Boris Johnson y los ‘tories’


El partido conservador británico es una de las formaciones de más éxito en la política Europea. Durante casi dos siglos ha sido una fuerza muy importante en Westminster y ha dominado la Administración de Downing Street durante 66 de los últimos 100 años.

Sus logros se deben a dos razones en concreto. La primera ha sido su agilidad para ajustar su programa al zeitgeist o espíritu de una época. Cuando le ha convenido, la formación ha sido la del comercio libre y luego la del proteccionismo, ha sido un partido del aislacionismo y luego ha estado a favor de la guerra, un partido que promovía políticas neoliberalistas y luego políticas intervencionistas, el partido que negoció la entrada del Reino Unido a la UE y el de los dirigentes que encabezaron la campaña del Brexit. La flexibilidad ideológica de los tories es, de verdad, asombrosa.

La segunda razón de su presencia duradera en la política británica es su capacidad para despedir a sus líderes impopulares sin piedad. Los tories son totalmente leales a su máximo dirigente hasta el momento en que no lo son. Sobre la relación entre el líder y el partido su estadista más ilustre, Winston Churchill, escribió: “Las lealtades que se centran en el Número Uno (el líder) son enormes. Si tropieza, hay que sostenerlo. Si comete errores, hay que cubrirlos. Si se duerme, no debe ser molestado sin motivo. Y si no es bueno, hay que darle caña y echarlo”.

El primer ministro tory actual, Boris Johnson, es biógrafo de Churchill y comprenderá bien esas palabras. Johnson llegó a su oficio como la personificación de la capacidad tory para adaptarse. Como un camaleón ha cambiado sus opiniones con frecuencia a lo largo de su carrera para seducir por igual a los militantes y a los votantes. Esta habilidad lo ha llevado a Downing Street y al éxito electoral pero no es una garantía de que sobreviva a 2022. En las últimas semanas, se ha visto muy salpicado por diversos escándalos, como el montaje de fiestas en su residencia durante la fase más grave de la pandemia de la covid. Si su popularidad no se recupera, sus diputados lo destituirán, sin piedad, como han hecho con sus predecesores y como predijo Churchill.

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De joven, Johnson era seguidor ardiente de Margaret Thatcher. Él sabe que la caída de la dama de hierro no se debió a un voto del pueblo británico sino que fue resultado de una trama del grupo parlamentario tory. No importa que ella hubiera ganado tres elecciones con amplias mayorías, ejercido el poder durante más de una década y cambiado el rumbo de la política británica. De repente, debido a una serie de errores, la primera ministra se convirtió en un lastre y su grupo parlamentario temía que perdiera las próximas elecciones. Enfrentados a una elección entre la lealtad a la líder o salvar sus escaños, los diputados tories tenían una sola respuesta. Decidieron que ella debía irse.

Ese mismo cálculo es el que hacen ahora los diputados conservadores. Con el sistema electoral británico, cada diputado debe luchar por ganar la mayoría de los votantes en su propia circunscripción. Se pasan los fines de semana reuniéndose y escuchando a los votantes de su distrito. Y ahora saben de sobra que los electores están hartos de la corrupción y del amiguismo de la Administración de Johnson y, sobre todo, de las fiestas durante una etapa en la que mucha gente ni siquiera pudo asistir a los funerales de sus seres queridos. Las revelaciones de los últimos días son de lo más risible y la transmisión de la ira pública a Westminster será rápida. Justo en el momento en que el primer ministro aparecía en televisión con el mensaje al pueblo británico de “quédate en casa”, su personal estaba organizando una fiesta de 100 invitados en Downing Street con un mensaje de correo electrónico: “¡Traiga su propia botella y aperitivos!”.

En los próximos meses los diputados tories se preguntarán, como hicieron con Thatcher, si están dispuestos a sacrificar a su líder o a su escaño. La respuesta será la misma ahora que entonces. El líder de los tories en Escocia ya insiste en que Johnson tiene que dimitir si se han infringido las normas.

Si los parlamentarios optan por el cambio este podría tener consecuencias tanto fuera como dentro de Reino Unido. Un nuevo primer ministro podría adoptar un tono más suave en las negociaciones con la UE y, en concreto, abandonar la postura intransigente de Londres sobre Irlanda del Norte.

La caída de Johnson también podría suponer una oportunidad para el partido laborista. Pero no será fácil. No hace falta convocar elecciones hasta 2024. Sin Johnson al frente, muchos votantes podrían volver a apoyar a los tories bajo la gestión de un nuevo líder. Y si es así, el partido conservador seguirá dominando la política británica en el futuro como tanto lo ha hecho en el pasado.


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