Macron saludaba a unos simpatizantes, el 2 de abril en Nanterre.

Una pujante Le Pen desafía en las presidenciales francesas al favorito Macron

Nunca Marine Le Pen había estado tan cerca del poder en Francia. La líder de la extrema derecha llega a la primera vuelta de las elecciones presidenciales, este domingo 10 de abril, con el viento a favor. El actual presidente, el centrista Emmanuel Macron, sigue siendo el favorito para la reelección, según todos los sondeos. Pero Le Pen no ha dejado de reducir las distancias en las últimas semanas. Es la tercera vez que se presenta y la primera que de verdad se permite pensar que la victoria es posible en la segunda vuelta, el próximo día 24.

Los sondeos son unánimes: Macron y Le Pen, como en las presidenciales de 2017, serán de nuevo los dos candidatos más votados en la primera vuelta. El último sondeo del instituto Ifop, publicado este viernes, indica una intención de voto del 26% para el presidente. Su rival de extrema derecha sacaría un 24%. En tercera posición quedaría, con un 17%, el líder de la izquierda populista, Jean-Luc Mélenchon.

Macron, según el mismo sondeo, ganaría la segunda vuelta con un 52% frente al 48% de Le Pen. Una diferencia demasiado cercana al margen de error para que los macronistas respiren tranquilos, y suficiente para que los lepenistas alberguen esperanzas. Hace cinco años, el presidente sacó un 66%; su rival, un 34%.

Si los sondeos aciertan, esta elección sentenciará, quizá irreversiblemente, a las dos formaciones que vertebraron Francia desde los años setenta: el Partido Socialista (PS) y Los Republicanos (LR). La socialista Anne Hidalgo, alcaldesa de París, podría quedar por debajo del 5%. Valérie Pécresse, de la conservadora LR, por debajo del 10%.

La abstención, que según varios sondeos se acercará al 30%, complica los pronósticos. En las regionales de 2021, dañó al Reagrupamiento Nacional (RN) de Le Pen, y por eso este jueves, en su último mitin, en el bastión lepenista de Perpiñán, advirtió: “Si el pueblo vota, el pueblo gana”. Y pronosticó: “Viviremos, amigos, un momento fundador de una nueva era”.

Las buenas perspectivas para Le Pen responden a sus propios méritos. Ha hecho una campaña pegada al terreno y centrada en cuestiones económicas. Así ha culminado un proceso, iniciado hace una década, para desdiabolizar al RN, heredero del Frente Nacional, la histórica formación ultra fundada por su padre, Jean-Marie Le Pen.

El auge de la candidata de RN se explica también por los errores de Macron. Casi no ha hecho campaña, como si no se dignase a bajar al fango electoral, o como si los grandes asuntos de Estado ―estas semanas, la guerra de Ucrania— no se lo hubiesen permitido.

En los cinco años de su mandato, Macron no ha sabido contener el avance de las ideas ultraderechistas, ni apagar el malestar social, que se traduce en la fuerza de quienes impugnan el statu quo. No es solo Le Pen, sino también el izquierdista Mélenchon.

Como Le Pen, Mélenchon se presenta por tercera vez. Y como ella, no ha dejado de subir en los sondeos y sueña con dar la sorpresa y pasar a la segunda vuelta.

El tertuliano ultra Éric Zemmour quiso destronar a Le Pen como líder de la extrema derecha, pero la ha acabado beneficiando. Al lado de Zemmour y sus salidas de tono y sus cargas contra los musulmanes, ella parece más moderada. Los sondeos le sitúan en torno al 10%.

Le Pen, en campaña, habla de la subida de los precios y del poder adquisitivo, y promete bajar el coste de la gasolina y mantener en 62 años la edad de jubilación o rebajarla. Ha esquivado las propuestas más antipáticas y fáciles de identificar con la tradición y la retórica ultra.

“Ha dulcificado su imagen personal y se ha establecido como alguien que defiende a los franceses, y próxima a ellos”, estima el veterano politólogo Jérôme Jaffré, director del Centro de Estudios y Conocimientos sobre la Opinión Pública (CECOP). “Los votantes escuchan una música agradable”.

En la gira por el país, Le Pen ya no transmite la imagen de la líder áspera y polarizadora. “Se ha convertido en un personaje simpático y familiar para los franceses”, observa Jaffré. “¡Francia entera la llama Marine!”. Es decir, por su nombre de pila, señal de familiaridad.

En estos años, a base de derrotas, se ha humanizado. Una anécdota: su afición a los gatos —se sacó el diploma de criadora— fue objeto de burlas al principio, pero contribuye a esta imagen.

“Se mueve entre los franceses hoy como una pez en el agua”, resume el politólogo. “En sus desplazamientos”, describe, “la acogen con besos y con demandas de selfis. Le dicen: ‘Usted es valiente’. Nadie le pregunta cómo aplicará sus medidas sin que cuesten miles de millones, ni le dicen que, si se aplica su política, nos acabarán echando de Europa, o que destruirá la Unión Europea”.

Con Macron, en sus escasos desplazamientos, las escenas suelen ser distintas. “Primero hay un movimiento de curiosidad hacia él, pero enseguida empiezan a echarle bronca”, dice Jaffré, y sentencia: “Ha hecho una mala campaña”.

Macron no ha acabado de resolver el dilema entre la doble función entre presidente y candidato. La invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero, disparó su popularidad y sus expectativas de voto, por encima del 30%. La elección parecía decidida. Pero el factor Ucrania tenía fecha de caducidad. Pasó de ser una cuestión de inseguridad por el regreso de la guerra a Europa a una inseguridad económica: de la amenaza de las bombas a la amenaza de la inflación.

Macron saludaba a unos simpatizantes, el 2 de abril en Nanterre.
Macron saludaba a unos simpatizantes, el 2 de abril en Nanterre.LUDOVIC MARIN (AFP)

El exceso de confianza no le ayudó. Retrasó la entrada en campaña y nunca, en realidad, llegó a entrar de lleno en ella. No quiso debatir con los 11 candidatos restantes. Nada anómalo: sus antecesores en el cargo tampoco debatieron en la primera vuelta. Pero en su caso ha reforzado la imagen de arrogancia.

Que una de sus principales propuestas programáticas sea aumentar la edad de jubilación a los 65 años —una medida aplicada en la mayoría de países del entorno por gobiernos de izquierdas o derechas, pero impopular en Francia— puede ser un indicativo de sinceridad. Dice lo que hará, aunque no sume votos. Pero también revela una enorme seguridad en sí mismo para creer que esta puede ser una de sus medidas estrella.

Macron mantiene una popularidad alta, mayor que la de sus antecesores François Hollande y Nicolas Sarkozy al final del quiquenio, y la confianza en su capacidad de gestión. Pero despierta un rechazo visceral en una parte del electorado.

“Si usted es reelegido, ¿dejará de despreciar a los franceses?”, le preguntó una ciudadana en una entrevista con lectores publicada por el grupo de prensa regional Ebra. Macron replicó: “Nunca he despreciado a los franceses y las francesas. Si los despreciase, no me batiría por ellos y con ellos.”

La primera vuelta tendrá algo de un referéndum sobre Macron, que ya no es el líder juvenil y rompedor de 2017. En la segunda, y si la hipótesis de los sondeos se cumple, el referéndum será otro: Le Pen sí o no. Y entonces la batalla será entre una candidata que intentará canalizar el descontento y evitará asustar, y un presidente que agitará el miedo a que la extrema derecha gobierne en Francia y conquiste el corazón de Europa.

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