Y América nos conquistó

El Museo del Prado ha emprendido un viaje sin retorno. Tiene la intención de explorar territorios no recorridos en sus dos siglos de historia, de releer sus colecciones y mostrarlas desde otros puntos de vista. Ahora, y hasta el próximo 13 de febrero, hace parada en Tornaviaje. Arte iberoamericano en España, una muestra de que, si los españoles llegaron a América, América también llegó a España y, desde aquí, a Europa. Fue un camino de ida y vuelta. Y, precisamente, de esa vuelta trata la exposición, patrocinada por la Fundación AXA y comisariada por Rafael López Guzmán, catedrático de la Universidad de Granada.

A veces, los tópicos son clarificadores porque, ¿qué sería de la dieta mediterránea sin la patata y el tomate ¿Y qué decir del chocolate? No son los únicos ingredientes que llegaron para quedarse, y no solo en las despensas. Los nuevos alimentos incorporaron nuevos protocolos, nuevas formas de consumirlos: el cacao, por ejemplo, muy caliente.

Al hablar de conquista, se puede hablar de seducción, de la atracción que provocaban las formas, olores y sabores de los nuevos productos de América, especialmente la semilla de cacáhoatl: algunos pueblos mesoamericanos la usaban como moneda, pero también proporcionaba el chocolate que, por entonces, se consumía como una infusión reservada a la nobleza y a los sacerdotes y que desde el siglo XVI aparece en los documentos. De hecho, la forma de consumirlo generó nuevos protocolos y recipientes, como esta mancerina que evita que quien lo beba se queme. Una tipología que se extendió por la península Ibérica, donde eran frecuentes las de cerámica realizadas en las fábricas de Talavera de la Reina (Toledo), L’Alcora (Castellón) y Manises (Valencia), como las que coleccionó el pintor Joaquín Sorolla y que hoy se pueden ver en su casa-museo. La forma contemporánea de entender y consumir el chocolate de manera sólida es posterior.

Si hay algo que transformó el mundo como se conocía hasta entonces fue la plata. De este material estaban construidos los cimientos que sustentaban el imperio que lograron los Austrias. Sí, el mismo del que estaba hecha la mancerina de antes o los reales de a ocho, la moneda que se extendió tanto en el tiempo como en el espacio y cuyos vestigios quedan en el símbolo de dólar, tomado del reverso de los ocho reales. Si bien ya había plata en la península Ibérica, la cantidad crece exponencialmente con el descubrimiento de las minas americanas, primero en Nueva España (lo que es al actual México y parte del sur de Estados Unidos), y luego las de Potosí (Perú), una de las afloraciones de este metal más importantes del planeta. Llegará a Europa como lingote, como moneda o como objetos de orfebrería tanto de uso común como devocional, muchos se pueden ver en la muestra: es uno de los materiales más repetidos, fiel reflejo de los siglos representados.

Así como el cacao conllevó otra forma de consumo, gracias a las minas se consiguió una nueva manera de extracción del mineral más productiva: la amalgama con mercurio.

Si la plata fue marca del imperio, no se queda atrás la representación de los reyes. La sobriedad de los retratos de Felipe II, siempre de negro, tiene una segunda lectura, ya que era el único monarca europeo que podía conseguir ese tono tan oscuro en la vestimenta, fruto de una planta llegada de América: el palo de campeche. Por tanto, ese color es símbolo de poder. Un nuevo rojo también invadió las telas y las artes europeas, procedente de la cochinilla, un insecto que anida en los nopales.

Continuando con los colores se llega al mayate, el escarabajo verde que simboliza la resurrección de Cristo. Vive dentro de la tierra y de vez en cuando sale a la superficie. Ya en el mundo prehispánico estaba asociado con la resurrección.

Están documentadas más de 50 especies de aves de las que se obtenía materia prima para el desarrollo de la plumaria, una técnica genuinamente americana. Ya las altas jerarquías de distintas culturas (incas, aztecas…) se tocaban con plumas. Los oficiales de este material (llamados amantecas) trabajan con sumo cuidado las coloridas aplicaciones en textiles. Nos han llegado pocos ejemplos por su fragilidad y dificultad de conservación.

