Un médico famoso, un multimillonario y una trumpista extrema compiten en las primarias republicanas de Pensilvania

Un médico famoso, un multimillonario y una trumpista extrema compiten en las primarias republicanas de Pensilvania

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Las elecciones del 8 de noviembre en Estados Unidos empiezan a decidirse este martes en Pensilvania. Dependiendo de quién gane ahora las primarias en los partidos republicano y demócrata, la balanza puede inclinarse a uno u otro lado dentro de seis meses en un Estado que se antoja clave para la mayoría en el Senado. La batalla está siendo muy reñida, especialmente en el Partido Republicano, al que pertenece el ahora dueño del escaño, Pat Toomey, que se jubila. En ese duelo entre un médico famoso y un inversor multimillonario ha emergido una tercera candidata, ni multimillonaria ni famosa, pero bastante extremista, que amenaza con dar la gran sorpresa. En el lado demócrata, el favorito es un gigantón de más de dos metros que pide el voto en ropa deportiva y pantalones cortos.

El duelo por Pensilvania atrae todos los focos por ser un Estado donde ambos partidos tienen posibilidades reales, porque pone a prueba de nuevo la vigencia del trumpismo en el Partido Republicano, incluso más allá del expresidente, y por la galería de personajes que están en liza. Ninguno deja indiferente.

El doctor Oz es el candidato recomendado por Trump. Mehmet Oz, de ascendencia turca, musulmán no practicante (nunca un musulmán ha llegado a senador en Estados Unidos), fue cirujano cardiotorácico, toda una eminencia en lo suyo. De ahí se lanzó a la televisión y se vino arriba. Primero como invitado de Oprah Winfrey y luego con su programa en solitario, empezó a hablar de lo que sabía y también de lo que no sabía. Con frecuencia daba recomendaciones pseudocientíficas, directamente equivocadas o fuera de lugar. Aun así, hizo fama y fortuna (tiene un patrimonio de más de 100 millones de dólares) y quería algo más. Decidió dar el salto a la política y creyó que Pensilvania era el sitio más apropiado.

David McCormick, durante un acto de campaña en Lititz (Pensilvania), el pasado 13 de mayo.Matt Rourke (AP)

El apoyo de Trump es su gran activo, y aprovecha cada ocasión que tiene, cada mensaje a los simpatizantes, cada intervención en público, cada entrevista o cada anuncio para insistir en ello hasta extremos casi ridículos. En algunos anuncios de su campaña, Trump ocupa un espacio más destacado que él mismo. Y aun así, no termina de convencer a los votantes de su partido. Le reprochan que en el pasado fue tolerante con el aborto, crítico del fracking para extraer petróleo y partidario de un mayor control de las armas.

Esas cesiones al centrismo no se perdonan fácilmente en el Partido Republicano de la era Trump. Además, le consideran un paracaidista, alguien que había roto sus lazos con Pensilvania y que ha vuelto al Estado de forma oportunista porque es donde veía que podía competir por ser senador. El pasado 6 de mayo, en un acto multitudinario en Greensburg que contó con la presencia del expresidente, parte de la gente que aclamaba a Trump abucheó al doctor Oz en su propio mitin.

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El gran rival de Oz parecía aún en ese momento David McCormick. McCormick tiene el currículo perfecto. Graduado en West Point y en Princeton, ocupó cargos de responsabilidad en la Administración de George W. Bush, como subsecretario de Comercio, primero, y del Tesoro, después, teniendo que hacer frente a la crisis financiera internacional. En el sector privado fue consultor de McKinsey, jefe de FreeMarkets y en los últimos años, consejero delegado de Bridgewater, la gestora de hedge funds, donde tenía un sueldo de 22 millones de dólares anuales antes de lanzarse a la campaña por el Senado.

Trump le ha tachado de “republicano liberal de Wall Street” y ha dicho que es el candidato “de los intereses especiales del establishment de Washington”. McCormick, mucho más moderado que el expresidente en sus posiciones políticas, ha tratado, sin embargo, de evitar un choque que sería suicida para él. Al revés, ha contemporizado, buscado los puntos en común, elogiado a Trump e incorporado a su equipo a antiguos cargos del expresidente, a lo que este ha respondido con sorna: “Si alguien ha estado a 200 millas de mí, lo contrata”. En realidad, su propia esposa, Dina Powell, ahora en un puesto de alta dirección en Goldman Sachs, fue viceconsejera de Seguridad Nacional con Trump.

Pero la frase definitiva de Trump sobre McCormick fue esta: “Puede que sea un tipo agradable, pero no es MAGA”, en referencia a las siglas de Make America Great Again, el lema de Trump, que se podría traducir como “que América [por Estados Unidos] vuelva a ser grande”. No es MAGA, no es trumpista, no es uno de los suyos.

Oz y McCormick se han enfrentado a cara de perro y a golpe de talonario. Han gastado millones de dólares en la campaña, cerca de 15 millones de dólares cada uno antes de la traca final. Y buena parte de ese dinero ha ido a hacer publicidad negativa del otro candidato, con cierto éxito. Al doctor Oz le acusan insistentemente de ser un RINO (Republican In Name Only, republicano solo de boquilla) y a McCormick de estar entregado a China, retorciendo hasta el delirio las relaciones comerciales y financieras que ha tenido con ese país.

