¿Y si Taylor Swift es grande no por los millones que la adoran sino por los miles que la critican?



Cuando era cantante ‘country’ ya parecía estar soñando más con unicornios color arcoíris que con épicos cimarrones. Parece que hace mucho tiempo de eso y, sin embargo, no han pasado ni 13 años: de ser la nueva Shania Twain a encabezar la lista Forbes de las estrellas mejor pagadas en un tiempo récord que, en realidad, ha sido como recorrer un jardín de rosas dejándose jirones de alma más o menos en cada esquina, mientras los números de la cuenta corriente aumentaban en la misma proporción en que lo hacía el número de acosadores dispuestos a saltar vallas de seguridad y, también, el de matones y matonas empeñados en arrebatarle el micro de manera indecorosa o de llamarle serpiente en redes sociales.

Taylor Swift sabe que una estrella se define no tanto por su número de seguidores como por la capacidad de imantar la atención de unos ‘haters’ que cumplan la función de feroces supervillanos mediáticos

Consciente de que lo que no te mata te hace más fuerte, la Swift recicló el insulto en emblema de orgullo cuando decidió que una cobra hinchable podía ser su mejor compañera de escenario para dejar claro que las lagarterías tuiteras de Kim Kardashian no le habían hecho demasiada mella.
Taylor Swift, que reiteradamente ha dramatizado el paso del amor al odio incluso en el curso de un mismo vídeo musical –véanse los ejemplos de Blank space o Wildest dreams–, sabe que, a día de hoy, una estrella se define no tanto por su número de seguidores como por la capacidad de imantar la atención de unos haters que cumplan la función de feroces supervillanos mediáticos. Su cara de anuncio de perfumería no es suficiente como tampoco lo es su repertorio, ni su compromiso con causas justas o su recién descubierta facultad para la inspiración política de los millennials: es necesario bajar periódicamente al fango de la trifulca pública, aunque luego el duelo al sol, como bien ha comprobado Katy Perry, se puede pacificar a través del abrazo simbólico y ritual de una hamburguesa con su ración de patatas. El nuevo enemigo a batir en su punto de mira es ahora quien fuera su primer representante, Scooter Braun. ¡Qué lástima que una vida tan agitada tenga, en el fondo, tan poca identidad!
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