Un mes sin nuestra droga


Los días ya se hacen largos y parece que tienen más de 24 horas. El Estado de Alarma se decretó hoy hace dos semanas y el país quedó parcialmente paralizado por el dichoso coronavirus dejando a la mayoría de la población confinada en sus casas. Aunque es lo menos importante, el balón ya no rueda por los campos de fútbol del territorio nacional. Tampoco en Anoeta, que lleva con las luces apagadas desde hace ya un mes.



La Real y el Eibar fueron los últimos equipos de Primera en disputar un partido, pero los donostiarras no juegan delante de su gente desde hace exactamente 29 días. En tiempos de coronavirus los recuerdos parecen muy lejanos. Cualquiera diría que a primeros de mes la afición de la Real celebraba en Miranda de Ebro un pase a la final de la Copa del Rey 32 años después. Si ese feliz pasaje queda ya aparcado lejanamente en nuestra memoria, el Real Sociedad-Valladolid (1-0) del 28 de febrero parece ya prehistórico.

Aquel choque se jugó un viernes a las 21.00 horas en la antesala del partido más importante de la historia de la Real. Los donostiarras se midieron a los vallisoletanos en plena racha de victorias, pero con un ojo puesto en Anduva. Aun así, la afición txuri urdin respondió fielmente a la cita abarrotando las gradas del feudo de Amara, que poco a poco ya va cogiendo polvo. Todo se echa de menos.

Se echa en falta el camino hacia el estadio, que siempre especial. Ya bien sea en autobús, en topo o andando por la Avenida de Madrid. Esas conversaciones dentro de las cuadrillas: “Hoy juega Januzaj y no Portu y creo que Imanol está siendo injusto” o el “Isak tiene que seguir jugando porque está imparable”. Detalles tan simples como esos son los que se echan en falta cuando ya llevamos un mes sin una droga dura llamada Anoeta. El papel de aluminio para cubrir el bocadillo de lomo con pimientos está nuevo en las estanterías de toda Gipuzkoa.

Pero indudablemente lo que más ansía la parroquia txuri urdin es poder gritar un gol de su equipo. Para un aficionado de la Real no hay sensación más satisfactoria que ver cómo el balón besa de nuevo la red.

Brincar, abrazar a tu compañero de asiento que ya se ha convertido en un fiel amigo, mandar un Whats App por el grupo de la familia de “te lo dije, hoy también ganamos”… Todo queda muy lejos. El último en provocar ese éxtasis de felicidad fue Januzaj, que, con un solitario gol tras una buena jugada colectiva, consiguió con la cabeza que los últimos tres puntos ligueros de casa se quedaran ahí, en casa. Odegaad para Oyarzabal, toca con Zaldua, la devuelve y balón para la cazuela. La afición quiere sentirlo de nuevo.


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