Esquivando ese fuego cruzado y con un gasto mínimo en su campaña, ha ido emergiendo con fuerza la figura de Kathy Barnette, una antigua comentarista política que fracasó en su anterior intento de ser congresista y que tiene una historia personal tremenda. Su madre tenía 12 años cuando ella nació. Había sido violada a los 11. Eso concede gran credibilidad a su posición contra el aborto, elevado a tema de campaña por la filtración del borrador de la sentencia del Supremo que hará que deje de ser legal en todo el país.

Más allá del aborto, si McCormick no es MAGA, Barnette es ultraMAGA. Su cuenta de Twitter está llena de sorpresas. Sostenía que Obama era musulmán y que eso condicionaba su política exterior. Publicó múltiples mensajes islamófobos y homófobos. Y en 2015 llegó a tuitear: “La pedofilia es una piedra angular del Islam”. Al ser interpelada por esos mensajes, sus respuestas han oscilado desde que son de hace mucho tiempo o que están fuera de contexto, hasta la negación contra toda evidencia, como cuando le enseñaron ese tuit suyo de 2015: “No creo que sea yo. Nunca habría dicho eso”.

Kathy Barnette, en un foro de candidatos republicanos al Senado en Camp Hill, Pensilvania, el pasado 2 de abril.Matt Rourke (AP)

Pese a ser casi más trumpista que Trump, el expresidente se ha visto obligado a intervenir para cortar su ascenso. Trump apoyó inicialmente a Sean Parnell, que acabó retirándose de la campaña bajo acusaciones de violencia machista con su mujer. Si tampoco le sale bien el apoyo a Oz, haría un papelón, así que atacó a su rival: “Kathy Barnette nunca podrá ganar las elecciones [de noviembre] contra los demócratas de izquierda radical”, dijo en un comunicado el pasado jueves. “Tiene muchas cosas en su pasado que no han sido debidamente explicadas o investigadas, pero si es capaz de hacerlo, tendrá un futuro maravilloso en el Partido Republicano y yo estaré con ella hasta el final”.

A Trump, Barnette no le disgusta, pero la ve demasiado extremista como para imponerse al candidato demócrata. Esa es una de las paradojas de las primarias republicanas. Los candidatos de posiciones más extremas tienen más posibilidades de ganar dentro del partido, pero menos de vencer frente a los demócratas, lo que más importa. En Estados claramente republicanos, eso no es un problema, pero en Pensilvania, puede serlo.

El principal candidato demócrata tampoco es nada convencional. John Fetterman es vicegobernador del Estado, así que uno podría imaginárselo haciendo campaña de traje y corbata en hoteles y centros de convenciones. Nada más lejos de la realidad. Fetterman hace campaña en pantalones cortos y sudadera, luciendo su perilla y algún tatuaje y reuniéndose con electores donde haga falta.

El vicegobernador de Pensilvania y candidato demócrata al Senado, John Fetterman, en un acto de campaña en una cervecería de Easton, Pensilvania, el pasado 1 de mayo.HANNAH BEIER (REUTERS)

Tras esa apariencia antisistema hay un político que defiende impulsar la sanidad pública, la reinserción de condenados, la legalización de la marihuana y la defensa de los derechos trans. Parte de su programa puede provocar rechazo en los votantes más conservadores que espera atraer. Quizá Conor Lamb, el segundo clasificado en las encuestas de las primarias demócratas, tendría más posibilidades, con su programa más centrista, pero está muy lejos en las encuestas. Fetterman parece tener las primarias en el bolsillo, aunque este domingo anunció que un problema cardiaco le había llevado a ser hospitalizado dos días antes. Aunque ha asegurado que ya está mucho mejor y que va camino de recuperarse del todo, ha añadido otra nota de suspense a la campaña.

No es la única carrera. En la de gobernador, Trump apoya a un candidato que está tan obsesionado como él con la teoría conspirativa de que le robaron las elecciones, Doug Mastriano. Mastriano y Barnette están en sintonía y se apoyan mutuamente. Sin embargo, en el Partido Republicano, las corrientes más moderadas tiemblan al pensar que ese pueda ser su ticket electoral el 8 de noviembre.

El candidato republicano a gobernador Doug Mastriano, en un acto de campaña en Warminster (Pensilvania), la semana pasada.Michael M. Santiago (AFP)

En las elecciones legislativas se renueva toda la Cámara de Representantes y 36 de los 100 senadores. En el Senado, la Cámara más poderosa, la suerte está echada en la gran mayoría de los Estados donde se compite, porque son de sólida mayoría demócrata o republicana. Solo hay un puñado verdaderamente en juego y teniendo en cuenta que ahora la división de fuerzas es de 50 a 50 senadores, cada uno cuenta.

Los republicanos se ven con más fuerza por la baja popularidad del presidente, Joe Biden, y los problemas económicos (precios récord de la gasolina, inflación rampante, baja confianza del consumidor y, ahora, escasez de leche de fórmula para lactantes). Y tienen su mirada puesta en Nevada, Arizona y Georgia, donde los demócratas se arriesgan a perder tres senadores. Por su parte, los demócratas tienen sus esperanzas en dos Estados en los que Biden ganó a Trump en 2020 y en los que acaban su mandato sendos senadores republicanos: Wisconsin y, sobre todo, Pensilvania.

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