Yo, Petra Delicado

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Alicia Giménez Bartlett (Almansa, 69 años) nunca pensó que un día pondría a Petra Delicado a escribir sus memorias. ¿Puede hacerse siquiera algo así? ¿Lo ha hecho alguien antes? Petra Delicado, su a ratos ruda y cabezota detective, a ratos también, compasiva y vulnerable, siempre, en cualquier caso, asocial e independiente, ha ido dibujándose, a trazo más o menos grueso, de fondo, mientras trabajaba en cada uno de los casos que la autora ha puesto en su camino. Cuanta menos historia tenía a sus espaldas, más sencillo era todo. “Si necesitaba que tuviese una hermana, me la inventaba”, recuerda Giménez Bartlett. “Nunca pensé en la vida de Petra en sí, me bastaba con pensar en las circunstancias históricas de su edad”, confiesa la escritora. Hasta que ocurrió lo que ocurrió.

“Oh, de repente cada vez era más frecuente encontrarme con lectores que me decían que la auténtica Petra no habría hecho esto o aquello, y yo me preguntaba ¿la auténtica Petra? ¿Quién es la auténtica Petra? ¿No la he creado yo? ¿Acaso no la conozco?”. Giménez Bartlett debe sonreír bajo la mascarilla quirúrgica porque sus ojos lo hacen. Es un día de finales de septiembre en Barcelona. “Supongo que entonces empezó a rondarme la idea de darle una vida”, dice. En realidad, la vida se la dio Petra a sí misma, porque lo que parece que haya hecho la autora es tenderle un puñado de libretas a su personaje y pedirle que escriba sus memorias. En sentido figurado, por supuesto. Pero uno altamente creíble. Al inicio de Sin muertos (Destino) Petra toma la palabra para decir que lo que leeremos a continuación es un inventario de sus recuerdos.

Para ello, para poner orden en su pasado “a fin de retomar las riendas del presente”, esto es, las riendas de su tercer matrimonio, su matrimonio con Marcos, el arquitecto por el que ha renunciado a su preciada soledad, y por el que incluso está probando, a ratos, a ser madre postiza – la de sus tres hijos –, se instala Petra en un convento de monjas en Galicia, desde el que rememora su tierna infancia – en la que fue demasiado querida para su gusto –, su lugar como oveja negra de la familia – sus otras dos hermanas condicionadas para bien o para mal por lo que su madre pensaba de ellas –, su relación no del todo convulsa con su madre – terrorífica contadora de historias, y sobre todo, jueza – y hasta la razón por la que la expulsaron de la escuela de monjas.

Inevitablemente, admite la autora, su vida se ha ido entretejiendo con la de la detective, o más bien, le ha prestado algunos de sus recuerdos. “En especial, toda la parte del colegio de monjas. Prácticamente todo lo que cuento es algo que recuerdo haber vivido, desde la monja que iba a todas partes con una estufa hasta el motivo de la expulsión del colegio”, confiesta, en voz muy baja. El motivo es tan delirante que solo puede ser cierto. A Petra la hacen directora de un periódico mural en el centro. En el mes de mayo, decide dedicar su número a la primavera. Y a una de las monjas no le sienta nada bien que no se hable de María en su propio mes, así que la directora de la escuela llama a los padres de Petra y les dice que está expulsada. “Eso ocurrió exactamente como lo cuento”, repite.

Más difícil fue justificar el cambio de rumbo que tomó su vida – la vida de Petra – cuando ya la tenía prácticamente hecha. Petra va a la universidad y se enamora perdidamente de un aspirante a abogado, Hugo, por el que estudia Derecho y con el que acaba montando un despacho que va estupendamente. Pero ella lo aborrece. “La situación de la mujer en España ha cambiado muchísimo en muy poco tiempo. Petra, al principio, se deja llevar porque está dividida, como las mujeres de su generación, entre las enseñanzas franquistas y religiosas, y esos nuevos tiempos que prometen y exigen libertad, pero una libertad que no sabe cómo encajar. Es cierto que aún no hemos alcanzado lo que queremos, pero si echas un vistazo atrás, es brutal lo rápido que se ha avanzado en España”, dice.

Y lo dice porque, en buena parte, como ocurre en las novelas de la serie, Petra se define también y sobre todo por sus circunstancias. Cuando rompe con Hugo rompe con todo, también con esa vida que el pasado le pedía que llevase. Y es esa lucha la que la mantiene en pie, pero a la vez la que la convierte en un personaje contradictorio. Quiere lo que tiene pero también lo que nunca tendrá. Y ahí se apoya la escritora para lanzarla a la policía. “¿Cómo iba a hacer que quisiese meterse a policía? Tenía la vida hecha, ¿por qué iba a dejarlo todo? Nunca tuvo vocación, simplemente la idea apareció un día, y se lanzó. Petra es una mujer pasional, de decisiones violentas, impulsiva, así que ¿por qué no? A veces no sabemos exactamente por qué hacemos lo que hacemos”, argumenta la escritora.

Me aterroriza hacia dónde va la novela negra con todas esas torturas y esa violencia extrema

Alicia Giménez Bartlett

Todo lo que narra sobre su formación como policía en Ávila – la ciudad de España en la que está la academia de policía – está también exhaustivamente documentado. “Hablé con una policía que tiene la edad de Petra y lo que me contó de su formación es lo que cuento en la novela”, dice. Por ejemplo, que solo había nueve mujeres por aquel entonces en la academia, que disponían de dos pabellones para ellas solas, y que casi todas eran familia de policías o guardias civiles, y seguían la tradición familiar. “Toda vida contiene material narrativo, lo único que hace el escritor es elegir con cuál se queda. Hay muchas vidas dentro de una vida. Cada lector ha construido su propia Petra, y ahora va a conocer a la auténtica”, añade.

¿Y tantos con ella no han hecho que le caiga un poco mal, como le caía mal a Agatha Christie Poirot? “No, qué va. Siempre que escribo un libro de Petra me reencuentro con una amiga. Creo que la clave está en no dedicar tu vida solo a eso. Yo escribo otros libros, y me tomo mis descansos”, contesta. Precisamente, Petra nació en uno de esos descansos. “Acababa de escribir un libro muy sesudo sobre la relación de Virginia Woolf con su cocinera – que, por cierto, se reeditará a principios de 2021 –, y me apetecía divertirme, y me dije ¿por qué no probar con una detective? Solo dos mujeres en España habían escrito entonces libros protagonizados por detectives mujeres, y estaba harta de verlas hacer de víctimas o personajes secundarios”, cuenta.

Para Giménez Bartlett la novela negra “es un juego”. Lo ha sido desde el principio. Un divertimento. El humor siempre debe estar presente de alguna forma. “La novela negra escandinava me aterrorizó un poco, en ese sentido, porque se tomaba demasiado en serio a sí misma, pero me aterroriza más lo que ha venido después, hacia dónde va la novela negra con todas esas torturas y esa violencia extrema y gratuita que no encuentro necesaria. Me parece excesivo”. También cree que, pese a todos los avances, la mujer sigue siendo mayoritariamente la víctima aún, también en la ficción. “Pero supongo que es inevitable, la realidad no deja de decirnos que eso sigue siendo así, y la ficción es un reflejo del mundo”, dice también.


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