Inflación, la puntilla de la generación milenial: “En el súper parece que no te llevas nada, pero pagas un dineral”



Alberto Mollá Gómez en una tienda del barrio de Benimaclet en Valencia este jueves.Mònica Torres

Christian García (32 años) busca a toda costa cómo escapar de las garras de la inflación. Cuenta que desplazarse en coche se ha convertido en un lujo y que ha reducido las suscripciones a plataformas de streaming. Incluso lleva un registro de todos los gastos que afronta mes a mes. “500 euros de alquiler, 150 de gasolina, 120 entre luz y agua, 37 de internet, 120 de terapia de salud mental y… ¡la comida!”, detalla. Se considera afortunado porque tiene un trabajo estable como informático, pero admite que, si los precios no se relajan, cada vez le resultará más complicado salir adelante y cumplir sus expectativas personales. “¿Cómo puedo ampliar mi familia cuando el sueldo es el justo para pagar el alquiler, el coche y las facturas del hogar?”, se pregunta.

Los mileniales —como se conoce a la generación de los nacidos entre 1981 y 1996— están acostumbrados a vivir en la incertidumbre. Sobre todo los mayores, los que hoy tienen 40 años. Esos atestiguaron cómo la gran crisis financiera de 2008 estrechaba su vía de acceso al mercado laboral, reducía sus aspiraciones y mermaba sus ingresos. Justo cuando las aguas de la economía parecían más calmadas, la irrupción de la pandemia de coronavirus volvió a truncar sus sueños. Y ahí ya se resintió todo ese grupo comprendido entre los 25 y los 41 años. De hecho, un informe elaborado por el servicio de estudios de CaixaBank indica que los ingresos de los más jóvenes llegaron a caer más de un 20% en el arranque de esa crisis, en 2020. La proporción es cuatro veces superior a la de los adultos.

A la factura de la pandemia se añade estos días otra que jamás habían visto. Ahora, en forma de escalada de precios. Es más: los mileniales estaban acostumbrados a un entorno de subidas muy raquíticas, cuando no de deflación. Eso es historia. La inflación roza los dos dígitos —en marzo fue del 9,8%—, la más alta desde 1985, y amenaza con erosionar sus ahorros. El cóctel que dispara los precios reúne numerosos ingredientes amargos para los mileniales. Acercarse al supermercado, repostar en las gasolineras, o incluso tomar una caña al salir del trabajo es más costoso y difícil de asumir, sobre todo para quienes acaban de independizarse o guardan poco a poco para dar este paso.

La generación milenial se ha sumergido en un mundo que no esperaba. Pedro Rey, profesor de Esade, explica que la elevada incertidumbre conlleva dos fenómenos opuestos. “Por un lado, hay jóvenes que tienden a frenar sus compras y se ven más forzados a ahorrar. Se han dado tantos golpes contra la pared que ahora son muchos más conscientes de sus gastos y más prudentes. Por otro, ante el miedo a que los precios sigan aumentando, otros prefieren gastar hoy y no mañana. Pero este es un comportamiento más sofisticado, en el que entra en juego la capacidad del consumidor de anticipar estos fenómenos y de saberse acomodar a ellos”, afirma.

La vivienda, el mayor gasto

Según un informe de Fedea, antes de la pandemia los mileniales ya acusaban tener una menor retribución que la generación anterior. De acuerdo con ese estudio, en 2019, el salario mensual real de los jóvenes de entre 18 y 35 años era más bajo que en 1980. Con diferencias: era un 26% inferior para aquellos con edades de entre 30 y 34 años, pero hasta el 50% para los de 18 a 20 años. Ese sueldo sufre hoy el bocado de la inflación. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 la vivienda se comía una cuarta parte de su nómina. Alberto Mollá Gómez, de 25 años, desde hace un año comparte piso con un compañero en el barrio valenciano de Benimaclet. “Ahora vivir solo es inasumible por todos los gastos que se acumulan en el día a día. Entre el alquiler, el agua, la luz y la cesta de la compra tengo que desembolsar al menos 1.000 euros cada mes. Hace un año la factura de la electricidad nos costaba 65 euros, mientras que ahora vale más del doble”, lamenta. Las dificultades económicas abarcan también su esfera profesional. Su ocupación de autónomo como director de fotografía le obliga a renovar el equipo para garantizar la calidad del servicio a los clientes. Aun así, no se puede permitir cambiar la cámara de video y los objetivos cada dos años. “Sería un coste adicional de entre 6.000 y 8.000 euros”, calcula.