La próxima parada de este particular recorrido por Tornaviaje es el mar, las conchas. Los enconchados no son originarios del Nuevo Continente, sino de Asia, de donde se tomó el uso del nácar incrustado para dar efectos brillantes en los cuadros. Es el Galeón de Manila (Filipinas) el que atraviesa de manera regular el Pacífico y lleva esta técnica a América. Una vez pasado por el tamiz americano llega a España y se aúnan tradiciones. En los cuadros enconchados es habitual que las carnaciones de los personajes sean pintura, mientras que las arquitecturas y las vestimentas sean de nácar.

Y de los animales como materia prima, a los vegetales que se trabajan con técnicas prehispánicas como son las pastas de maguey (un tipo de cactus) y maíz. Materiales no perceptibles a primera vista, ya que se confunden con madera -sobre todo si están policromados-, pero que tienen propiedades distintas a ella y por eso se utilizan: el peso es mucho menor, lo que facilita la transportabilidad, baja el precio y es más fácil de modelar. Se hace un engrudo y la pasta se va modelando sobre el alma de la escultura (un esqueleto formado por madera o papel). Los temas cambian con la llegada de los españoles, pero los artesanos son los mismos que ya trabajaban estas técnicas. El material tan ligero permite que un Cristo de 2,44 x 1,88 metros sea una imagen procesional, ya que solo pesa 7,5 kilos. También permitía a los frailes evangelizadores recorrer largos camino con varias tallas.

La mezcla enriquece y eso ocurrió a partir del siglo XVI, cuando a los temas católicos tradicionales se le añadieron otras interpretaciones.

El dogma de la Santísima Trinidad varía también su forma de representación, incluso, en contra del Concilio de Trento (1545-1563): la Iglesia en el Nuevo Continente cumplía una función evangelizadora y tenía que explicar conceptos tan extraños como que Dios era tres personas en una, así que en ocasiones se obviaba a la paloma como Espíritu Santo y se pintaban tres hombres similares. Esto no gustaba ni al Vaticano ni a Francisco Pacheco, pintor, tratadista y maestro de Velázquez, que en su Arte de la pintura (1649) lo calificó de abominable, según comenta Rafael López Guzmán, comisario de la muestra. Esta representación isomórfica no se usa en España, pero precisamente los jesuitas, defensores de Trento, fueron los que la extendieron por América.

Por otro lado, santa Rosa de Lima, la primera santa americana, se popularizó en España llegando a ser representada por grandes maestros como Murillo o Claudio Coello. Es más, tras la obra de Murillo, fue esta la que, copiada en estampas, se difundió por América. Un viaje con varias idas y vueltas.

Estos son solos unos ejemplos de esa fusión de culturas con la que siempre se gana. Tornaviaje podría ser un acicate para dar a conocer este arte no realizado por hombres blancos europeos en Europa, que es el que lleva siglos predominando. La muestra del Museo del Prado dará visibilidad a muchas de estas bellas piezas conservadas en instituciones con menores recursos, por ejemplo, el Museo de América de Madrid.

Ya lo dijo uno de esos maestros incuestionables, Alberto Durero: “En mi vida no he visto nada que me haya alegrado tanto el corazón como estos objetos [llegados de América]. Porque he descubierto aspectos extraordinarios y me he quedado admirado ante el ingenio de los hombres de países remotos”.

A otro de ellos, este ya americano, el escritor mexicano Carlos Fuentes, le gustaba imaginar que los personajes de Las meninas miraban hacia su continente.

Tornaviaje. Arte iberoamericano en España

Hasta el 13 de febrero de 2022

Exposicion organizada por

CRÉDITOS

Redacción: Rut de las Heras Bretín
Coordinación editorial: Francis Pachá
Desarrollo y Diseño: Rodolfo Mata y Juan Sánchez
Coordinación de diseño: Adolfo Domenech


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