en absoluto la fruta. Lo importante en este tipo de vinos es que nos lleven en volandas al origen de todo: a morder un grano de uva o, por qué no, a revivir la pisa en un viejo lagar.

Historias de vinos. 'Locos por la fruta' Monastrell
El Banquete de
Platón Monastrell
2019. Tinto. Vino sin
indicación geográfica

Monastrell

El Banquete de Platón Monastrell. 2019. Tinto.
Vino sin indicación geográfica. Jorge Piernas. Monastrell.
14,5% vol. Precio: 8,90 euros.

Ejemplo de cómo un paso de apenas dos meses por madera ayuda a realzar la fruta, más aún en el caso de esta energética monastrell murciana que se elabora sin denominación de origen a partir de viñedos en altitud. Es la excelente y asequible tarjeta de presentación de un pequeño proyecto familiar liderado por el joven productor Jorge Piernas. En la copa, mucha fruta crujiente negra y azul, y toques especiados de pimienta negra. Todo ello con una expresión fresca y vivaz que engancha e invita a seguir bebiendo.

Historias de vinos. 'Locos por la fruta' Tempranillo
Eguíluz Joven
2020. Tinto. Rioja

Tempranillo

Eguíluz Joven. 2020. Tinto. Rioja. Bodegas y Viñedos Eguíluz.
85% tempranillo, 10% viura, 5% garnacha.
14,5% vol. Precio: 5 euros.

Un rioja de cosechero de libro que se sigue elaborando a la manera tradicional, en lagos de hormigón, dejando que la fermentación arranque por el propio peso de las uvas y con pisado. Todo el trabajo es manual y solo se embotella la parte central o corazón. Es un ejemplo de cómo se puede alcanzar la excelencia en vinos relativamente sencillos. Fresco, con buena textura en el paladar y una expresión de fruta muy pura y natural, como si el zumo de uva llegara casi sin interferencias a la copa. Gran relación calidad-precio.

Historias de vinos. 'Locos por la fruta' Mencía
Brezo de Gregory
Pérez Mencía
2020. Tinto. Bierzo

Mencía

Brezo de Gregory Pérez Mencía. 2020. Tinto. Bierzo.
Bodegas y Viñedos Mengoba. Mencía, tintorera, garnacha.
14,5% vol. Precio: 8,80 euros.

Además de presentarse como la voz tinta del noroeste español, la uva mencía es también el mejor contrapunto a la omnipresente tempranillo. Se puede comprobar muy bien en este tinto, el más básico que elabora Gregory Pérez, productor francés afincado en el Bierzo, con cepas de una edad media de 50 años. En esta añada ofrece mucha fruta roja dulce, con un fondo silvestre y terroso que le da mucha personalidad. El paladar es delicioso y con mucha más persistencia que un vino joven al uso. Un comodín para disfrutar todo el verano.


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