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Otro 14% de los ingresos de los mileniales iban antes de esta crisis a llenar la nevera. Christian García acude a distintos supermercados y está atento a los precios para identificar los alimentos que más se han encarecido. “Los tomates, las patatas y todos los productos que contienen harina o cereales han subido una barbaridad. No consumo cruasanes, pero me he dado cuenta de que el lunes una bolsa puede estar a 90 céntimos y el fin de semana la puedes encontrar a 2,40 euros”, añade. La consulta de las aplicaciones de las cadenas de distribución para comparar y acumular cupones se ha vuelto imprescindible antes de coger el carrito de la compra.

La consultora Kantar considera que los mileniales no son un grupo especialmente aficionado a las rebajas. Aun así, ha observado en el último año un crecimiento del 2% de las compras promocionales. Entre los canales de compra que más se han expandido (un 8%) entre los consumidores más jóvenes destacan las tiendas de descuento. Como último recurso, renuncian a caprichos que antes se permitían más a menudo. José Sánchez (30 años) ha recortado los bollos y las patatas fritas de su lista de la compra para dar prioridad a productos básicos. “A veces parece que no te estás llevando nada, pero estás pagando un dineral”, constata.

Otro de los cambios de hábito para contener el gasto consiste en limitar el ocio. “Si antes de la pandemia salía a cenar con mi novia tres veces a la semana, ahora lo hacemos la mitad. Pero nunca renunciaría a las cañas del viernes y a jugar al pádel. Eso no se puede negociar”, bromea José Sánchez. “A pesar de sus ganas de volver a la normalidad, los jóvenes se han acostumbrado a salir menos [por la pandemia]. La inflación ralentizará la salida de la anterior crisis, que ya fue fuerte y duradera”, agrega Rey, en referencia al golpe que sufrió el sector del ocio y la restauración.

Jose Sánchez en el barrio de Ronda Sur en Murcia este jueves.Alfonso Durán

Para quienes tienen vehículo, es especialmente sangrante el encarecimiento del carburante. Los mileniales dedican alrededor del 7% de su salario en llenar el depósito y mantener el coche, según el INE. Pero con la crisis, esa proporción va en aumento. Al menos para Carmen Tejeda, de 27 años, que usa el coche para ir al trabajo. Vive con sus padres en el campo en Badajoz y casi todos los días recorre una treintena de kilómetros para ir y volver con los dedos cruzados para no quedarse en reserva. “Mi coche tiene ya 22 años y me veo obligada a repostar cada dos semanas o antes”, apunta. Con la subida, el combustible se come casi la mitad de su sueldo.

Una generación con menos estabilidad

Tejeda sueña con su independencia. Tiene un contrato de media jornada como monitora de transporte y prepara una oposición de Educación Infantil. Su objetivo es encontrar cuanto antes un empleo más estable a jornada completa que le permita vivir por su cuenta, aunque considera que frente a un panorama tan incierto y cambiante, su futuro pende de un hilo. “Somos una generación con bastante menos estabilidad que la de nuestros padres con 20 o 30 años. El sistema actual nos obliga a retrasar el ritmo de vida”, se queja. En España, apenas tres de cada veinte jóvenes de entre 16 y 29 años han podido emanciparse, según el Consejo de la Juventud de España.

El difícil momento económico empuja a esta generación a replantearse su escala de prioridades. Adaptarse de inmediato. Cambiar de planes. Las vacaciones de verano siguen, de momento, entre los de Sánchez. Sin embargo, si los precios no paran de aumentar, no descarta dar marcha atrás. “Todos los gastos se acumulan y la cantidad que suman es muy grande. Pero la verdadera preocupación es no saber dónde está el fin de esta escalada”, zanja. Por su parte, Christian García, que ahora vive solo en un piso en Valencia, está pensando en compartir vivienda con su pareja. “No llevamos ni un año, pero si los precios no bajan, a lo mejor nos mudamos antes para dividir las cuentas”, afirma. Otra opción, advierte, sería buscar un segundo empleo por la noche o durante el fin de semana, como cocinero o profesor de informática. Ante la incertidumbre, esta generación parece dispuesta a apretar los dientes para poder seguir adelante.

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