Nina Melero: “He querido devolver algo de lo que me dio Sandokán”

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“¡Mírame, también yo soy un tigre!”, grita Sandokán antes de hundir su kris en el corazón de la fiera. Un kris, palabra en la que resuenan ecos de Sarawak, el Estrecho de la Sonda, cazadores de cabezas, abordajes, pagodas, tifones y rajás, es un puñal de hoja serpenteante, de origen javanés, que se usa asimismo en Indonesia, Malasia y Brunei. Nina Melero (Madrid, 42 años) conoce bien esas fascinantes dagas y una de ellas, del siglo IX, juega un papel fundamental en su última novela, Archipiélago (sello Contraluz del grupo Anaya, 2021).

Pregunta. El kris, ¡qué arma más impresionante! Se les ponía nombres como a las espadas. Alguien ha dicho que toda la aventura se sintetiza en esa frase de Salgari en Los tigres de Mompracem: “Desnudó el kris, cuya hoja brilló a la luz de la luna”.

Respuesta. Es un arma, pero también un objeto espiritual al que se le atribuyen poderes mágicos y casi vida propia. En Java era costumbre que lo llevaran todos los hombres de entre 12 y 80 años, ya fueran príncipes, piratas o pescadores. Se coloca de una manera determinada en el sarong y se lo trata con respeto y temor. Conseguir uno no es fácil. Las ondulaciones (luk) pueden ser de 3 a 13, aunque en algunos llegan hasta 29, siempre impares.

P. Sabe usted mucho de la historia y costumbres del sureste asiático, Archipiélago es, además de una gran aventura, un viaje emocionante y lleno de documentación por ese mundo.

R. Cuando llegué hace 6 años a Singapur, donde coordino el Departamento de Español de la Universidad Nacional, no sabía nada de la región, ni de los kris: me impresionó la forma de esos cuchillos y su función, su belleza ligada a la violencia. He leído, he viajado, he observado. Todo lo que he aprendido lo he puesto en la novela, es una manera de compartirlo. Mi objetivo era llevar al lector conmigo, la literatura de viajes es un género que me interesa mucho, pero no quería escribir desde la no ficción.

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P. Y se inventó esta historia de piratas modernos, contrabandistas, buscavidas y proscritos en mares lejanos y selvas, llena de ecos de los clásicos de la aventura. “El miedo de los demás merece tanto respeto como su valor”, leemos en su libro.

R. La novela de aventuras es donde mejor encajaba lo que quería hacer. El sureste asiático, con tantos países diferentes, es un lugar de intersección geográfica, de choque de culturas y de tráfico marítimo muy intenso, con formas de vida tradicionales ligadas al mar. Es una mina de historias y un sitio apasionante para situar una peripecia.

P. Dice que ha estado en el lugar en el que se mató al último tigre de Singapur.

R. Eso no es difícil, fue en la sala de billar del Hotel Raffles, en 1902.

P. Eran otros tiempos.

R. En esta región conviven la modernidad desenfrenada con restos de historia colonial y las culturas tradicionales, es un puzle con piezas muy distintas.

P. Su historia empieza con una mujer en peligro, un cuchillo malayo y un naufragio, ¡qué más se puede pedir!

R. El episodio de la excavación subacuática del barco hundido lo saqué de la sala del Museo de Civilizaciones Asiáticas de Singapur donde se exhiben los tesoros del pecio de Belitung, junto a la isla indonesia, el barco árabe más antiguo que se conoce, un dhow del siglo IX que comerciaba con China en una ruta de la seda marítima y cargaba una inmensa y valiosísima colección de objetos de la dinastía Tang. Curiosamente, uno de los arqueólogos que dirigieron esa excavación submarina tenía su despacho muy cerca del mío…

P. La protagonista principal de su novela, junto a esa pareja masculina tan curiosa del nativo orang laud Jhan y el moderno bucanero vasco Ollauri, vive una verdadera iniciación a la aventura, afronta peligros tremendos, viaja por todo el archipiélago, se asilvestra y descubre una capacidad extraordinaria para sobrevivir y pelear. ¿Es usted la engañosamente indefensa Sofía Carrai?

R. Yo ya era asilvestrada antes de Oriente. El tránsito de lo civilizado a lo salvaje te vuelve fuerte. Siempre hay la tentación de identificar a un autor con sus criaturas y yo fui también traductora, me gusta viajar sola, explorar los límites entre la prudencia y la cobardía, y he pasado por algunas de las peripecias de Sofía, como lo de navegar muy precariamente en phinisi, embarcaciones tradicionales con tripulaciones de la etnia sama-bajau, nómadas del mar, o cruzar el Estrecho de la Sonda y viajar hasta el Krakatoa, pero somos muy diferentes.

P. ¡El Krakatoa!

R. Allí el suelo sigue caliente y la brújula se vuelve loca. En Indonesia los volcanes, siempre amenazantes, tremebundos, forman parte de la vida cotidiana.

P. ¿Qué deuda tiene con los clásicos de la aventura? “Larga vida a Sandokán”, dice uno de los personajes de Archipiélago.

R. Me gusta el género desde niña y Archipiélago es un humilde homenaje a esos libros. Coloane, Jack London, que es Dios; Conrad, por supuesto, y su Lord Jim; Salgari… Sandokán. Sí, he querido devolver un poco lo que me han dado esos libros.

P. ¿Le emocionaban los ojos de Kabir Bedi?

R. Jajaja, no, Kabir Bedi no me pilló.

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